jueves, 21 de julio de 2011

BSO (1)

IRIS
(GOO GOO DOLLS)




Una vez más la banda sonora de mi vida vuelve a traerme de nuevo frente a una hoja en blanco y a tomar las riendas de las palabras para evocar los sentimientos que estos días no hacen más que generar un dolor leve en mi pecho. Goo Goo Dolls con su magnífica “Iris” me recuerdan una frase que hace un tiempo escribí en mi libro en blanco: en el mundo hay humanos e inhumanos, pero todos ellos sangran cuando los pinchas, están vivos. 'Yeah, you bleed just to know you're alive', esa es la frase que me ha llevado a recordarla. Conduzco sobre un puente, luchando contra el viento para que el coche continúe en su carril y no se vaya para los lados, pues en Galicia a pesar de ser julio el mal tiempo siempre tiene su lugar.

Puede que el dolor del pecho pueda suponer que estoy sangrando por dentro. Me siento derrotado por mis sentimientos, traicionado por el único amigo del que nunca dudaría: yo mismo. Había venido tan entero, tan decidido a hacerme valer, a conseguir que este final, esta nueva década que para mí comienza, supusiera el cambio decisivo en mi vida. Pero no. Me siento inútil, adolescente de nuevo, vuelvo a retroceder diez años en mi vida y no estoy viniendo de vuelta de ver la última entrega de Harry Potter, sino que voy con mis padres y mis dos mejores amigos a ver la primera. Y sí, uno de ellos es él... Y las palabras no dejan de torturarme y hacerme sangrar por debajo del pecho izquierdo, pinchándome sin pudor: “cuánto han cambiado las cosas”. Todo lo que había hace diez años no lo hay ahora, ni en lo relativo a mis padres ni a él, se quedó atrás en la otra década, que oficialmente termina conmigo saliendo del cine (algo tan simple como eso) y recordando aquella ocasión. Supongo que se me puede considerar un imbécil por caer de nuevo en el mismo bucle de antes, otra vez la pescadilla que se muerde la cola. Yo mismo lo hago. Pero, ¿cómo no voy a volver a caer cuando una y otra vez él está presente en cada momento? Un Seat León que pasa; el final de una saga; una canción que en secreto le había dedicado; un recién conocido que me dice dónde vive y yo digo: «anda, si allí vive Felipe», y él me dice: «sí, lo conozco, jugábamos de pequeños juntos», y pienso: «nah, yo tan sólo lo conozco de un par de conversaciones» (bien repletito de ironía)... No voy a seguir porque llenaría hojas. Pero el caso es, siempre que vuelvo parece que los sentimientos esperan a que me acomode en casa para volver a usurpar el puesto a mi estabilidad emocional. Vuelta a redil, vuelta a caer en lo de siempre, girando sobre el mismo eje: él. Soy un ave que quiere echar a volar y cuando cree llevar un tiempo suspendido sobre la tierra cae de nuevo en el mismo lugar, y ya estoy cansado de ser tan débil.

Vuelven los sueños sobre él, la angustia, el no saber qué hablar con él porque lo único que de verdad le quieres decir no te atreves... Uno ya no sabe qué tiene que hacer para quitárselo de la cabeza, si cada vez que vuelvo a verlo los sentimientos retornan, quizás con más fuerza. Y aunque suene un poco friki, me quedo con una frase de la película en la que uno dice (sólo cambio el género de la frase): «siempre ha sido él». Puede que no me quede otra que aceptar ese hecho, que siempre ha sido y será él, y que tengo que vivir con esta herida que no dejará nunca de sangrar.

sábado, 9 de julio de 2011

Carreteras de papel de fumar




Envuelta mi desnudez con un llama hueca que separa mi yo del mundo por una capa de fuego. En el centro de un cruce con cuatro salidas distintas caigo de rodillas. No sé por cual he venido, y también desconozco cual voy a tomar. Roto por dentro, mis lágrimas no son lo suficientemente fuertes para apagar el fuego. El crepitar tan sólo acalla la música del piano y sume el ambiente en un silencio asfixiante, pero es suficiente para hacer que todo mi mundo termine por derrumbarse. Veo lo que tengo afuera, pero en tonos rojizos y anaranjados, de un fulgor tan intenso que difumina los contornos. Sus ojos ya no son de hielo, sino rojos como el interior del infierno en el que me sumo. Si intento mirarlo, aparta de mí su cara y camina en dirección opuesta. Si lo intento seguir, la carretera desaparece como papel de fumar al ser tocada por la llama. No hay camino que pueda seguir. Soy incapaz de tomar una dirección a ciegas por un prado muerto, en medio de un desierto. Necesito esa carretera y él no espera, su paso es firme y decidido. El mío lento y flameante, destruyendo todo lo que toco, chamuscando mi razón, evaporando las lágrimas, haciendo que el aire sólo sea respirado por mí en el interior de esta llama. No hay camino que tomar porque yo lo he calcinado. No tengo fuerzas para seguirlo allá donde va. El dolor sólo aviva esta coraza ardiente y me sume en una soledad que no se detiene en su empeño por consumirlo todo. Mi mundo se quema y no puedo hacer nada por remediarlo.