lunes, 12 de septiembre de 2011

Sólo dos nombres en el capó de mi coche





Todo empezó por el final. Faltaron los besos, tu pelo revuelto sobre mi almohada, mis manos en tus hombros y todo aquello que una pareja puede llegar a hacerse en el tiempo que prometen estar juntos, sea bueno o malo. En su lugar aparecieron las lágrimas en mi mirada, el vacío en mi pecho y la carencia de una ilusión que, según creía, podría traerme a la vida de nuevo. Me gustaba lo complicado de la situación y la idea de haber encontrado por fin a alguien que tuviera esa pieza del puzzle que encajase con la mía. Siempre pensé que no era fuerte, que de vez en cuando tenía ese valor que hace falta para dar los pasos en la vida, pero que no era a tiempo completo. Contigo me creí con fuerzas renovadas, perdido tan solo en tu mirada y con mi mundo envuelto por tu voz. Pensar en ti me hizo olvidar el miedo a quedarme solo. Pero el verano llega a su fin, mi pueblo se vuelve a quedar vacío, yo me tengo que ir de nuevo a por mi futuro y tú desapareces de mi entorno hasta dentro de tres estaciones. Te llevas contigo mi ilusión y las respuestas a las preguntas que tanto quise hacerte. Ya no sabré si fue interés o amabilidad lo que te llevó a entablar esas largas conversaciones conmigo. Aquí se queda el recuerdo de tu nariz y el sonido de tu voz, que retumbará durante días en mis sueños. Mis labios son ahora una línea recta y mis ojos se plagan de lágrimas que no dejo salir por vergüenza. Debo volver a luchar con sólo dos manos, cuyos brazos son los únicos que ahora me envuelven en la noche. En mi coche, escrito en el polvo que lo recubre, ya sólo quedan nuestros nombres escritos con el índice entre los que tan sólo hay una “&” que los separa, que recuerdan este verano en el que estuve a punto de rozar con los labios la felicidad plena que creí hallar en tu piel.


sábado, 3 de septiembre de 2011

Reinvención



El autobús había salido de madrugada de la ciudad y el mar quedaba ya tras su camino. Con el trascurso de los kilómetros, los árboles que cubrían las altas montañas, haciendo parecer su aspecto a un manto verde, habían ido manteniendo las distancias entre cada uno de ellos; pasando de compartir raíces a ni siquiera llegar a tocarse aunque vientos huracanados agitasen sus ramas. Algunos incluso habían rendido sus copas al suelo y éstas se dividían en tres ramas grandes que se alzaban al cielo para luego descender, dándole el aspecto de tres grandes garfios con sendas ramas menores con hojas. Las montañas se estiraron en largas llanuras que se besaban con el cielo en el horizonte y la tierra parecía recién arada, sin hierva ni plantas; aunque lo más acertado fuera jurar que en aquella tierra no había crecido hierva alguna desde hacía tiempo. El poco rastro de agua en sendos lados de la carretera eran aquellos caminos profundos por los que el agua de la lluvia o mismo un pequeño riachuelo habían serpenteado con su cuerpo de agua, lodo y cantos rodados; pero aquello también parecía pertenecer a un tiempo lejano. En el cielo se podían ver diminutos puntos negros que describían círculos en un fondo que con el paso de las horas de la mañana era cada vez más azul. El gris había dejado paso a un cielo despejado. Mi tierra quedaba ya atrás y me parecía que algo de mí también lo hacía.

Y no sería el sueño el que se fuera quedando atrás a hacerle compañía a las montañas, pues llevaba un par de días sumido en un malestar corporal tal que juraría que las resacas comienzan a durar más de un día. Tampoco las preocupaciones que me rondan por la cabeza, ni la música constante, ni los anhelos... Sin embargo una nueva amiga se había sumado a estos en la última parada: la necesidad. Digo que era nueva no porque no la conociera de antes, sino porque era raro que se quedase conmigo más de un día. Esta nueva amiga me insta a una reinvención inminente en mi vida. La necesidad de un cambio en ésta y en mi actitud me hace reconocer que la culpa de mi situación es sólo mía, y que si de verdad quiero lo que busco debo empezar realmente a buscar, no a decirlo simplemente. Pero no se trata de algo tan etéreo como la felicidad lo que busco, sino de una meta más alcanzable a corto plazo: sentirme bien sólo; y para ello tengo que empezar por contemplar mi vida como algo que puedo construir sin ayuda de nadie, sólo con mi determinación. Reconozco que el viaje me ha traído de vuelta a una ciudad a la que no me apetecía volver a consecuencia de los acontecimientos del año pasado. Creía que si volvía las cosas irían a su vez mal, como la progresión de excesivo verde a sequía que había visto en el trayecto en autobús. Pero ese modo de pensar no se corresponde con alguien que ha decidido luchar; ya no se corresponde conmigo. Mi vida venía teñida de blanco y negro, como fotografiada con una cámara antigua, de esas en las que el revelado es más elaborado de lo que uno está acostumbrado a ver en las películas. Ahora el tono de mi vida es más claro, como si el sol se colase en cada una de las instantáneas que de ella saco, tiñéndola de rosa, naranja y azul.