martes, 27 de diciembre de 2011

Y helado en mi trono vacío...





Esta situación ya ha conseguido congelarme los pies, que ahora se afanan en busca de calor y se retuercen el uno contra el otro sin efecto alguno. Ya no sueño porque no duermo. El pum-pum de mi corazón ha usurpado el lugar de la música y, acelerado, golpea para mantenerme despierto. Las esquirlas se clavan en mi piel, el vaho empaña mi mirada y torna mis ojos marrones en un azul inhumano. El frío ha entrado en mi cuerpo y las palabras ya no son capaces de llevárselo. Las lágrimas ya no me sientan bien porque se han quedado heladas en mis mejillas. Gritar ya no podría, aunque quisiera; estoy afónico por mi propio frío. Odio la situación, mi sentimiento de soledad, la melancolía y el dolor que me mantiene con vida. Si vivir es esto, soy oficialmente un muerto viviente. Tanto que me ha dado la vida y ahora no me deja ni el calor de los sueños, que se desploman sobre el parqué empujados por mis manos, que cansadas de esperar, en un arrebato de dolor, se aferran a la única salida posible: reescribir la historia de nuevo. Y helado en mi trono vacío, me enfrento a mi pasado y al que pudo ser mi futuro y me pregunto qué cambió, ¿cuál fue el camino que no vi? Borro con la erosión del hielo todo rastro de dolor, vuelvo a ser un niño agazapado, desnudo, una tábula rasa preparada para ser impregnada de vida y comenzar a experimentar de nuevo. Y aún así parece que el dolor ya forma parte de mi alma, porque está en lo que fuí, soy y seré, reunido todo esto en un compendio de emociones y momentos.

Duele demasiado cuando se siente adentro. Es horrible darse cuenta de que llevas toda la vida a contracorriente y los demás te han dejado atrás. Aterrador es darse cuenta de que desearías ser otro y ver la vida de un modo menos emocional. Desear que las lágrimas no fueran una constante en mi vida.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Un día cualquiera, de un mes futuro, de un año por venir





12:22 pm
Te has peinado con el flequillo hacia arriba e imitas a James Dean, un poco mal diría yo. Me duele la barriga de tanto reírme. 

12:20 pm
Digo que ya no hay hombres como los de antes, como Paul Newman o James Dean. Tú estás celoso de estrellas inalcanzables y te acuestas de lado en la cama mirando para el otro lado. Pero te digo que si no fuera por personas como tú, la gente no se enamoraría jamás. Te levantas y vas hacia el baño riéndote. Algo se te debe de haber ocurrido.

12:15 pm
¿Cuánto tiempo llevamos hablando? La barrera del espacio-tiempo se acaba de rendir a nuestros besos y parece como si lleváramos tanto horas como apenas minutos tumbados en esta cama; cuando ni siquiera puede que llevemos una sola hora. Tu pelo está enmarañado de tanto que me gusta tocártelo. Me recuerdas a James Dean, que cuelga sobre mi cama.

11:00 pm
Me tumbas en la enorme cama, agarrando mi cabeza por la parte occipital para que el movimiento sea más lento. Los músculos de tus brazos desnudos se marcan cuando sostienes todo mi cuerpo en suspensión sobre las sábanas. Te tumbas encima de mí y no dejas de besarme. Creo que muero de placer antes siquiera de que me quites la ropa.

10:43pm
El ascensor está estropeado, así que me retas a una carrera por las escaleras. Quien llegue antes arriba, hace la cena. Pero ambos sabemos que no habrá cena esta noche.

08:03 pm
Me llevas a estrenar tu regalo. Los coches pasan a nuestro lado difuminándose debido a la velocidad de tu moto y mezclándose con las luces de la ciudad. Vamos hacia las afueras, como dejando atrás una civilización para unirnos a un mundo de dos.

08:00 pm
Ahí estás, con tu bufanda azul alrededor del cuello y el brazo derecho metido en el hueco de la pantalla de tu casco. Con ambas manos sostienes un paquete redondo, envuelto de mala manera y a prisas. No me hace falta abrirlo para saber que te mereces un beso, a pesar de que media calle nos esté mirando.

07:59 pm
El aire helado del invierno golpea mi cara y en dos segundos ya tengo la nariz roja. Salgo de la universidad, donde la calefacción debe estar a 25 grados como mínimo y la diferencia de temperatura me hace estremecer. ¿O es la visión del chico que está de pie apoyado en la pared de mi facultad, con la cabeza encogida entre los hombros? Hay mucha gente que a esas horas sale de la facultad y la calle está muy concurrida. Pero yo sólo tengo ojos para ese chico: mi chico.

06:09 pm
Todavía me quedan por delante dos horas de prácticas por sufrir, pero un mensaje a mi móvil me recuerda que valdrá la pena el sufrimiento:
«T rcojo a la salida. Tngo una srprsa xa ti ;) Bsoss»



22/11/11

12:21 am
No sé que hora es ni en qué momento del día vivo. La lluvia golpea contra mi ventana, pero no es relevante en absoluto. Miro mi reloj. Las manecillas giran hacia la izquierda, marcando de cada vez un segundo menos. El tiempo se atrasa y comienzo a sentir un dolor que ya creí haber superado. ¿Pero fue en el futuro cuando lo conseguí? La lágrimas empañan mi visión y no percibo que el reloj se acaba de parar. Los días se solapan y la realidad se vuelve, durante un minuto exacto de mi reloj, en una visión caleidoscópica. Me siento agotado.
De repente, el reloj vuelve a funcionar como de costumbre.


12:22 am
El tiempo es relativo, siempre lo creí así. Es simultaneo en realidad; en el ahora que nosotros percibimos somos, seremos y fuimos. Mi casa está vacía y el ruido de las pulsaciones en mi cabeza es atronador. Una sensación extraña recorre mi cuerpo y veo sin ver con los ojos una serie de imágenes que me recuerdan lo que acaba de pasar. Un reloj que gira, de hora en hora, de fecha en fecha. Veo acontecimientos contados del revés. Un futuro que está ocurriendo ahora, pero no en “mi ahora”. Un chico que no conozco se ríe frente a alguien que se parece demasiado a mí. Lleva el flequillo para arriba e imita a James Dean.



martes, 29 de noviembre de 2011

Por un ángel llamado Gabi




Se suponía que este día iba a ser bueno, que las nubes no se interpondrían entre el sol y nuestros ojos, que la piel sentiría el calor que éste irradiaba. Pero hasta en los días bonitos ocurren desgracias. Aunque viéndolo desde un punto de vista objetivo, totalmente opuesto a mí, podría decirse que el cielo conmemora hoy la llegada de uno de sus ángeles a las puertas de San Pedro. La Tierra hoy está de luto, amigo, pero el cielo celebra tu llegada. A pesar de todo, a mí lo único que me apetece hoy es llorar.

¿Cuántas palabras habremos cruzado? Creo que no las suficientes. Compartimos aquella mesa en la boda de mi prima y a partir de ahí comprobé por mí mismo que lo que de ti se decía era verdad. Se suele decir de los que nos dejan que eran bellas personas, tú eres una caso a parte, porque llenabas con tu luz, con tus ganas de vivir, a todo el que contigo hablaba. No fuiste un amigo íntimo para mí, sino para mi familia. Te conozco por lo que otros decían de ti, y cuando la opinión general es unánime significa mucho... demasiado. Tus verdaderos amigos demostraron que estaban ahí para todo (esa foto de grupo con la misma camiseta con tu nombre todavía se fija a mi retina). Su fuerza es ahora la que dibuja una sonrisa debajo de los nubarrones en los que nuestros ojos se han convertido. La leucemia te ha llevado del lado de tus seres queridos y nos ha privado al resto de la oportunidad de llegar a conocerte mejor. Como dicen hoy todos tus amigos: “has sido un amigo y ahora eres un ángel”.

El resto, no somos nadie. Pero nos has llegado, de un modo u otro. Las lágrimas de mis ojos ya te podrán decir todo. No puedo, ni quiero, imaginarme el dolor que pueda suponer perder a un amigo, o a un hijo. Pero al menos me siento orgulloso de que alguien como tú en una ocasión me dedicara su atención por un breve período de tiempo y me haya llevado a sentirme así. Es por eso que un día como hoy sobran las palabras, pero al igual que en secreto este mismo sábado mis amigas y yo lo hicimos, ahora lo repito yo en solitario y alzo mi copa para realizar un brindis silencioso que omite un: “por Gabi”.


lunes, 21 de noviembre de 2011

Conversaciones noctámbulas





-Anoche soñé que estábamos en guerra y que yo era el arma más fuerte.
Él pareció no comprender aquel giro tan brusco de la conversación. Juntó las manos frente a la boca y se inclinó para preguntarme:
-¿En qué sentido eras el arma más fuerte?
-Tenía poderes -escuetamente contesté. Y como no le satisfizo, añadí-: Corría entre soldados del bando opuesto y era capaz de matarlos de un movimiento de la mano.
Avergonzado por cuan extraño sonaba aquello al decirlo en voz alta me recogí incómodo los pies con las manos, sin mirarlo, y simulé colocarme en una posición más recta para mi espalda. Lo escuché rascarse la barbilla poblada por una barba de tres días, notando su mirada incipiente en mí.
-¿Y por qué lo relacionas ahora con el tema del que estábamos hablando -se extrañó.
-Estábamos discutiendo sobre mi sentimiento de culpa -volví a mirarlo-, y a la vez de miedo, ante la perspectiva de quedarme sólo. Tú hablabas de que en la vida hay momentos en los que uno debe estar sólo para conocerse a sí mismo, porque de esa forma puede evitar errores en un futuro. Porque, según has dicho, conocerte a la perfección a ti mismo hace más fácil el que otros te conozcan. -Hice una pausa para limpiar el polvo invisible de mi pantalón-. Tú dices que es necesario para una salud espiritual y mental, a la vez que te permite estar en paz con uno mismo. También me has increpado sobre el hecho de amar un imposible. -Su mirada era firme y aceptaba todo lo que yo le decía, pues era un resumen perfecto de la conversación-. Aunque a veces otra persona puede ayudarte a conocer partes de ti que sólo no tendrías la oportunidad de hallar.
Asintió firmemente y su dentadura perfectamente alineada se pudo ver por la comisura de su boca cuando sonrió de lado, como solía hacer cuando se sentía divertido.
-Si yo no digo que no, tan solo que muchos de los problemas que tienen las parejas es por las propias inseguridades y los miedos individuales de uno... o de ambos, según se mire, pero nunca compartidos.
-Ya, pero es muy utópico pretender que las personas comiencen una relación sin miedo alguno, porque entonces todo sería un camino de rosas -le dije, rotundo.
Tenía ambas manos apoyadas sobre las rodillas y se sentaba con la espalda curvada hacia delante. Sus ojos se clavaban en los míos, manteniendo la conexión durante la conversación. Sólo cuando él hablaba se permitía separarlos un poco y mirar al vacío, como si las palabras estuviesen escritas en las paredes de mi habitación.
-Pero no entiendo que tiene que ver todo esto con tu sueño. Me tienes desconcertado.
Me reí y volví a estirar las piernas, otra vez nervioso.
-Pues que aunque sea un orgulloso y posea mi propio criterio, creo en el fondo que tienes razón -apuré a decir.
Haberlo dicho tan rápido fue incluso liberador. Me sentí aún más aliviado cuando me sonrió, achinando bastante los ojos, y se acercó más a mí para sentarse a un palmo de mis piernas.
-Explícate, por favor. ¿Qué te ha hecho recordar ese sueño?
-El deber -contesté-. En el sueño me sentía desatado, con un poder desmesurado que liberaba fuera de mí cada vez que me encontraba con un enemigo ataviado de camuflaje. Sabes que siempre me gustó la magia y la fantasía, pero en este sueño estaba incómodo conmigo mismo. Me sentía solo. No era capaz de parar de derribar oponentes porque era mi deber hacerlo. Sólo estaba yo en aquella ciudad de arena y piedra enfrentándome a algo que me superaba, algo más grande que yo. Y por más que quisiera echar a volar lejos, que podía hacerlo, era incapaz porque una fuerza me arrastraba allá: al deber.
No frunció el ceño ante mis palabras, pero sí que entornó la mirada. Él sentado en el medio de la cama, yo en el cabecero con las piernas estiradas a un lado. Era una situación incómoda y a la vez gratificante, porque él estaba allí. Un sentimiento con doble filo, que hería, pero que por otro lado era suave como la seda. Y él estaba comprendiendo la maraña de pensamientos que era incapaz de verter en palabras desde mi cabeza hacia él, como si el mirarme a los ojos fuera suficiente como para meterse dentro de mi cabeza y contemplar el desorden.
-¿Así te sientes? -me preguntó-. ¿Por eso crees que debas estar sólo ahora?
Yo asentí.
-Pero, ¿el deber para con qué, para con quién? -se interesó.
-Conmigo. Sólo para conmigo, porque creo que debo dejar de forzar las cosas para que fluyan. Lo que tengo que hacer es dedicarme sólo a mí.
Estiró la mano hacia la mía, pero no llegó a tocármela. Mirando nuestras manos separadas, dijo:
-Eso puede serte peligroso, porque te puede llevar a sentirte aún más solo.
Alzó la mirada de nuevo. Crucé los brazos sobre mi pecho como si me estuviese preparando para otro golpe de su inmensa razón.
-El deber es importante -continuó-, sobre todo si es por ti mismo. Y mantener las promesas que a uno se ha hecho lo es más. Pero si te rindes en tu búsqueda nunca podrás encontrar el amor.
Aquellas palabras saliendo de su boca hicieron hervir en mi interior una necesidad loca por abalanzarme sobre él y abrazarlo, porque era lo que necesitaba. Pero sabía que no podía hacerlo porque en su lugar encontraría aire. Entonces no me quedaba otra opción que sincerarme.
-No -lo corté antes de que siguiese por esos derroteros-, nunca podré encontrarTE. -Sus ojos azules refulgieron de sorpresa cuando formulé aquella aclaración-. Porque aunque puede que esta conversación no esté teniendo lugar más que en mi propia cabeza, no quiere decir que algún día me llegue a rendir. Porque mi deber es encontrarte; no hay otro. Y si yo renuncio a estar con cualquier otra persona ahora es porque quiero dedicarme a mí, pero sólo para que cuando te encuentre, que es posible que no lo consiga, ambos estemos preparados para amarnos. Por eso que creo que tenías razón con tu reflexión inicial.
Durante un rato sólo me miró, sin mover su mano frente a la mía, sin llegar a tocarme porque no podría hacerlo.
-Es un sentimiento muy bonito -afirmó-, y no me sorprende viniendo de ti. Pero, ¿no crees que la causa de ese sueño, de tu gran responsabilidad, pueda venir de otro lado? ¿Y si hay algo más que te preocupa pero que no tienes el valor de admitir?
Y ahí estaba de nuevo la aplastante verdad de su juicio. 


viernes, 11 de noviembre de 2011

Promesas en silencio




Parece que el mar frente a mí ha sido puesto ahí para venir a llevarse las promesas que una vez me hice y prometí cumplir por mi propio bien. Ni siquiera el olor a salitre es capaz de borrar de mi pituitaria el de su colonia, que todavía está presente, como adherida a mi piel. Anoche gritó mi nombre entre la multitud y se acercó a reprocharme el no haberlo saludado. No recuerdo si le estreché la mano o le dí dos besos, pero sí ese olor rememorando acontecimientos de hace dos años: la ilusión del comienzo de una relación, los quebraderos de cabeza que su actitud pasota me creaba, el lado oscuro de mí que consiguió despertar y el final inminente. Él, que tanto daño me había hecho, regresaba a mi lado a hablarme como si de un amigo me tratara. Y yo, tras discutir un poco con él en medio de la calle y bajo una farola, lo dejé entrar de nuevo en mi vida. Sé que ambos cometimos errores, que nos hicimos daño mutuamente y nos dejamos llevar por la inseguridad, pero no es justificable que no hayamos pronunciado ningún perdón. Nos limitamos a hablar y cuando me acompañó a casa me hizo prometer que ahora no desaparecería de golpe. Y la verdad es que desaparecer es lo que me apetece.

Quiero irme lejos, de él y de sus juegos. No me fío y no voy a dejar que vuelva a utilizarme como sólo él supo hacerlo. Afirmó que había cambiado mucho este último par de años, pero ¿quién no? Yo ya no soy el ingenuo que vino a esta ciudad. Sé lo que quiero, y no es a él. Sin embargo no puedo dejar de pensar en que pudo haber cambiado algo, que lo que yo vi de bueno en él como para permitirle el acceso a mi vida hace dos años se haya potenciado, o al menos que haya erradicado todos los problemas que lo sepultaban en la noche. Y por otro lado están mis propias promesas, esas en las que llorando me decía a mi mismo que NUNCA volvería con él. La primera vez vino para romperme los esquemas; ahora vuelve a repetirlo dos años después. Y no dejo de preguntarme si de verdad soy tan fuerte como creo o voy a dejarme llevar otra vez. No querría, ¡pero es tan difícil! La soledad es mucho mejor que las malas compañías, pero a veces se puede volver contra uno. No me gustaría repetir los mismo errores y prefiero pensar, de momento, que no lo haré.


jueves, 27 de octubre de 2011

Por ti...




Si el agua tiene la curiosa capacidad de arrastrar lo que no queremos que se quede, ¿por qué las lágrimas no se llevan tu recuerdo? No es un parásito el que termina con mi cabeza, es la imagen de una playa en su atardecer, unos ojos que incluso en la oscuridad de los míos cerrados continúan alumbrando, tu sonrisa dibujando su reflejo en mi boca... Eres jodidamente perfecto como para que te haya inventado yo con unas pocas palabras que describan sin ningún tipo de justicia todas tus virtudes y tus defectos, éstos últimos los que yo más amo. No me importa que hayas dejado de tocar, yo he dejado de escribir porque solo te describo a ti. Todos cometemos errores. ¿De verdad el nuestro fue tan grande como para terminar tan lejos el uno del otro? ¿Es un castigo bien merecido o una balanza desequilibrada? Se cometen errores en la ruleta de ida y venida, pero si estoy hoy aquí no es para lamentarme, aunque sea lo que he venido haciendo hasta ahora. Escucha, estoy aquí. ¿Lo sientes? Son las cicatrices de las alas que corté por ti. Es el murmullo del agua de los lagos de aquella isla lo que ahora suena de fondo. Ese aire cálido que hace innecesarias las sábanas en una cama con mosquitera. Ha llegado el momento de volver al universo real.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Un beso




Ya no recuerdo la sensación de otra boca respirando frente a la mía, con sus labios rozando mis comisuras. Hace tiempo que sueño que él me besa y durante unos minutos tras despertarme puedo recordar cómo es sentir la humedad en ellos. No hay nada que desee en estos momentos más que recibir un beso. Y podría tener uno, llevo meses pudiendo haber recibido besos. Pero no quiero esos besos vacíos que se creen capaces de comerte; quiero de esos que respiran de ti como el aire más puro, que creen que pueden fundir sus almas si respiran de la boca del otro. Ése es el tipo de beso que añoro. Y puede ser por el tiempo que hace que ningún beso toca mi piel, o por la canción “Riazor” de Amaral, dedicada a las mismísima playa en la que recibí el último beso y que no deja de sonar en mi cabeza. Puede ser por los incontables sueños en los que no hay sexo, pero sí besos. Sólo uno de ésos era lo que ahora podría devolverme la sonrisa, ésa que delata que tus labios han tenido un encuentro cercano con otros.


martes, 11 de octubre de 2011

Vacío y eco




¿Dónde estará el tiempo cuando las partículas de luz se detengan? Si la materia desaparece de nuestro ser, ¿existe algún tipo de fuerza que mantenga unidos nuestros impulsos cerebrales? Con todos los instrumentos acallados, el cielo y la tierra abrazados en un nuevo llanto de destrucción, la oscuridad que no cesa y el inmenso universo reducido al tamaño de una neurona. Cuando mi voz entone la última nota, entonces ¿todo el dolor habrá desaparecido? ¿Hay algo que me obligue a llevar este dolor allá a donde van los seres vacíos? Hay un momento en el que las preguntas pierden todo su valor porque pasan a ser afirmaciones. Ese estado después de la vida parece ser el que tiene la solución, donde todo deja ya de importar porque deja de existir. Pero una vez más parece que el capricho de la energía por transformarse alcanza extremos inimaginables. Y cuando solos nos aferramos a ese último suspiro, ya estamos seguros de nuevo en otro vientre, preparados para nacer con llanto.

Y parece que lo recuerdo. Levemente tengo en mí una de esas certezas que te hacen cuestionar tu integridad. No necesito la muerte para sentir el vacío, pues lleva en mi corazón desde la otra vida. La única voz que me devuelve el saludo es mi eco, y mi sombra mi único acompañante. Su recuerdo, ya contaminado por los años, es el que me insta a vivir.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Mi persona


La rabia se agolpaba en su cara y la enrojecía, otorgándole ese aspecto de mujer enfadada que recordaba de mi infancia. Sobre mi cama, su ropa. Todos los vestidos de fiesta, los abrigos y las blusas que de su armario habían pasado al mío, ahora se amontonaban en la enorme cama. Se marchaba ya de nuestra casa con todo lo que podía, y lo hacía con una rabia que le impedía dejar de decir barbaridades.

Su debilidad había sido su fuerza, por contradictorio que parezca. Su padre había visto, del mismo modo que yo desde pequeño, que en ella su corazón gritaba auxilio. Siempre había sido una niña miedosa y apocada que necesitara protección; y era de su padre principalmente del que la obtenía. Sin embargo, ni él ni nadie pudo salvarla de su familia política, y se sumió en el dolor de ver cómo al hombre al que amaba lo convertían en la persona que más daño le haría de por vida. Cuando yo tenía tres años, ella abortó. Era la única que sabía que de aquel vientre estaba a punto de salir una niña que convertiría un 3 en 4. Ni las súplicas de su padre fueron suficientes para detenerla. Su marido le había dado un ultimátum: o él (y ahí dentro también estaba yo incluido) o el bebé. No está en mis manos juzgar su elección, como tampoco estaba en las de ella renunciar a mí. La niña nunca llegó a nacer, y el vacío creció en una familia destinada a la ruptura; mientras las artes oscuras de mi familia paterna crecían día a día en la casa de al lado, luchando por dejarla sola.

Y lo peor de todo es que yo lo sabía. Había visto cómo la trataban. Había visto su rabia montones de veces. Incluso compartía con ella la misma aprehensión a los abortos, sin saber exactamente el porqué. Yo era el único que ya sabía el final antes de que éste ocurriese. Y debí haber hecho algo para evitarlo. Supongo que una vez más mi inseguridad me susurraba al oído que aquello no pasaría, que lo que soñaba por las noches en pesadillas, lo que creía que iba a pasar, el odio que veía en la cara de mi abuela materna... no eran más que imaginaciones mías. Pero en todo tenía razón, en silencio había previsto los acontecimientos y me había quedado quieto sin hacer nada. Aquel día mi madre se fue por última vez de casa con casi toda su ropa, dejando atrás el suelo de la cocina repleto de porcelana rota y la cara de mi padre perpleja por las bofetadas (que bien se merecía). Puede que mi abuelo no esté físicamente presente para ayudarla en este tramo de su vida, pero estoy yo. Soy quien debe guiar a mi madre a encontrar de nuevo su camino. Y aunque no viva en mi casa ya, la veo y la veré todos los días que esté en Galicia. Ella es mi persona, y la ira y el odio no nos van a separar.

En cuanto a mi padre... es otra historia...


lunes, 12 de septiembre de 2011

Sólo dos nombres en el capó de mi coche





Todo empezó por el final. Faltaron los besos, tu pelo revuelto sobre mi almohada, mis manos en tus hombros y todo aquello que una pareja puede llegar a hacerse en el tiempo que prometen estar juntos, sea bueno o malo. En su lugar aparecieron las lágrimas en mi mirada, el vacío en mi pecho y la carencia de una ilusión que, según creía, podría traerme a la vida de nuevo. Me gustaba lo complicado de la situación y la idea de haber encontrado por fin a alguien que tuviera esa pieza del puzzle que encajase con la mía. Siempre pensé que no era fuerte, que de vez en cuando tenía ese valor que hace falta para dar los pasos en la vida, pero que no era a tiempo completo. Contigo me creí con fuerzas renovadas, perdido tan solo en tu mirada y con mi mundo envuelto por tu voz. Pensar en ti me hizo olvidar el miedo a quedarme solo. Pero el verano llega a su fin, mi pueblo se vuelve a quedar vacío, yo me tengo que ir de nuevo a por mi futuro y tú desapareces de mi entorno hasta dentro de tres estaciones. Te llevas contigo mi ilusión y las respuestas a las preguntas que tanto quise hacerte. Ya no sabré si fue interés o amabilidad lo que te llevó a entablar esas largas conversaciones conmigo. Aquí se queda el recuerdo de tu nariz y el sonido de tu voz, que retumbará durante días en mis sueños. Mis labios son ahora una línea recta y mis ojos se plagan de lágrimas que no dejo salir por vergüenza. Debo volver a luchar con sólo dos manos, cuyos brazos son los únicos que ahora me envuelven en la noche. En mi coche, escrito en el polvo que lo recubre, ya sólo quedan nuestros nombres escritos con el índice entre los que tan sólo hay una “&” que los separa, que recuerdan este verano en el que estuve a punto de rozar con los labios la felicidad plena que creí hallar en tu piel.


sábado, 3 de septiembre de 2011

Reinvención



El autobús había salido de madrugada de la ciudad y el mar quedaba ya tras su camino. Con el trascurso de los kilómetros, los árboles que cubrían las altas montañas, haciendo parecer su aspecto a un manto verde, habían ido manteniendo las distancias entre cada uno de ellos; pasando de compartir raíces a ni siquiera llegar a tocarse aunque vientos huracanados agitasen sus ramas. Algunos incluso habían rendido sus copas al suelo y éstas se dividían en tres ramas grandes que se alzaban al cielo para luego descender, dándole el aspecto de tres grandes garfios con sendas ramas menores con hojas. Las montañas se estiraron en largas llanuras que se besaban con el cielo en el horizonte y la tierra parecía recién arada, sin hierva ni plantas; aunque lo más acertado fuera jurar que en aquella tierra no había crecido hierva alguna desde hacía tiempo. El poco rastro de agua en sendos lados de la carretera eran aquellos caminos profundos por los que el agua de la lluvia o mismo un pequeño riachuelo habían serpenteado con su cuerpo de agua, lodo y cantos rodados; pero aquello también parecía pertenecer a un tiempo lejano. En el cielo se podían ver diminutos puntos negros que describían círculos en un fondo que con el paso de las horas de la mañana era cada vez más azul. El gris había dejado paso a un cielo despejado. Mi tierra quedaba ya atrás y me parecía que algo de mí también lo hacía.

Y no sería el sueño el que se fuera quedando atrás a hacerle compañía a las montañas, pues llevaba un par de días sumido en un malestar corporal tal que juraría que las resacas comienzan a durar más de un día. Tampoco las preocupaciones que me rondan por la cabeza, ni la música constante, ni los anhelos... Sin embargo una nueva amiga se había sumado a estos en la última parada: la necesidad. Digo que era nueva no porque no la conociera de antes, sino porque era raro que se quedase conmigo más de un día. Esta nueva amiga me insta a una reinvención inminente en mi vida. La necesidad de un cambio en ésta y en mi actitud me hace reconocer que la culpa de mi situación es sólo mía, y que si de verdad quiero lo que busco debo empezar realmente a buscar, no a decirlo simplemente. Pero no se trata de algo tan etéreo como la felicidad lo que busco, sino de una meta más alcanzable a corto plazo: sentirme bien sólo; y para ello tengo que empezar por contemplar mi vida como algo que puedo construir sin ayuda de nadie, sólo con mi determinación. Reconozco que el viaje me ha traído de vuelta a una ciudad a la que no me apetecía volver a consecuencia de los acontecimientos del año pasado. Creía que si volvía las cosas irían a su vez mal, como la progresión de excesivo verde a sequía que había visto en el trayecto en autobús. Pero ese modo de pensar no se corresponde con alguien que ha decidido luchar; ya no se corresponde conmigo. Mi vida venía teñida de blanco y negro, como fotografiada con una cámara antigua, de esas en las que el revelado es más elaborado de lo que uno está acostumbrado a ver en las películas. Ahora el tono de mi vida es más claro, como si el sol se colase en cada una de las instantáneas que de ella saco, tiñéndola de rosa, naranja y azul.


martes, 23 de agosto de 2011

BSO (4)

MISSING
(EVANESCENCE)


Cómo debería llamarte, ¿padre?, ¿madre?, ¿Dios? Realmente, ¿alguna vez alguien te ha preguntado cómo quieres que te llame? O es que simplemente no te has dignado a responder. Muchos han lanzado plegarias al cielo, gritos de desesperación que se preguntaban si de verdad estabas ahí, si sangrabas con nosotros, si llorabas nuestros pesares, si te sentías también tan sólo como nosotros en tu trono de luz; pero la única respuesta que recibieron fue el titilar de las estrellas, el viento golpear las ventanas, la oscuridad de la noche que todas las pasiones saca a relucir. ¿Me equivocaba yo al llamarlos ingenuos, al creer saber que tú no estabas ahí arriba, sino dentro de nuestro corazón? ¿Aquella certeza era realmente tan surrealista como el resto? Escribiendo esto me siento indigno, como un niño que escupe en la cara de su padre, sin comprender la autoridad y la sabiduría; básicamente sin entender apenas nada. Pero si lo hago es porque tengo una certeza, que a fin de cuentas he cuestionado miles de veces, pero ¿qué sería de una certeza si antes no se la ha puesto a prueba e intentado echar por tierra de todos los medios posibles? En este caso (y en el único) el corazón gana. Pero no estoy aquí para afianzar mis creencias. Hoy me siento a escuchar y lo único que mis oídos registran son los tambores en mi pecho, la respiración y la voz de mi cabeza que no deja de decir que esto está mal. No encuentro salida, Señor, no te encuentro siquiera en las voces de las personas que dicen ser tus representantes en la Tierra. No te encuentro en las iglesias ni en los camposantos ni en la Biblia. No llego a ver tu palabra en ninguna religión. Observo cómo el mundo se va olvidando de tu verdadera cara y se dejan nublar por las palabras de aquellos que cobran por hablar en tu nombre, o de los que dicen luchar y morir en tu nombre. Y cuando parece que te he perdido por completo, recuerdo que en los ojos de las personas siempre he hallado una luz que me hace sonreír. ¿Es ahí donde habitas? Si estoy en lo cierto, me miro ahora al espejo y te ruego que me escuches: aquello que he perdido, lo que tanto hecho de menos, si ha de ser por mi beneficio, me sea devuelto, porque no puedo vivir más con esta necesidad que día a día me hace llorar y sentirme inferior a lo que realmente soy. Temo la soledad por encima de todo y es como el veneno de la serpiente. Pero lo entiendo, ante tanto dolor en este mundo, el mío es tan insignificante...


domingo, 14 de agosto de 2011

BSO (3)

HOMETOWN GLORY
(ADELE)




No es un piano lo que mis dedos aporrean, sino las letras que dan forma a mis palabras. No es mi voz la que canta, sino la que se desgarra en un llanto ahogado. Ya no son esos ojos marrones por los que mi corazón se altera, éste ahora sueña con unos del color del cielo. Por momentos siento que demasiadas cosas están cambiando, que mi vida ha dado un giro de 180º para volverse en mi contra. Me siento desnudo caminando sin rumbo. Sin una meta clara, camino por un bosque con espesa niebla y rodeado de ruidos que me aterran, mezcla de animales y viento entre las hojas. Y estoy desprotegido. Sólo cuando logro apaciguar mi corazón y frenar el dolor que me presiona en el pecho, soy capaz de dormir. Y es entonces cuando ya no tengo miedo, cuando mi pueblo no es un lugar asfixiante, cuando puedo decir que me he quedado tranquilamente detenido para observar mi alrededor y no estoy perdido, tan sólo me pregunto a mí mismo. Y la pregunta común es: ¿qué sería de mí sin miedo? Y sueño con esos ojos. Sueño que los tengo cerca y no me siento indigno de su cuidado. ¡Oh, sí! Entonces con su cariño soy capaz de todo. Y lo importante es que no me siento solo, en absoluto...


martes, 2 de agosto de 2011

BSO (2)

INTO THE WEST
(ANNIE LENNOX)



Un momento tan simple como el final de una película, ése en el que haces un balance de los valores que ésta te ha enseñado. Las lágrimas descendían por mi cara sin un solo motivo concreto, pero con casi todos. Y en ese instante en el que los créditos no hacían más que desfilar frente a mi ojos, la canción me pregunta por qué lloro y me dice que pronto veré mis miedos desaparecer.

No era la canción, sino el momento en el que la escuchaba. Me lamentaba por todo, por las personas, por él... y esa voz me reconfortó. Estaba puesto allí en aquel preciso momento para escucharla y atender por primera vez a lo que me decía: que lo peor ya había pasado. Y comprendí que le viaje no se vería concluido, era eterno. Era el momento de volverse a levantar ante un nuevo horizonte y marcar mis pasos con un esperanza renovada.

Es complicado describir el sentimiento de calidez que me embargó, como siendo protegido por algo que mis sentidos no llegaban a percibir, algo que estaba dentro de mí. Ahora comprendo las palabras, ahora sé qué camino debo tomar y que no debo dejar que mis pasos se detengan. Mi problema hasta ahora era que no me creía con la fuerza suficiente para emprender este viaje sólo. Pero lo que no sabía era que nunca iba a estar sólo, sino que me sentía así por debilidad. Y poco a poco parece que todo se va aclarando, aunque lo que vea no me guste demasiado. Mi deber es aceptarlo y afrontarlo, pues esto ha sido lo que me ha tocado vivir y lo que debo hacer es que valga la pena.

jueves, 21 de julio de 2011

BSO (1)

IRIS
(GOO GOO DOLLS)




Una vez más la banda sonora de mi vida vuelve a traerme de nuevo frente a una hoja en blanco y a tomar las riendas de las palabras para evocar los sentimientos que estos días no hacen más que generar un dolor leve en mi pecho. Goo Goo Dolls con su magnífica “Iris” me recuerdan una frase que hace un tiempo escribí en mi libro en blanco: en el mundo hay humanos e inhumanos, pero todos ellos sangran cuando los pinchas, están vivos. 'Yeah, you bleed just to know you're alive', esa es la frase que me ha llevado a recordarla. Conduzco sobre un puente, luchando contra el viento para que el coche continúe en su carril y no se vaya para los lados, pues en Galicia a pesar de ser julio el mal tiempo siempre tiene su lugar.

Puede que el dolor del pecho pueda suponer que estoy sangrando por dentro. Me siento derrotado por mis sentimientos, traicionado por el único amigo del que nunca dudaría: yo mismo. Había venido tan entero, tan decidido a hacerme valer, a conseguir que este final, esta nueva década que para mí comienza, supusiera el cambio decisivo en mi vida. Pero no. Me siento inútil, adolescente de nuevo, vuelvo a retroceder diez años en mi vida y no estoy viniendo de vuelta de ver la última entrega de Harry Potter, sino que voy con mis padres y mis dos mejores amigos a ver la primera. Y sí, uno de ellos es él... Y las palabras no dejan de torturarme y hacerme sangrar por debajo del pecho izquierdo, pinchándome sin pudor: “cuánto han cambiado las cosas”. Todo lo que había hace diez años no lo hay ahora, ni en lo relativo a mis padres ni a él, se quedó atrás en la otra década, que oficialmente termina conmigo saliendo del cine (algo tan simple como eso) y recordando aquella ocasión. Supongo que se me puede considerar un imbécil por caer de nuevo en el mismo bucle de antes, otra vez la pescadilla que se muerde la cola. Yo mismo lo hago. Pero, ¿cómo no voy a volver a caer cuando una y otra vez él está presente en cada momento? Un Seat León que pasa; el final de una saga; una canción que en secreto le había dedicado; un recién conocido que me dice dónde vive y yo digo: «anda, si allí vive Felipe», y él me dice: «sí, lo conozco, jugábamos de pequeños juntos», y pienso: «nah, yo tan sólo lo conozco de un par de conversaciones» (bien repletito de ironía)... No voy a seguir porque llenaría hojas. Pero el caso es, siempre que vuelvo parece que los sentimientos esperan a que me acomode en casa para volver a usurpar el puesto a mi estabilidad emocional. Vuelta a redil, vuelta a caer en lo de siempre, girando sobre el mismo eje: él. Soy un ave que quiere echar a volar y cuando cree llevar un tiempo suspendido sobre la tierra cae de nuevo en el mismo lugar, y ya estoy cansado de ser tan débil.

Vuelven los sueños sobre él, la angustia, el no saber qué hablar con él porque lo único que de verdad le quieres decir no te atreves... Uno ya no sabe qué tiene que hacer para quitárselo de la cabeza, si cada vez que vuelvo a verlo los sentimientos retornan, quizás con más fuerza. Y aunque suene un poco friki, me quedo con una frase de la película en la que uno dice (sólo cambio el género de la frase): «siempre ha sido él». Puede que no me quede otra que aceptar ese hecho, que siempre ha sido y será él, y que tengo que vivir con esta herida que no dejará nunca de sangrar.

sábado, 9 de julio de 2011

Carreteras de papel de fumar




Envuelta mi desnudez con un llama hueca que separa mi yo del mundo por una capa de fuego. En el centro de un cruce con cuatro salidas distintas caigo de rodillas. No sé por cual he venido, y también desconozco cual voy a tomar. Roto por dentro, mis lágrimas no son lo suficientemente fuertes para apagar el fuego. El crepitar tan sólo acalla la música del piano y sume el ambiente en un silencio asfixiante, pero es suficiente para hacer que todo mi mundo termine por derrumbarse. Veo lo que tengo afuera, pero en tonos rojizos y anaranjados, de un fulgor tan intenso que difumina los contornos. Sus ojos ya no son de hielo, sino rojos como el interior del infierno en el que me sumo. Si intento mirarlo, aparta de mí su cara y camina en dirección opuesta. Si lo intento seguir, la carretera desaparece como papel de fumar al ser tocada por la llama. No hay camino que pueda seguir. Soy incapaz de tomar una dirección a ciegas por un prado muerto, en medio de un desierto. Necesito esa carretera y él no espera, su paso es firme y decidido. El mío lento y flameante, destruyendo todo lo que toco, chamuscando mi razón, evaporando las lágrimas, haciendo que el aire sólo sea respirado por mí en el interior de esta llama. No hay camino que tomar porque yo lo he calcinado. No tengo fuerzas para seguirlo allá donde va. El dolor sólo aviva esta coraza ardiente y me sume en una soledad que no se detiene en su empeño por consumirlo todo. Mi mundo se quema y no puedo hacer nada por remediarlo.


lunes, 27 de junio de 2011

Flor de Lis





Por el rabillo del ojo derecho veo a personas inexistentes pasar por mi lado, mientras que por el otro te veo a ti. De vez en cuando me he arriesgado a mirarte y he apreciado tus ojos claros clavados en las hojas sobre la mesa. Y entonces he recordado la risa de aquellos niños, tus brazos flexionados preparados para lanzar el balón lejos y tus ojos claros clavándose en mi entrecejo como una esquirla de hielo, que al haber partido un témpano hubiera saltado con la fiereza típica de la explosión amorosa. Cada uno de nuestros encuentros son eléctricos, con conexión a una distancia prudente para que el resto no sea partícipe del regalo secreto que mantengo abrazado en el corazón.

Varias noches me he dejado llevar por mis pasos y he terminado sentado frente al río, donde el aire es respirable estos días abrasantes y los problemas que uno tiene parecen más pequeños si las estrellas se despliegan en la bóveda. Todas las preguntas de las cuales llevo años esperando una respuesta se vienen abajo ante la grandiosidad obnubilante del desconocido exterior, arriba, más allá de hasta donde mis hermanos alcaravanes son capaces de llegar. La melodía del piano en mi cabeza se funde con el murmullo de las corrientes, y tus ojos son dos estrellas próximas en el firmamento. Tu rostro se difumina en las constelaciones, y por eso todavía soy incapaz de reconocerte. ¿Eres tú, muchacho de los scouts, el de los ojos claros, el que tiene que pasar el resto de sus días abrazado a mí? O no, por el contrario, ¿es otro...? Preguntas mudas.

Al terminar de escribir estas palabras me viene una sensación de déjà vu que me recuerda que el año pasado también escribí algo por estas mismas fechas, pero más extenso y con más esperanza. Todas las metas que aquel día escribí no se llegaron a alcanzar; mi vida se limitó a dar de nuevo un giro rotundo. Por eso este año, a un par de días de irme de nuevo de aquí, no voy a escribir sobre horizontes a los que deseo llegar, sino sobre montañas a las que quiero subir. Porque quiero sufrir la dura ascensión, si la recompensa es vislumbrar desde su cima todos los horizontes posibles a mi alrededor.

En el cuello de aquello niños vi tallada la flor de lis, y varias noches me senté frente a la Casa Lis. Coincidencias aparte, otro año más dejo atrás posibilidades, pero los exámenes llegan a su fin y debo volver al norte. Muchacho de los Ojos Claros, El Boy Scout, El Espalda Ancha, El de la Flor de Lis al cuello... ya formas parte de una colección de nombres y del camino de este alcaraván sin vuelo. Eres una huella más en la tierra que queda atrás...

Pero algunos siempre vuelven volando...



martes, 21 de junio de 2011

El significado de unas risas




Mientras estudiaba en la biblioteca y a la vez que escuchaba a Adele cantarme bajito al oído, escribí el comienzo de lo que será la siguiente entrada. Decía así:

Por el rabillo del ojo derecho veo a personas inexistentes pasar por mi lado, mientras que por el otro te veo a ti. De vez en cuando me he arriesgado a mirarte y he apreciado tus ojos claros clavados en las hojas sobre la mesa. Y entonces he recordado la risa de aquellos niños.

Con esas palabras me refería al chico que estaba sentado ayer por la mañana a una persona de mí. Considero que las descripciones físicas sobran, pues no es que sea un chico que llame mucho la atención o que destaque; se podría decir que es uno del montón: alto, de pelo negro, ancho de espalda, con unos ojos que se cuelan en mis sueños con su claridad y cuya mirada me hace echarme a escribir... Pero del montón.

La primera vez que lo vi, estaba en un descanso del estudio (uno de los muchos, debo reconocer) con una amiga en el parque de al lado a la biblioteca. Ella hablaba con su madre del cambio de piso y yo me limitaba a descansar la mente. El revuelo de risas, gritos y carreras llegó al poco de sentarnos y nos vimos rodeados por un montón de niños con pañuelos al cuello con un pasador de madera tallada y con un símbolo pintado en negro. Junto a ellos iban un chico más alto que yo y una chica regordeta. No sé cuánto medirá ese chico, pero teniendo en cuenta mi metro ochenta y cinco y que él me sobrepasa... aunque tan solo un poco. Llevaba un balón de fútbol en las manos y jugaba con los niños y niñas a su alrededor. A alguno de ellos lo escuché llamarlo por su nombre y creo recordar que empezaba por J, pero se debía de tratar de un nombre raro, porque no lo reconocí. Pensé en lo adorable que era jugando con los niños y niñas, en lo bien que sabía manejarlos. Confieso que lo que de verdad pensé es en qué buen padre sería. ¡Me río de mí mismo con sólo reconocerlo! Cuando pasaron por nuestro lado, me miró. No fue una mirada tímida, de esas a las que estoy acostumbrado, sino una carente de complejos. No había barreras en su mirar, sólo se limitaba a entrecerrar un poco los ojos por el sol y a mirarme. Me miró esa vez, y cuando jugaba con los niños y niñas también. No se puede decir que aquel chico jugara en mi liga, porque su aspecto y actitud eran muy de hetero. Sin embargo me volvió a mirar otra vez cuando se marcharon. Y aquellas miradas me las guardé para mí cerca de mi corazoncito, como un regalo otorgado en secreto.

Una amiga mía tenía en su habitación de la residencia del año pasado un pañuelo parecido al de aquellos niños, también enganchado con un pasador de madera tallada. Los colores no serían los mismos, pero sí del mismo estilo era el pasador, con la flor de lis tallada. Por eso cuando los vi supe que se trataban de scouts. Y si ellos lo eran, él también. Por eso cuando se marchaban me despedí desde el más puro silencio de mi mente con un: “adiós, muchacho de los scouts”. Y lo olvidé. Pero Dios quiso que me acordase de él para escribir estas palabras que sé que nunca leerá. Tan sólo un puñado de desconocidos sabrán que a comienzos de la semana pasada, cuando entraba una vez más en la biblioteca, me topé con su cara y sus ojos clavados en los míos, sin pudor. Y en ese momento fue cuando me di cuenta de cuan bonitos estos eran: claros, pero no sabría discernir en si eran verdes azulados o del color del cielo. Y tampoco a día de hoy lo sé, tras tantos encuentros por el estilo a las puertas de la biblioteca. Siempre que pasa por mi lado me mira a los ojos, a ningún otro sitio más, pero yo soy incapaz de distinguir su color exacto, su tonalidad escapa a mi percepción.

Y ayer tuve el valor de sentarme a su lado, aunque al final éste quedó reducido a la decisión de dejar un sitio de por medio, que luego otro chico ocupó quitándome la visión de sus brazos. Pero antes de eso yo lo observaba por el rabillo del ojo y escribí aquellas palabras; y él estudiaba, y estudiaba, y estudiaba... Yo cansado de repasar lo repasado no tenía más que hacer que dejar que mi mente volase y fantasease con otro encuentro con sus ojos. Pero me sentí como un idiota cuando no me miraba como yo lo hacía a él, cuando no reparaba en que me había sentado allí por él, porque sabía que llevaba tres días seguidos sentado en el mismo sitio. Y me sentí un estúpido y me lo repetí una y otra vez en el silencio de mi mente. Tonto, tonto, tonto... Siempre soñando... Me sentí con ganas de llorar por haberme permitido llegar a creer que algo podría suceder con aquel boy scout. Tonto, por haber soñado con un beso suyo.

Pero sé que me miró cuando entré por la puerta esta tarde, levantando la cabeza muy levemente. También las veces que pasaba por su lado, junto a su mesa. Y cuando se giró hacia donde yo estaba sentado. Y eso lo cambia todo... incluso el significado de la risa de los niños.


viernes, 10 de junio de 2011

Cuando la música cesa




La belleza no es sólo física. La música dibuja un entramado de emociones en mi corazón a veces más bellas que el más rojo atardecer en aquella playa. Sin ella las palabras serían más difíciles de sacar de mi cabeza, pues crea ese puente de melodías que aclaran el bloqueo y me hacen entrar en ese estado inclasificable en el que las palabras surgen de mí y se hacen físicas. Muchas veces, tras éste, me pregunto de dónde he sacado dichas palabras. Me asusto por si son mías o las he copiado de susurros en la noche. Pero el caso es que brotan de lo más profundo de mi ser, por eso a veces son tan extrañas. ¿Porque nos cuesta tanto conocer a nuestro yo interior?

La música activa en nuestro cerebro áreas corticales que nos ayudan a pensar con más claridad. Es la magia secreta de la música. Supongo que por eso es tan importante para todos, por muy poco que puedas entender sobre ella. Es por ello que la mayoría de las veces está presente en mi cabeza cuando escribo, y de ella impregno cada frase que plasmo en papel o escribo en el ordenador. Esa melodía de piano a cuatro manos que suena durante todo mi día y que nace de lo profundo de mis sueños y constituyen la semilla que de un momento a otro se hace palabras. Esa melodía que una y otra vez obliga a mi cabeza a recordar momentos del pasado y hacerme escribir esa historia tan lejana. A deshoras suena, lo hace en cualquier lugar, pues no entiende de horarios ni de reglas. Si no fuera por la música, ese universo tan curioso y lleno de magia con el que mi cabeza sueña y que día tras día va tomando forma no sería otra cosa más que un recuerdo vago que se apaga con la cadencia final de la melodía de un piano, que callado espera en mi salón a que dos personas pongan sus manos sobre sus teclas.

Llevo semanas dándole vueltas al motivo que me llevó a dejar que mi piano callase para siempre, y curiosamente encontré la respuesta en una serie. En ésta el hijo del protagonista había dejado de tocar tras la muerte de su madre en el primer capítulo. Su padre se preguntaba porqué su hijo había dejado de lado algo que tan feliz le había hecho durante años. Una mañana se lo pregunta, le dice que todos deben superar lo ocurrido a su madre y que deben continuar con sus vidas. Pero lo que el padre no sabía era que su hijo no había dejado de tocar porque su madre había muerto, sino porque él nunca se había interesado en cómo tocaba el piano. El hijo había dejado de lado una pasión a la que su padre nunca había prestado atención... Y ahora pienso yo, ¿cuántas veces se interesó mi madre porque tocara?, ¿cuántas veces contemplé en ella la misma cara de satisfacción que veía en mi padre cuando la música poblaba nuestra casa? Al escuchar al hijo increparle a su padre todo eso me pude ver a mí mismo haciendo lo mismo con mi madre. Entonces me di cuenta de que nadie me había instado a continuar con las clases de piano. Había propuesto el fin y lo habían aceptado, un error que un día como padre no pienso cometer, pues siempre hay que apoyar a tus hijos, pero a veces también hay que mostrarles cuan equivocados pueden llegara estar.

Y ahora ya es demasiado tarde para volver a poner mis manos sobre esas teclas. Me pregunto si sería capaz de hacer sonar alguna melodía. De vez en cuando lo hago en sueños y mis dedos se vuelven a deslizar por el piano con soltura. Pero en la realidad no existe la soltura, sino sólo torpeza.

domingo, 29 de mayo de 2011

Física cuántica

 Paris Je T'aime



Veo los dedos luminosos que el sol cuela entre las nubes y pienso que ahí está la mano de Dios. Desearía que me tocaran en esta tarde tan llena de pensamientos contradictorios y aportase un poco de lucidez a mi cabeza.

Mis ojos comenzaron a llorarme sin motivo hará una media hora. Comenzó con un picor leve, pero que luego provocó que mis mejillas se mojasen con surcos de lágrimas. Mi mente adormilada tuvo la genial idea de sorprenderme pensando que él estaría llorando en aquél mismo momento, por eso yo también lloraba. Es como la física cuántica, un electrón que puede estar en dos lugares a la vez, solo que en este caso es un alma que está en dos cuerpos diferentes. O eso es lo que pensé entonces. Pero ya digo, como en muchas otras ocasiones, incluso a mí me sorprendió el haberlo pensado.

Hay un sentimiento que no cede a la razón, y es el de que él me falta para completarme. Y lo percibo, a veces cuando me quedo ensimismado puedo sentirlo dentro de mí, por todo mi cuerpo, como si llenase cada pedacito de carne. ¡Parece de locos!, pero él está unido a mí de algún modo. Y sé que físicamente no está cerca, la distancia es algo que ya tengo superado, pero también creo, y esto es lo peor de todo porque me genera un miedo atroz, que aunque lo tuviera delante de mis narices no sabría reconocerlo. La experiencia ha creado una nebulosa frente a mis ojos que me impide ver más allá de mi propia idea que de él tengo. Aunque, bien puede ser que se trate sólo de un miedo sin sentido, como todo buen ser humano posee (desgraciadamente).

Aunque en contraposición, quizá sea así como todo tiene que ir en mi vida, son estos los caminos que tengo que tomar y los errores que cometer para seguir llorando y crear más nubes frente a mis ojos. Quizás es así como llegado el momento, me halle preparado para recibirlo a mi vida sin sentir dolor por su perfecta fusión conmigo, pues hasta lo bonito puede dañar. Sino que se lo digan al sol, o mejor, a nuestros ojos cuando lo observan. Observar todo su poder nos daña la vista. Sin embargo, el sol visto entre las nubes es blanco y no daña...

jueves, 19 de mayo de 2011

Al fin, su nombre



Su nombre se ha diluido con alcohol en mis venas. La misma certeza que tenía antes sobre él se ha borrado con las constantes subidas y bajadas de mareas emocionales en mi corazón. Ya no hay ganas de encontrarlo ni motivación ni fuerza en mi corazón, tan solo una apatía extendida por todo mi ser. La incertidumbre cayó sobre mí como la sombra de un gran coloso y cubrió la luz que habitaba en este cuerpo. Ahora todas las luces de la magia están apagadas y ya sólo queda el camino fácil de los mortales, con un único fin seguro. Se han terminado los días en los que soñaba con él con cada canción y todas las lágrimas estaban dedicadas a sus ojos. A mi favor puedo decir que he perdido el miedo, pero se trata también de una hoja de doble filo, pues a su vez te sume en el estatismo; tan sólo te deja como una roca, un humano más que no supondrá nada para la historia de la eternidad. Ya no tengo la fuerza para cambiar este mundo, pues a pesar de haberlo escogido, ya no es mío. En mi cabeza poco queda del otro universo y de la magia que habita en él, y lo poco que queda lo dedico a escribir y a soñar con otro amor que nunca caerá en mis brazos, pues su “Ginebra” lo completa; o con el otro, que puede viajar kilómetros para venir a verme y hacerme sentir que a pesar de todo soy un joven con suerte. Pero ninguno de ellos ni de todos los demás es él; nadie puede sustituir la magia que fluía de mí en sus brazos, en un tiempo ya olvidado para muchos. Mi alma se encuentra ahora disociada y repartida por este país en manos de demasiadas personas. Pero el problema no reside en que no sepa qué camino tomar (una vez más), sino en que no sé si el pedazo de alma que poseo me pertenece a mí o a él, a mi amor de ojos azules.

He estado ciego por este mundo, me he encariñado con él. Sin embargo, no puedo olvidar que no pertenezco a él ni a nadie que habite aquí. Mi corazón todavía siente, ansía, espera el verdadero amor por el que todavía late. Y su nombre reverbera una y otra vez, resuena y con cada vibración de voz lucha por mantener con vida al menos una ínfima parte de la luz que habitaba en mí. Él es Jacobo, y aún me está buscando, pero no me encuentra porque camino con los ojos ocultos, sin permitirle a nadie que vea dentro de mi alma y me reconozca. Si alguien lo ve, que le diga que he caminado hacia el amanecer, pero que otro me esperaba en su lugar.

sábado, 14 de mayo de 2011

Siete días




Cerré la puerta del coche con el eco de tu abrazo todavía aplastándome el vientre. Mientras introducía la llave y hacía callar la radio te vi caminar despacio y con la cabeza agachada; “paseniño” se dice en mi tierra. Me entraron ganas de gritar tu nombre, que te dieras vuelta y me volvieras a abrazar. Deseé en ese momento que el mundo se parase a mirarnos, dos más que se habían abierto el alma, y contemplara el capricho del destino que nos llevó a conocernos sin darnos oportunidad de poder disfrutar de otra noche que replicase todo lo anterior. Pensaba que volver a prenderle fuego a las sábanas iba a ser algo meramente imposible.

El camino de vuelta no lo hice yo, creo que el coche condujo sólo esa media hora. Mi cabeza volaba entre un niebla espesa que impedía ver más allá de ti, que estabas frente a mí con tu cara de niño y tu sonrisa perfecta. Nene, esa noche y la mañana siguiente fueron extrañas, llenas de sentimientos contradictorios acerca de lo ocurrido, no sobre ti. Una vez más me digo que para una vez que alguien vale realmente la pena, no puede ser. Sería muy arriesgado, y estaría dispuesto al riesgo si no fuera por lo complicado de la situación. Pero de momento en siete días yo no voy a estar aquí sentado solo, pues tus manos volverán a tocar mi espalda, tus labios a rozar mis orejas y tus piernas a enredarse con las mías. No puedo evitar pensar en qué vendrá después de eso, soy así. Pero sé que no es bueno hacerlo, así que reprimo los pensamientos. Que sea lo que tenga que ser, yo continuaré el camino para bien o para mejor. Dios sabe que pensar en tu cara es la prueba que tengo de que los fantasmas del pasado se han marchado de aquí (me toco la cabeza con el índice). Los sentimientos son la marca de que es real, eso es lo que te debo.

martes, 3 de mayo de 2011

Parte del camino



Ya está. Ha terminado de amanecer y yo he conseguido alcanzar la playa antes de que el sol se alzase sobre la bóveda celeste. Las huestes de la noche quedan ya atrás, junto con el dolor y la soledad; sobre todo ésta última. ¿Y qué hay ahora? Pues el sol y el sonido de las olas rompiendo bajo nuestros pies. Y no estoy solo, me acompañas tú y la esperanza que despertaste dentro de mí.

Conociste a una amiga mía mientras caminabas con tu mochila hacia Santiago de Compostela y ella tuvo la feliz idea de creer que eras para mí. Me armé de valor y quise conocerte, sin esperar que fuese a ser como fue. Reconozco que a mi amiga le dije que lo hacía por mí, que hasta entonces no había podido conocer a nadie nuevo pero que ahora había superado mis fantasmas del pasado y que estaba dispuesto a un cambio en mi vida. Era el momento idóneo para conocerte. Sin embargo, a medida que te escuchaba hablar lo demás desaparecía; el pasado quedaba oculto en la noche que dejo atrás, los amores no correspondidos perdieron peso al convertirse en plumas que una ráfaga de viento se llevó, y el dolor que sufro en el presente por otros motivos se borró con el barrido del sonido de tu risa. Cada palabra tuya hacía que me gustaras más. Tienes carisma, inteligencia y es imposible no cogerte cariño. A medida que pasaban las horas el lenguaje corporal se hacía más evidente y terminamos en un sofá, yo con tu mano entre las mías. Nos costó lo nuestro, pero supongo que ambos queríamos estar seguros de quién era el otro. Entonces sí, nos besamos.

Fueron tres días, pero los suficientes como para cambiarlo todo. Me confesaste la primera mañana que no eras de mostrar tus sentimientos, que te costaba. Sin embargo, te pasaste las dos tardes siguientes haciéndolo. Supongo que eso tiene su mérito, al menos porque ambos despertamos cosas ocultas en cada uno. La playa fue testigo de nuestros besos y abrazos hasta que el sol cayó, pero la luz seguía ahí, brotando de tus ojos. Esa noche me dedicaste “Sex and fire” porque no dejabas de llamarme bones por mi cuerpo delgado y esa canción dice rattling bones. Ya el domingo te despediste de mí, pero yo sabía que no me podría resistir a la tentación de volver a visitarte esa misma noche. Así que dejé que los problemas en casa pasaran de largo y que mi coche me llevara de vuelta hacia la playa, donde me esperabas con un beso y una sonrisa que borrarían de nuevo todo lo demás.

Una de las frases que no olvidaré en tiempo y que quiero que perduren, y que me dijiste según nos levantamos la segunda mañana, fue: “el camino sigue”. Cada vez que la recuerdo me aborda una sensación ambigua, pues no sé si lo que siento es paz por haberme topado contigo en el camino, o angustia porque la vida continúa y tú y yo estamos a distancia. “Eres parte del camino”, me dijiste; tan solo espero ser esa parte que perdura durante tiempo. Espero volver a besarte, sentados en la arena de Riazor. Quiero que me vuelvas a besar en el pecho, en el hombro, en la oreja y en la boca. Deseo que pronto nuestros caminos se vuelvan a cruzar y que ambos formemos parte de un solo camino, pues hacía mucho tiempo que nadie despertaba esto en mí, esta ansia, esta necesidad. Mientras ibas en un tren de vuelta con tu familia y yo ya estaba lejos de casa me confesaste las ganas que tenías de verme. Pues bien, yo también tengo ganas. Y ahí va otra frase tuya, otra de esas tantas que me han llegado al alma: “confio en que si ha de pasar, pasará”.

jueves, 28 de abril de 2011

Incapacitado



Ojalá pudiera iluminarte con mis manos, arrancarte de la noche con un beso y con una mirada eliminar la felicidad artificial que te provoca el polvo blanco. Pero la vida finalmente ha roto el lazo de seda que unía nuestros caminos y yo viajo ahora hacia la luz. Tú, en cambio, te has rendido al dolor y has dejado que la vida te supere, con esa práctica desagradable como única vía de escape. Y no te juzgo, ya he visto en tus ojos miles de veces el dolor que soportas. Pero amigo mío, es a este corazón al que le duele, tú fuiste mi primer y único amor y ahora que te he dejado marchar me doy cuenta de lo duro que ha sido el camino que te ha tocado tomar.

Cuando te vi en el segundo piso de aquel bar, con aquellas compañías, sólo sin ninguno de tu pandilla, entonces lo supe. No me hicieron falta más datos; es uno de los dones que tengo, que soy muy observador y me doy cuenta de todo a la primera. En ese momento lo supe pero no lo quise aceptar; fue una amiga la que hizo un comentario, entonces le dije: «ya lo sé, ya lo había visto...» Fue suficiente todo eso para darme cuenta. Y amigo mío, me duele el corazón cada vez que me vuelve la imagen de ti junto a ellos, con la mirada perdida y sonriendo al vacío. Y sé... asumo que no puedo ayudarte. He zarpado, te he dejado atrás con las demás cosas del pasado. Ahora ya no puedo volver atrás y pedir explicaciones, o volver a formar parte de tu vida, o mismo reclamar la parte de tu corazón que una vez fue mía. He puesto fin a mis sentimientos porque ya era el momento, pero lo que duele es verte mal y no poder hacer nada.

Me gustaría viajar en el tiempo y cambiar ciertas cosas. Tomaría un avión a la velocidad de la luz y al romper la barrera del sonido desearía volver al lugar en el que todo cambió. Pero, ¿alguien me aseguraría que todo fuese a estar mejor a mi vuelta al presente? No tengo poder sobre ti, ni un poco para ayudarte. Tan solo pido que el que fue mi mejor amigo consiga salir de la oscuridad en la que ha caído. Pero en vano... 

Ojalá tuviera luz en mis manos y con ella pudiese borrar todo el dolor que llevo tiempo viendo en tus ojos cuando me miras. Una vez más, estás fuera de mi alcance. Y siento que la culpa me sume por no poder ir más despacio de lo que viajo por esta vida, con los sueños como únicos compañeros de viaje y el caballero de ojos de cielo sobre el dragón escarlata como única meta. Tú fuiste el "amigo de los caballos" y te nombré Príncipe. Ahora que acepto mi destino me arrepiento sólo por ti. Pero hay batallas que sólo las debe combatir un guerrero. Espero que en ésta que se libra en la tierra que ahora dejo, al final de la noche seas tú el que quede en pie para recibir el día. Pues para entonces seré yo el que te espere a ti para darte la bienvenida a esta nueva vida.

sábado, 23 de abril de 2011

Ya está amaneciendo



Atrás quedan las sinfonías sin voz, los caballos que una vez fueron amigos y también la necesidad de tomar como rehén a una hoja afilada y forzarla hasta cortar la carne. Como un eco tardío todavía se pueden sentir en esta casa los momentos en los que mi alma se retorcía de dolor dentro de su prisión, cubriendo de palabras páginas y páginas con tinta roja que manaba de mis venas. Fantaseaba con el fin del mundo porque no tenía valor para terminarlo yo mismo. Pero entre las altas torres ya amanece, y se puede escuchar, aunque todavía como un leve zumbido, el clamor de los cuernos que anuncian el comienzo de una nueva era, una era que me arranca de la noche directo hacia un amanecer constante.

He vivido en el frío de las calles bañadas por la tenue luz de las farolas, sumido en el temor de que entre aquéllas a las cuales no tocaba habitaban seres que podrían llevarme directo a la perdición. Con las manos en los bolsillos como única protección, simulaba con una sonrisa forzada noche tras noche que este mundo era el mío. Sin embargo, todavía añoraba el sol, ese que durante la eterna noche no existe; la luz es artificial. Los sueños eran los únicos que me podían acercar un poco al recuerdo del día y a su vez, a Él. Entre demonios y bestias nocturnas que me sonreían y me chupaban la energía, me escondía para leer y escribir acerca de su mirada, aquella que no era oscura como la del resto en la noche, sino azul como el más radiante de los días de verano. ¡Oh!, el verano. Tampoco había verano si no había luz, sólo frío, viento y oscuridad. Los recuerdos de una vida ya casi olvidada eran los únicos que me hacían continuar caminando, alimentándome cada día de ellos aunque fuera muy poco. Eran el pan y el agua que mantenían con vida a un pobre desertor de su mundo. Pero, ¿cuál fue mi crimen? Escogí la vía fácil, sí, pero quién no lo hace hoy en día. La guerra había acabado y habíamos perdido demasiado. ¿Por qué diablos preocuparse por un futuro si teníamos en nuestras manos el presente? Oh, sí, pero al presente lo habíamos matado entre todos los seres humanos una noche de borrachera y muchos dejaron de preguntarse por lo que vendría. Éramos vasallos del pasado y así nos sumimos en la noche eterna, con el dinero y el cadáver de nuestra alma en respectivas manos.

Y en ese contesto las respuestas surgieron sin esperarlas. Di con los libros y las personas adecuadas, creando de este modo un pasaje de vuelta a la verdadera realidad. No quise seguir siendo uno más que camina por la noche sin cuestionarse porqué lo hace, y volé. Para entonces ya lo había comprendido, sabía qué era lo que tocaba ahora y cómo debía actuar. Mi alma volvió a pertenecer al sol y supe decir basta a la mano que me llenaba la botella de sangre ajena. Entonces abrí los ojos y vi que a mi alrededor a la gente no le importaba. Ya no pertenecía a este mundo, era digno de la luz otra vez. Y aquí estoy ahora, caminando hacia un amanecer, con un sol radiante que me acaricia la cara, pálida por los años de oscuridad, y ciega mis ojos harto acostumbrados a la luz tenue. Y ahí está Él también, a lomos de su dragón encarnado, con una mano en alto saludándome y la espada del rey en la otra, siendo el primero en darme la bienvenida de nuevo a mi hogar. Con el sol alzándose a lo lejos, él avanza hacia mí y voy descubriendo de nuevo sus rasgos, olvidados hacía años a causa del dolor. Pero sus ojos son tal cual los podía recordar, y sí, me dan la misma vida que pensaba me darían, con ese color azulado que tiñe mi corazón de esperanza.

Se acabó la noche. El día ya comienza.

sábado, 16 de abril de 2011

Vidas paralelas



Hay un anciano que lleva los kilos equivalentes a la suma de todo el dolor vivido en arrugas en la cara, su espalda encorvada por el peso de los años y la mirada abultada de tantas lágrimas derramadas. Se puede percibir el cansancio en sus ojos, aquellos que en un momento de su vida fueron marrones y la gente solía decir que estaban llenos de vida. A esa gente le gustaba que él los mirara directamente a la cara, pues siempre lo hacía. Transmitía con cada una de sus miradas la fuerza de su espíritu y la inteligencia que había labrado con años de duro esfuerzo entre páginas de libros. En su dedo anular, como bien suele ocurrir con mucha gente de esta edad, todavía descansa el anillo de boda como la espada clavada en la piedra de la que sólo el elegido puede arrancar, pues una vez él fue el que lo puso en su mano sumando a ese hecho una promesa. Pero ésta se rompió por caprichos del destino, y ahora el anciano viaja sólo por su mundo en declive, sin otro apoyo que el de el cartón de vino que descansa entre sus zapatillas raídas y las monedas que caen en la noche fría. El único compañero que le queda es un libro en el que todavía continúa escribiendo, aquél que una vez por su cumpleaños una amiga le regaló para que escribiera “sus mejores pensamientos”. Pocas páginas en blanco quedan ya, pero por rutina, vuelve a escribir su nombre una vez más.

Cuando se haya muerto, ese anciano de muchos cederá su cuerpo al olvido. Lo único que quedará de quién fue una vez será aquel libro negro, ya por fin terminado. Éste caerá en manos de alguien que sepa apreciarlo, pues ese es su fin. Y cuando él o ella lo lea, sabrá que una vez perteneció a un muchacho soñador que solía escribir delirios sobre almas gemelas, islas perdidas en el océano, dragones con escamas brillantes como rubíes, un príncipe de fuego y, sobre todo, ángeles. Será entonces cuando la historia de lo allí narrado será contada a todo el mundo, todos conocerán su vida, los libros sobre él colmarán estanterías que continuamente estarán reponiéndose. Pero sólo la persona que lo haya encontrado sabrá que ese no era el sueño del anciano que una vez había sido un muchacho soñador. Su sueño habría sido el de vivir una vida normal como la de cualquiera, formar una familia junto al hombre al que siempre había amado, hacerse escritor y llenar estanterías con su propio nombre, tener hijos y nietos y enseñarles hasta el día de su muerte todo cuanto en los libros pudo él aprender. Y entonces, esta persona que encontró su libro llorará y la barrera del tiempo y el espacio se romperá para engendrar una realidad paralela en otro universo. Y en ese nuevo mundo el anciano tendrá la oportunidad de volver a ser un muchacho, con la única diferencia de que esta vez estará guiado por una fuerza divina que lo lleve por el buen camino. La paciencia será un don del que ahora podrá gozar. Tendrá una nueva oportunidad para soñar y vivir.