lunes, 26 de noviembre de 2012

Si tan sólo



 Esta entrada fue inspirada por la siguiente canción:



No recuerdo el nombre de aquel viejo café en el que me encontraba; quizá pueda ser porque haber sabido el nombre de ese chico hubiese bastado, y al no hacerlo no encontraba necesario fijarme en ese tipo de nimiedades. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no tomaba un café aquella mañana del mes de noviembre. Me había rendido a la boca ambarina de una botella de cerveza. Con su beso frío en los labios todavía, vi aparecer su rostro por la puerta a mi izquierda. Deseé que se hubiese quedado atrancada, que el frío de afuera hubiese creado escarcha en la cerradura y los cuatro gatos que adentro nos hallábamos nos hubiéramos quedado encerrados; aquello tan sólo para que mi cuerpo no hubiese perdido el equilibrio, físico y mental, y la fuerza de gravedad que lo mantenía anclado al taburete alto frente a la barra. Pues en cuanto mis ojos le enviaron la reciente imagen a mi cerebro, y éste la registró, su cara revolucionó mis conexiones neuronales e hizo de mi cabeza un huracán, que duró milésimas de segundo y dejó como daños irreparables que mi corazón me estuviera produciendo una taquicardia y que yo ya no volviera a ser yo; en mi cabeza había otra persona más, y le pertenecía a él.
Una orquesta comenzó a tocar en mi mente, liderada por el sonido de la cuerda y una flauta. El piano vino después, pero no tan presente como los anteriores. En crescendo la melodía desbarataba toda mi integridad. El punto álgido de aquella oda a la alegría llegó cuando se sentó frente a la misma barra que yo, a un taburete de mí y me miró. Para entonces los tambores golpeaban mi pecho, los violines y contrabajos zumbaban con crueldad en mis oídos, el piano era aporreado con dureza en mis manos y las trompetas, ¡oh, las trompetas!, eran como dioses que gritaban en mi cabeza diciéndome: «Salúdalo, salúdalo». Pero sus ojos de nuevo inhibieron todo tipo de reacción rápida y mi única respuesta fue un movimiento de cabeza que se quedó en un asentimiento burdo, triste, penoso, vergonzoso...
Y en ese momento pensé para mí, para aquellos dioses misericordiosos y para los músicos de la orquesta: «Si tan sólo pudiera...»
Es curioso cómo las personas reaccionamos ante situaciones que tanto hemos anhelado. Nos pasamos la vida soñando, inventando escenarios y creyéndonos historias que vemos o leemos, pero cuando llega nuestro momento de ser los protagonistas y dar una paso de fe, entonces nos quedamos bloqueados en el taburete de frente a cualquier barra, diurna o nocturna. Y nos lamentaremos por ello mucho tiempo después, llegando incluso a creernos esa milonga que reza: «si es que no era para mí». El caso es que somos unos cobardes, digan lo que digan. Si yo no supe reaccionar es porque me pudo la situación, porque era un evento inesperado que creó en mí una crisis que todavía me tiene escribiendo día tras día sobre el dolor que me dejó.
Y ahora él es una parte de mí, tan sólo porque ha generado un cambio en mi cabeza, una reestructuración cerebral a nivel neuronal que me ha cambiado para siempre y que no me deja escapar a su recuerdo. Soy todo suyo. Sin ninguna otra meta que morir en su pecho, rodeado por sus brazos y con la música de la orquesta envolviéndonos. Frente con frente. Con mis dedos en su largo pelo ondulado. Deseoso de no recibir más besos fríos de la botella, sino beber de él hasta morir de extenuación.
Si tan sólo pudiera haberlo saludado decentemente. Si tan sólo pudiera haberle sacado conversación, preguntado su nombre o acercarme tal vez. Si no hubiese sido tan imbécil y no me hubiese hundido más y más en mi asiento, apurado la cerveza y levantado para irme. Si esto no hubiese sido más que una parte más de mi volátil imaginación. Tal vez, si cabe, ahora estuviese describiendo su cuerpo dormido en mi cama, mientras que todo esto nunca habría sido escrito y lo que estuvieseis leyendo ahora sería un posible. «si no lo hubiese hecho...».  


sábado, 17 de noviembre de 2012

7+9=A





Destruyeron mi mundo, los cimientos se volvieron de papel y las lágrimas lo humedecieron, obligándolo a ceder bajo el peso de mis problemas. Un demonio intentó aprovecharse de mi vulnerabilidad, volviendo a penetrar en mi vida tras años de separación después de episodios de peleas. Pero se quedó en un burdo intento, al menos de momento. Reconozco que mi debilidad a veces me lleva a tomar decisiones que creo acertadas y luego me rajan el corazón. Pero tengo un ángel que me susurra al oído cuando la algarabía de mi cerebro se calla. Y lo que me dice es que no, ese camino no. Algo mejor está por venir.
Ese ángel se transforma en morfina dentro de mí; que relaja mi inquietud y apaga mi dolor. La actitud de defensiva que mantengo se torna en la sonrisa que una vez perteneció a un niño. Hay mucho espacio entre él y yo, pero sólo físico. No hay vidas ni horas que calculen el tiempo que llevamos separados, pero aquí adentro, en mi pecho, todavía hay un corazón diminuto a ojos de Dios que sigue sintiendo algo cuando me imagino en sus brazos. Y no siento vergüenza alguna al reconocer que creo en esa fantasía. Sin palabras ni actos, él me ha ganado con la mera idea de imaginarlo.
¿Qué mal le puede hacer a uno pensar que se merece algo mejor, algo que una vez conoció y que no recuerda bien donde? ¿Cuál es el problema de plantear esa ecuación que desconoces la conclusión a la que te va a llevar? Si el fin de mi vida es resolver incógnitas, ésta no va a ser menos.


jueves, 11 de octubre de 2012

¿Qué he perdido?







Lo que he vuelto a perder es la ilusión. Una fina línea cruza mi cara en el lugar que le fue robado a una sonrisa. Me creí que la furia espantaba a los enemigos, pero lo que hace en realidad es dejarme solo sin compañía y envuelto en una vorágine de sueño y vigilia en la que ya no distingo la separación entre mi mundo y mi mente. No tengo motivación para levantarme de la cama y enfrentarme al exterior. Mi vida se ha limitado a una continua sensación de derrota y decepción, y ya no me quedan lágrimas en los ojos para arrastrarla. Mis sueños se inundan por la ola que surge del mar y envuelve mis anhelos; soy incapaz de subir a la superficie cuando la marea me cubre y tan solo puedo quedarme en el fondo, rodeado de libros y mesas vacías.
Una profesora mía nos dijo esta misma tarde que “el hombre es más fuerte cuanto más sensible es a la realidad”, que no debemos reprimir las lágrimas. Yo no he parado de hacerlo últimamente, reprimir, y me ha dejado exhausto. Se ha acabado el sueño de verano y se ha acabado el tener sobre mi cabeza el cielo despejado. Se acerca tormenta y ya ha nublado mi alma en su totalidad. No quiero perderme, cegado por el resplandor falso de mis sueños. Quiero tener la capacidad de dejarme llevar y aprender a cuidar de mí mismo. Quiero soñar con una vida abstracta y dejar a un lado los prejuicios. Pero me veo incapaz de detener la ola que asolará por completo mi vida.


miércoles, 19 de septiembre de 2012

La otra punta del universo.





Ya no quedaban esperanzas que le sirviesen de punto de apoyo. No había libros en las estanterías, dispuestos por orden de preferencia, que sirviesen para acallar el deseo de explorar nuevos mundos. No le quedaba un sólo lugar en el mundo al que pudiera otorgarle la etiqueta de “hogar” ni una familia a la que volver a ver reunida en Navidad. Ni siquiera le quedaban las palabras, pues había comenzado a escribir su vida en tercera persona, desconectándose por completo de ella. Ya no le pertenecía de todas formas. Le pertenecía al Tiempo, la caprichosa fuerza que una vez le había prometido que con el tiempo superaría la pérdida; aquella que había decidido detener el tiempo para postergar lo máximo posible la llegada de un día mejor. Y él ya no tenía fuerzas para continuar esperando en aquella cajonera en la que se había convertido su habitación. Veía que su destino, su felicidad y su amor estaban a años luz de él, y sin embargo su vida se había dado un tiempo y había decidido viajar a velocidad de turismo.
Por extraño que parezca, “años luz” es una medida de distancia, no de tiempo. Eso lo tenía muy claro, pues referirse a kilómetros para hablar de la separación entre ellos sería un error de cálculo básico. Para él era mucho más factible imaginarse que podría encontrarse en el otro extremo del universo, que pensar que aquella noche podrían estar contemplando la misma luna menguante, como habían hecho muchas otras veces paseando por la playa. Si algo le parecía tan inalcanzable como su felicidad, ese era el punto opuesto al sistema solar en el universo. Por mucho que el hombre construyese jamás naves muy potentes, probablemente nunca alcanzaría a llegar a tal punto.
Sentado en el tejado de la casa, contemplaba la clara noche. Había subido allí a través de la claraboya en el techo del baño y con cuidado de no resbalarse, avanzando a cuatro patas, se había ido a sentar en la lima. Conocía los peligros que suponía aquella práctica, pero le gustaba subir allí a pensar; es más, hasta lo llegaba a necesitar. Varias veces se había imaginado con él allí sentado, abrazados. Lo abrazaría por la espalda mientras le enseñaba “las tres marías”, Venus, quizás Marte según la época del año... Pero nunca había sucedido tal cosa más que en su cabeza.
No sabría a quién culpar. Es más, consideraba que la culpa carecía de importancia cuando ya todo estaba perdido. ¿Qué más le daba si no iba a estar de nuevo junto a él? Ya nada podría llevarle junto al único hombre que había amado realmente, por el único por el que hubiese dado el alma y por cuyo recuerdo cada día moría un poquito más rápido de lo que lo hace cualquier otro.
De otra persona podría decirse que nunca había apreciado lo que tenía hasta que lo perdió, pero no de él. Siempre había estado convencido de sus sentimientos y probablemente eso era lo que más doloroso hacía todo. Cuando uno pierde la única certeza que posee, lo que queda, por enorme que sea, se vuelve insignificante. Es entonces cuando la idea del suicidio comienza a danzar provocadora delante de uno. ¿Qué hace a un hombre rechazarla? La respuesta es sencilla: la esperanza, o la suma de todas las acumuladas en los años de vida. Pero cuando ya fallan demasiados pilares, cualquier estructura se derrumba.
Pensar en el suicidio se le antojaba tentador, aunque raras veces. No supondría ningún alivio morir, pues qué diferencia habría entre la muerte real y aquella que ya experimentaba. Lo único que le devolvería de nuevo las ganas de vivir, la esperanza y la vida, sería volver a hacerlo reír... Algo ya tan imposible como alcanzar la otra punta del universo.


jueves, 23 de agosto de 2012

Mi gemelo de la noche






Siempre recuerdo los sueños, y sueño muy a menudo; a veces tengo varios en la misma noche y soy capaz de recordarlos a la mañana siguiente. Pero cuando sueño en mi casa, donde vivo sólo con mi padre después del divorcio, en el pueblo, hay noches en los que me asaltan estos sueños sin sentido y aterradores que me dejan angustiado para el resto del día. No sé si será que estoy preocupado por algo, pero sólo los tengo aquí. Y todos tienen un denominador común: “la presencia”.
Mi casa tiene dos pisos, con las habitaciones principales arriba y una de invitados abajo. Mi padre lleva durmiendo en la de invitados ya dos años. Yo sigo durmiendo arriba. Sólo en toda la planta. Recuerdo cómo de pequeño tenía miedo a subir sólo, y si lo hacía era corriendo y cantando para no escuchar nada que no quisiera.
Durante el sueño estaba en el estudio, una habitación en el segundo piso, cercana a mi dormitorio, habilitada para mis libros, el ordenador, la amplia colección de música y películas y una montaña de ropa junto a una tabla de planchar. La puerta queda de espaldas a uno cuando se sienta en el escritorio, y eso hacía yo en el sueño. Algo que sucede mucho en mis pesadillas (las voy a empezar a denominar así porque al fin y al cabo son lo que son) es que las luces se apagan y que soy incapaz de encenderlas. Pero esta vez tuvo una variante: la luz comenzó a titilar y a descender en intensidad poco a poco. Mientras esto ocurría, yo me puse de pie y me encaré a la puerta. Frente a ésta hay otra puerta, una que siempre está permanentemente cerrada y que da a una estancia sin arreglar y que se utiliza para meter sin ton ni son todo aquello que no queramos tirar, pero que tampoco queramos por el medio; es decir, un trastero. Esa puerta seguía cerrada, pero durante el tiempo que duró el “apagado” de las luces comencé a sentir una presencia y la angustia me engulló. No era de ésa que te hace hiperventilar y ponerte nervioso. No. Yo mantenía la compostura como siempre que tengo el mismo tipo de sueño, pero el frío se apoderaba de mí, el corazón se me disparaba y el vello se me erizaba como cuando pasas por la piel un hielo. Suena como a película de terror, pero juro que es tal como lo estoy describiendo. Y en ese momento en el que comencé a sentir que había alguien más en la casa, entonces, no quedaba ya ninguna luz que me iluminara.
En el sueño pareció bastante el tiempo el que eché a oscuras, intentando percibir algún movimiento en la oscuridad, luchando con mis sentidos por ver, oír o tocar algo que no debiera estar ahí... o alguien. Entonces reparaba en que mi móvil estaba en mi bolsillo y lo cogía. Pero la luz duraba tan sólo un segundo, como si no quisiera encenderse. Resplandecía y luego se volvía a apagar. Pero me armé de valor (o el miedo me embargó y huir era la reacción más lógica) y corrí hacia las escaleras con el móvil en la mano y pulsando el botón de encendido continuamente para que haces cortos de luz iluminaran mi descenso. No miré atrás. Por las escaleras intenté gritar, pero no me salía más que un hilo de voz rota.
Entonces cuando llegué al salón, que es a donde dan las escaleras, había luz. Y no sólo eso, sino que allí me esperaba mi salvador: un joven alto, moreno y vestido con una camiseta negra (y creo que un pantalón negro también). A su alrededor había una especie de halo de oscuridad que me atraía, pues a pesar de lo que se pueda pensar, yo tenía la certeza de que él era bueno. Corrió hacia mí y yo no hacía más que jadear y señalar las escaleras. Cuando estuvo a mi lado me agarró la mano y entonces reparé en su rostro. Y esto es lo más raro que he soñado nunca, porque jamás me había ocurrido: era yo mismo. Era como verme en un espejo que perfeccionase mis rasgos, pues su pelo era más negro y sus ojos brillaban como el ónice pulido, su piel pálida parecía de mármol y sus músculos tensaban la camiseta. Mi otro yo, mi “gemelo de la noche”, susurró palabras de consuelo y me agarró de la mano. Él era como mi dopplegänger.
Ambos volvimos arriba, él liderándome y protegiéndome.
Cuando llegamos no había nadie. Las luces estaban tenues, pero al menos había luz. Al poco subieron mi abuela y mi madre, que llevan sin pisar esta casa dos años. Ambas también vestían ropajes oscuros. Todos nos reunimos en el pasillo, entre la puerta cerrada y la otra abierta. Nadie parecía extrañarse de que hubiera dos gemelos allí, ni siquiera yo. La presencia se había ido, pero el frío perduraba...


Me desperté con la misma sensación. Estaba tumbado de lado y escuchaba atentamente a todo lo que me rodeaba, por si había alguien más en la habitación (pues no sería la primera vez que me despierto con esa sensación). El corazón se me iba a salir del pecho y las imágenes del sueño continuaban aún en mi retina, aunque nunca hubieran pasado por ésta, aferradas como si no quisiera despertarme, como si todo mi ser quisiera volver a sentirse seguro en las manos de aquel yo que no era yo. Tardé al menos un par de minutos en encender la luz muy rápido. Miré a todos lados y, evidentemente, estaba solo. Pero el sueño había hecho mella en mí. No podía dejar de pensar en la presencia, y mucho menos en mi “gemelo de la noche”.
Cuando miré el reloj, no habían pasado ni dos horas desde que me había acostado.



miércoles, 15 de agosto de 2012

El primer vuelo




Era muy pequeño cuando comencé a echarlo de menos.
Soy incapaz de encuadrar el momento en una línea temporal concreta; ni siquiera sabría decir exactamente qué edad tendría por entonces. Digamos que era poco más alto que el paraguas de mi abuela y tan ligero que trepar por la baranda de la fachada de su casa me era muy sencillo.
Los sábados mis padres y yo teníamos por rutina ir a comer a casa de mi abuela paterna. No era por obligación a hacer una visita, pues vivían, y aún lo hacen, en la casa de al lado a la mía. Era más bien una monotonía. Yo solía saltar el muro que separa ambas casas e ir para comer antes. Mis padres lo hacían luego, cuando llegaban de trabajar. Recuerdo que aquel mediodía desde el mar se levantaban unas nubes grises que teñirían esta parte de Galicia de su habitual color de invierno.
Como siempre después de comer yo, llegaron mis padres y todos se reunieron a la mesa para comer. Yo no. Salí al exterior y comencé mis juegos conmigo mismo y mi mundo imaginario. Otra vez soy incapaz de recordar, pero supongo que el juego iría sobre algo de brujos, magia y mundos encantados. Me encantaba soñar que en el mundo existía la magia. Solía entrar y volver a salir por la puerta de la gran casa, o en su defecto hacerlo por una ventana que hubiese quedado abierta, y fingir que al hacerlo viajaba a un mundo paralelo en el que todo ser mágico existía. Un mundo con magia me parecía más seguro. Me sentía a salvo con un poder mágico en mis manos.
La tormenta se acercó y el viento comenzó a arreciar. Un viento loco que me alborotaba el por entonces largo pelo. Corría de un lado de la finca a otro simulando que algún ser malvado había mandado aquella tormenta para derrotarme. Fui directo al pequeño muro que separa la finca de un pequeño bosque que hay detrás de ambas casas y me aferré a la red verde que mi abuelo había puesto sobre éste, tensada por unas barras de hierro (de tal forma que aunque me colgara de ella no cedía). El viento del mar que venía por mi derecha me empujaba con fuerza hacia atrás y yo tenía que agarrar con fuerza la red para no caerme.
Dejo claro ya que mi memoria es pésima; aunque en mi favor alegaré que era muy pequeño para recordar los detalles. Pues bien, lo importante es que recuerdo que me puse a hablar con el viento, pidiéndole que me diera la capacidad para volar y hacerlo lejos de allí. Mi deseo era viajar a un mundo lejano en el que el sufrimiento se curase con un rayo de magia que sale de la palma de la mano.
Abría los brazos y me mantenía en equilibrio como podía. Cerraba los ojos y sentía el viento envolverme. Pasaba por debajo de mis brazos y soñaba que eran alas. Podía sentir cómo de haberlas tenido éste podría mover las plumas. Incluso llegué a agitarlos como si fuese a emprender el vuelo en cualquier momento. De haber sido así habría gritado de alegría, me habría dejado llevar por las corrientes, incluso aprovechar alguna para ascender y ponerme a una altura adecuada para que todo el pueblo pudiese ver al niño que había conseguido que el viento le regalase unas alas y le permitiese volar muy lejos de allí, hacia un mundo con magia.
Supliqué y recé, pero no a Dios directamente, sino a su aliento, a su viento. La única voz que me devolvió fue la mía propia. La única respuesta, la protesta de los árboles al ser zarandeados con tanta virulencia. No había manera de llegar a ningún lugar más allá del sol, como yo deseaba. Incluso llegué a coger el paraguas de mi abuela, que descansaba apoyado contra el muro, abrirlo y soñar que como Mary Poppins sería capaz de volar. Pero tampoco. Lo único que conseguía era caerme una y otra vez del muro, arrastrado por el paraguas abierto.
Y entonces fue cuando lo eché de menos. Volar. Ansiaba volar, ser un pájaro que se ve arrastrado por la tormenta hacia un mundo de color. Nombres como Nunca Jamás, El País de las Maravillas u Oz me pasaban entonces por la cabeza. Ahora sé que cualquiera que contuviese un poco de magia me sería suficiente. Pues en este mundo en el que me veía encerrado pedía un milagro a gritos.


Años después el viento me vuelve a recordar aquel día. Pero esta vez no es como las anteriores. Esta vez me hago llamar Alcaraván Sin Alas. Esta vez escribo metáforas y símiles sobre mi vida y el volar. Entonces por mi cabeza cruza un pensamiento: que nada ocurre por casualidad. Ese día fue el primero de muchos otros en los que añoraría lo que una vez había tenido y que me habían arrebatado: alas y magia. Y me veo postrado en este cuerpo desconocido, sin ninguna de las dos cosas y obligado a moverme con mis propios pies y a enfrentarme a dos males de los que todo ser humano escapa: dolor y sufrimiento.
Pero me sitúo delante del espejo y me digo: “no lo estoy haciendo nada mal”.


jueves, 12 de julio de 2012

Hola, Mundo.




Miro por la ventana y puedo apreciar tu acuarela pintada con delicadeza en ese cielo que continuamente nos observa y nos protege de la oscuridad más arriba. Los astros son cada uno de los ojos que empleas día y noche para vigilar que tus hijos estén bien, que cada uno de nosotros nos encontramos en el lugar en el que debemos estar. Los ruidos aquí abajo somos nosotros, demostrándote que continuamos con vida a pesar de las inclemencias de las que hemos sido víctimas durante tantos años, muchas de ellas obra de nuestras propias manos. Y a pesar de todo, el ciclo vital continúa, y tú sigues aquí, en cada uno de nosotros gritando: «bien, sigo consiguiendo manteneros con vida».

Pero no son los daños que entre todos te hacemos los que ahora me preocupan, sino los errores que yo he cometido al caminar por tu piel. Reconozco al fin que he pecado de un comportamiento muy pueril, creyéndome que todo lo podía, que todo lo que opinaba era lo mejor, que yo era perfecto como me había hecho el vivir en tu cuerpo... Me avergüenzo de solo reconocerlo. No me voy a escusar, sólo a reconocer mis pecados, aquéllos que más me corroen por dentro en esta tarde bajo tus cielos y envuelto por tu aire que me arranca sudor de la piel. En mi camino has puesto personas que yo he sabido expulsar con destreza. Me he convertido en un experto en quedarme solo, ahora lo comprendo. Por fin entiendo porqué duermo sólo amparado por ti, sin un brazo que se extienda bajo mi cabeza a modo de almohada, u otro oxígeno respirado en mis labios que no sea el que tú nos aportas a todos, o mismo una voz que me despierte con dulzura, no siendo tus pájaros molestando en mi ventana. He mirado hacia atrás y he recorrido con la mirada todos los pasos dados los últimos años, y sí, han sido muchos de ellos erráticos. Ese es mi mayor defecto y la condena que padezco es harto merecida.

Te pido perdón, Mundo, por haberme otorgado tantas oportunidades para ser feliz y no haber sabido apreciarlas, por haber pecado de egocentrismo y no haber visto que en el corazón del resto de tus hijos también hay dolor y pesar. Con los dedos cálidos de tu hermano Sol rozándome la pierna mientras escribo esto siento que el frío de mi actitud se desvanece, que comienzo a ser consciente de lo que he estado haciendo todo este tiempo, de cuan ciego he estado y no he podido ver que habrían sacrificado mucho por estar a mi lado; a ellos les pido perdón, a mis amigos y familia les doy las gracias por seguir ahí a pesar de que a veces mi carácter ha sido insoportable. Todavía le busco sentido a mi actitud, supongo que los problemas en casa han sido siempre muy notables, a pesar de que los reprimiese. No es una escusa, pero al menos no me hace sentirme tan mal.


jueves, 7 de junio de 2012

Kriptonita




La mera conversación sobre la película había derivado en las especulaciones sobre cómo sería la vida si poseyésemos características o poderes especiales. Él no dejaba de decir que desearía tener una piel más dura para que nada la pudiese atravesar; supongo que era debido a su irrefrenable pavor hacia las agujas, pero yo no dije nada y me limité a poner a prueba cada idea que proponía.
-Pero incluso lo resistente se puede romper -le dije-. Un vaso no lo puedes romper con una sola mano, pero si lo tiras o lo golpeas se rompe.
Hizo una rotación con los ojos y abrió la boca, irritado.
-No me refiero a algo tan rígido... aunque una aguja no puede atravesar el cristal de un vaso.
Ahí estaba la confirmación de mi teoría, a lo que añadió:
-Lo que quiero decir es que la piel de un rinoceronte estaría bien. A ver quién se atrevería a plantarse frente a mí.
Yo reí, más por mi ocurrencia, que estaba a punto de compartir con él, que por su comentario.
-¿El cuerno también iría incluido?
Me golpeó con el puño cerrado en un hombro, empujándome con éste hacia atrás y tumbándome de medio lado en el sofá cama que su madre nos había preparado para esa noche. Aquella tarde había acudido a su casa para hacer un trabajo con él, pues se había hecho daño en una rodilla jugando al fútbol y le habían tenido que clavar una aguja en ésta para quitarle líquido sinovial, que se había derramado y hecho hinchar media pierna. Me había comentado que poco se había enterado del dolor de la hinchazón exagerada que había sufrido, pero que el pinchazo estaba ya en el puesto número uno de sus experiencias más dolorosas. A pesar de todo, la pierna ya tenía un aspecto bastante normal bajo la venda. La tarde de invierno había tocado fin pronto y la noche se nos había echado encima a eso de las seis, obligándonos a encender las luces. La pereza y el cansancio hacia el trabajo también vino con la oscuridad, así que nos pusimos a hablar hasta la hora de cenar. Luego una cosa llevó a la otra: su madre nos trajo la cena, él me propuso ver una película y dormir allí, y yo no tuve más remedio (o sí, pero no quise) que llamar a mi madre y esperar a que me diera permiso para quedarme.
-Hasta a un rinoceronte pueden abatir las balas -puntualicé.
-Bueno, pues entonces lo que mejor me convendría, para dejar los cuernos de lado -dicho ésto me miró incipientemente-, sería la piel de Superman, a la que ni las balas pueden atravesar.
Para eso no tenía contestación. Hablando de pieles, la de Superman era el máximo exponente de la resistencia. Como él bien había dicho nada la podía atravesar, no siendo la kriptonita, algo de lo que yo sabía muy bien. Al fin y al cabo, todo el mundo tenemos debilidades, incluso los casi-dioses.
-Pues ya poniéndonos en extremos de fantasía y magia, yo preferiría tener la habilidad de viajar en el tiempo.
Ahora fue él el que se mofó de mi idea.
-¿Y para qué querrías tú viajar en el tiempo? Si la vida es mucho más interesante así tal y como es, con el tiempo viajando en una sola dirección.
Mi mente comenzó a fantasear sobre aquella idea y la realidad pareció quedarse en un plano paralelo. Tan sólo estaba él, mi punto de gravedad en este mundo. El planeta alrededor del cual mi vida orbitaba.
-Para decirte que te quiero, para besarte ahora que te tengo delante y puedo, pues no sé si mañana el mundo pueda decidir apagarse y sepultar nuestros cuerpos bajo toneladas de dolor. Porque si lo hago ahora y no me correspondes, al menos tendré la posibilidad de retroceder en el tiempo y evitar reaccionar de esa manera, y contarte alguna mentira y seguir charlando hasta que el cansancio nos tumbe. Porque si ahora te beso y tú me rechazas y comienzas a odiarme, entonces podré borrarlo y quedarme con la idea de dónde están los límites de nuestra amistad.
Pero evidentemente eso era lo que deseaba contestarle, no lo que realmente hice. Me salí por la tangente y la conversación derivó en otros temas.


Él era mi kriptonita, mi debilidad. Pero yo no era héroe ni podía viajar en el tiempo. Mi mayor pecado era mi juventud. Era débil, dependiente y soñador. Algo cobarde también se puede decir que fui, pues nunca tuve el valor de decirle la verdad y esperar con madurez a recibir el golpe de la verdad. Lo que hice fue escoger la primera oportunidad que me alejó de él. Ya nunca más nos volvimos a juntar, a pesar de que físicamente sí nos hemos tenido cerca.


jueves, 24 de mayo de 2012

No es justo...





¿Cuánto tiene que durar un abrazo? No, mejor: ¿cuánto tiene que durar un abrazo tuyo para ser suficiente? No sé si estoy enamorado de ti, o el término ya se hace pequeño para definir esta dependencia. Lo pienso objetivamente y sé que no debería, pero por todos es sabido que el “corazón” manda sobre la razón. Te has anclado en mi ser con tal fuerza que todas las artes de este joven aprendiz de brujo no son suficientes para erradicarte. Soy débil a tu recuerdo y a las fantasías que invento, aquéllas en las que tú me quieres también.
Me avergüenzo de mis sentimientos. No debería amarte. Pero si alguna vez me preguntan si he querido a alguien de verdad, no pensaré en ninguno de mis amantes. Cada golpe en la vida, cada desengaño amoroso, cada noche vacía de calor en mi cama me llevan a ti, a tu recuerdo. Ya no sólo te amo, sino que dependo de ti, mi vida entera es un continuo ir y venir a tu mirada.
Y no lo entiendo. No es justo...
La realidad objetiva se vuelve a colar en mi cabeza y me arrastra hasta la desesperación. Ya no puedo olvidarte. No podré jamás, pues eres el amor de mi vida. Tan sólo me queda la pueril esperanza de que algún día alguien me haga sentir lo mismo que tú; y aunque no llegue a borrarte, te conviertas en una etapa de mi vida que ha hecho madurar a éste Pequeño Débil.


jueves, 3 de mayo de 2012

Debilidades





Cuando llueve hay un niño en la calle vestido con tan sólo camiseta y un pantalón corto raído. Camina descalzo y nadie lo mira. No lo hacen porque es débil; el reflejo de lo que todos temen, de los errores, de las incertidumbres, la injusticia y la falta de decoro por parte de la vida. Ese niño es un fantasma vagabundo al que no le afecta la lluvia porque nació entre llantos. Dicen que tiene ya una edad para considerarse un adulto, pero a mis ojos no debe de tener más de 12 años. Nunca vivió la soledad de la adolescencia porque ésta le llegó antes, cuando el mundo le dio la espalda. O eso dice cuando pasa por tu lado, con la mirada clavada en el suelo. Masculla: “ellos me dieron la espalda, yo he renunciado al mundo”.


Nací débil. Una diminuta gota en el océano salvaje. Nunca me canso de repetirme que uno de los mayores logros de mi vida ha sido esta piel de rinoceronte que ahora cubre todo mi cuerpo. A prueba de insultos, de golpes del destino y desamores; así es como soy ahora. Poco a poco, con los años me he ido labrando una personalidad que ante todo se defiende de lo que le pueda dañar, que ya ha sido mucho a lo largo de mi vida. Eché de casa a mi inocencia una noche en la que no podía dormir. Como un niño harapiento vagabundea por las calles cuando los días son grises. Me di cuenta de que para sobrevivir en la jungla la vida pueril es como una soga que te ata a un árbol cercano a un asentamiento de depredadores. Si no deseas ver tu cuerpo alimentando a las víboras, debes dejar ese lastre atrás y hacer de ti algo nuevo. Aunque ello suponga el abandono de lo más bonito en esta vida. En este juego si no sabes defenderte, te comen vivo.


Y a pesar de todo lo dicho, no puedo abandonar el sentimiento de que algo de ese niño se ha quedado impregnado a mi corazón. Por eso cuando llueve me acuerdo de él y las lágrimas vuelven a empañar mis ojos.


domingo, 22 de abril de 2012

Abandono



¿Habéis visto alguna vez un ave caminando? Sólo caminando porque sus alas habrían perdido funcionalidad. Pues entonces ya me conocéis un poco más, ya que me habréis visto. Mi pecado ha sido jugar contra unos contrincantes que me quedaban muy grandes: los sentimientos. Y como a Ícaro, mis alas se han colapsado por el peso de la ambición. Pues creí que podía encerrar a mi antiguo “yo” en una celda al fondo de mi mente, pero olvidé que éste es inalienable a mí y que siempre está presente, irradiando la debilidad que me hace caer una y otra vez. Y por más que diga que “para ser un hombre fuerte primero hay que ser un niño débil”, creo que todavía sigo siendo aquel niño apocado y que estoy lejos de convertirme en un hombre.
Y ahora os veo frente a mí, dándome la espalda uno a uno, y contemplo el reflejo de mis plegarias. Ahora comienzo a entender que el camino que he escogido es demasiado estrecho para que nadie pase a mi lado. Si al llegar a la meta el camino se ensancha, eso ya no lo sé. Los mejores han caminado solos durante años y no recuerdo haber oído una sola queja de sus labios. Entonces, ¿porqué siento que a pesar de ser lo que quiero, no me hace feliz? La frialdad ártica no me beneficia. Es lo contrario lo que sé que puede llegar a calentarme de nuevo las manos, que ahora gélidas se detienen a enjugar mis lágrimas. Lo he intentado, juro que lo he hecho, pero no sirvo para esto porque me implico muy rápidamente.
Sí, tú. A ti es a quien van dirigidas estas palabras, más que al resto. Tu rostro difuso y tus ojos azules no deberían volverse en contra de mí. Y lo estás haciendo ahora. Me miras con dureza y me haces sentirme pequeño. ¿Crees que no es complicado para mí también? ¿Crees que todavía no me acuerdo? No quiero ser uno más y vestir camisa de fuerza. Toda mi vida te has camuflado entre todos los demás y es ahora cuando por fin sólo puedo verte a ti. ¿Me esperarás?
¿Tendré yo el valor para esperarte a ti?




-¿Habéis visto alguna vez un ave caminando? -les pregunté a aquellos que estaban frente a mí en aquellos parajes de una tierra oscura.
Continué hablando a medida que uno a uno se daban la vuelta y me dejaban atrás, como una masa que acude a la guillotina a ver el macabro espectáculo; una vez la cabeza se desprende del cuerpo ya no hay nada más que hacer allí. Mi diatriba parecía no importarles en absoluto. Sólo uno de ellos continuaba quieto, el único que no había conocido aún el olor de mis sábanas.
-Si, tú -le espeté, sin conseguir reacción ninguna, al cabo de un rato de discurso inconexo-. A ti es a quien van dirigidas estas palabras. -Esos ojos azules no se movían ni aunque los demás pasaran por delante de él en su empresa por dejar el lugar-. ¿Crees que todavía no me acuerdo? -Yo sólo podía continuar hablando, la única forma que tenía de no derrumbarme y llorar-: ¿Me esperarás?
Y me tendió una mano, que quedó levitando frente a mí a una distancia tan pequeña y a la vez tan grande que resumía una vida entera en este mundo.
-¿Tendré yo el valor para esperarte a ti?
Y una lágrima solitaria descendió hacia su mejilla, donde se perdió entre las sombras que envolvían su rostro.
Siempre me odiaré por no acudir a besar esa lágrima.


martes, 10 de abril de 2012

Ni siquiera la tormenta



El atardecer tiene ese tono dorado de cuando los rayos del decadente sol atraviesan las nubes oscuras repletas de lluvia. A través de la ventana en el tejado de mi casa entran algunas gotas que mojan mi cara. La inmensa nube negra sobre mi cabeza, que cubre todo lo que mi vista alcanza hasta el mar, con sus formas redondeadas se me antoja una inmensa mano que pronto caerá sobre mí con su viento, lluvia y truenos. La luz lucha por alejar a la enorme mancha negra lejos de la tierra verde que me rodea, lejos de las montañas con su manto de árboles, lejos también de los seres humanos que temerosos se afinan en sus casa o caminan bajo la protección de un paraguas. En cambio yo solo soy un mero espectador, un curioso ajeno a la magnitud del poder de la naturaleza. Y contemplo a los árboles mecerse ante mí y a las gaviotas bramar sobre mi cabeza. ¡Dios!, cómo me gustaría a mí ser una de ellas y alzarme sobre los demás y romper a gritar. Gritar para que todos se dieran cuenta de que llevo mucho tiempo apretando los dientes para impedir que ningún sonido saliese de mi boca, para evitar que nadie se diera cuenta que tras esta máscara de impasibilidad se halla una tormenta que lucha por estallar. La ventana retumba con el sonido de un trueno a lo lejos, potente a pesar de la distancia. Pero yo de eso sé muy bien, porque a pesar de la distancia hay cosas que viajan a más velocidad que algunas otras, como el sonido, la luz o los sentimientos. Yo sé bien de distancias, porque mi corazón lleva años retumbando por el sonido de un amor lejano. La cantidad de lluvia comienza a incrementarse, el polvo de las ventanas acumulado por el tiempo de sequía comienza a resbalar dejando surcos en el cristal. Surcos como los que mis uñas a veces dejan en mi pecho o en mi espalda cuando de los nervios no dejo de arañarme. Mi cara comienza a lavarse con la lluvia en aumento. Pronto parece que estoy llorando, pues mis pestañas se llenan de gotas que caen de mi frente y cuando ya no pueden más se desbordan por mi cara hasta el mentón, donde las enjuago para que no bajen por la camiseta hasta el pecho. Otro trueno más, esta vez con luz al fondo. Primero la luz, luego el sonido. Primero el amor, luego las cicatrices que nunca cierran y que tras cada golpe de tambor en el cielo se abren y comienzan a sangrar. Y me comienzo a cuestionar el fin de todo esto. Porque la naturaleza es fácil de estudiar y de comprender, incluso cuando es cruel y desgarradora. Pero los sentimientos no. Es imposible verlos, tocarlos, olerlos, contarlos. Están ahí, pero si no fuera porque los padecemos y no tenemos duda de ellos podría decirse que no son más que una ilusión, una forma de religión más. Se funde el sol con el mar y el entorno pierde la tonalidad dorada y se torna más clara, con un incipiente cielo azul asomando entre la enorme masa de nube, ahora grisácea. Distingo que a lo lejos otra masa de nube diferente tiene forma de mar revuelto, con un caballo que surge de él. Y recuerdo al “amigo de los caballos”, que así es su verdadero nombre, a parte de muchos otros, todos ellos en mi cabeza. Me doy cuenta entonces de que ya no llueve. Tampoco quedan ya gaviotas sobre mi casa. Ni siquiera la enorme masa oscura parece dispuesta a quedarse, pues se mueve en dirección opuesta a poniente, azotada por una corriente de aire que no afecta a los que a nivel del suelo nos hallamos. La otra, el mar hecho de nubes, se difumina y oculta el ocaso. Ya no queda nada aquí que me haga quedarme ante la ventana. Por decir más, parece que no quede nada aquí que me haga quedarme en general. Me duele la mandíbula de mantenerla apretada. Comienzo a llorar, no desconsoladamente pero sí que algunas lágrimas manan de mis ojos, y con una sonrisa me despido del caballo que desaparece entre las nubes. Una vez más estoy sólo en casa. Afuera no queda nada. Adentro, una tormenta de incertidumbres que a diferencia de la de la naturaleza parece que no quiere remitir.


jueves, 22 de marzo de 2012

Cordura decadente



El cielo se oscurece a lo lejos y tan sólo queda una uña de sol. Unas iniciales se las lleva la espuma de una ola diminuta, una leve caricia del mar en calma. Las banderas ondean a media asta, caídas en desgracia con los extremos orientados hacia el suelo, como las orejas de un perro avergonzado. Un animal que aúlla a la incipiente luna, que comienza a alzarse con un brillo anaranjado; llanto de una especie que observa su decadencia en los confines del día. La tranquilidad y quietud enfermizas no sólo paralizan el corazón, sino que presionan el pecho e impiden llenarse los pulmones de aire, limitándote a respirar de poco en poco. El mareo es inevitable y en tu campo de visión se instaura una sombra que se funde con la creciente noche. A lo lejos una figura se acerca y se aleja dejando en la arena un repertorio de pisadas enmarañadas que desordenan las perfectas formaciones desérticas que tanto trabajo le llevó conseguir al viento, ése que con tanta fuerza salía de tus pulmones cuando dejaste de correr. Aquella persona borrosa continúa con su acercamiento-alejamiento cuando por tu mente no dejan de pasar caras y voces que despiertan recuerdos de otras noches no tan solitarias como aquélla. Caras de amantes que conociste en una cama, en un coche, en un jardín. Promesas que salieron de aquellos mismos labios que luego dijeron «perdón» o «adiós». Y mientras tanto, aquel bailarín de la oscuridad, tocado tan sólo en un costado por los rayos de la luna, se detiene muy cerca y te señala con un dedo el horizonte desnudo. Y comprendes que es el fin de la luz y te dejas llevar por la corriente de locura que penetra tu cabeza por el mismo punto que lo hace la imagen de su cara. Si tus piernas se bloquean y caes de rodillas, entonces mejor ten preparada una súplica, porque te enamorarás tan perdidamente que cuando amanezca jamás podrás olvidar el beso de oscuridad que aquella figura te dio cuando se acercó demasiado.


sábado, 10 de marzo de 2012

Segunda ley de la termodinámica




“La segunda ley de la termodinámica se basa en el hecho de que hay muchos más estados desordenados que ordenados”, S.H. Hawking.


¿Cómo sería el mundo si la flecha del tiempo apuntara al revés? Los pedazos de cristal saltarían por el aire y se fundirían para dar forma a un vaso intacto, el desorden dejaría paso al orden absoluto y en lugar de degenerar y envejecer seríamos jóvenes y volveríamos a nacer. Pero el universo se ha inventado así, ¿o somos nosotros los que así lo percibimos? Lo que sí está claro es que si dejas los platos sin fregar, pronto el moho se hará con ellos.

Es más fácil perder algo, que ganártelo. En el amor, como en todo en esta vida, tienes que invertir una cantidad de energía constante para evitar que esto ocurra. Y si no lo haces, todo lo que tengas que hacer después para enmendar tu dejadez puede llegar a ser completamente inútil. Y es un error común relajarse con el cuidado de una relación porque ¿para qué seguir luchando por algo por lo que ya has luchado y ganado una vez? El rey que no se molesta por el cuidado de su nación pronto verá cómo las rebeliones se multiplican por el territorio y su reinado verá el fin antes de que mueva un dedo por intentar evitarlo.

Hubo una vez alguien que afirmó que el amor es un ser vivo al que hay que dar de comer para que no se muera. No, todo está vivo. Todo aquello que consuma y requiera energía está vivo. Si la física nos enseña que caminamos hacia el desorden, esforcémonos por ir al contrario. Pero qué fácil es a veces dejarse llevar por la corriente del río y erosionarlo todo a nuestro paso...


miércoles, 22 de febrero de 2012

El olvido es la mitad del tiempo pasado juntos





«¿Me seguirás recordando cuando ya no te mire a los ojos?»

Esa palabras vibraron en mi cabeza de camino de vuelta a casa y al llegar las escribí, no sólo para no olvidarlas, sino para recordar siempre qué significaban. Podía estar cometiendo uno de los errores más grandes de toda mi vida, y sin embargo continuaba caminando hacia adelante llevándolo a cabo y sin mirar atrás.
Atrás era donde quedaba él, con su cabeza gacha y su mirada perdida en un punto entre mi cabeza y la pared de mi lado. Durante toda la velada había orientado mi cuerpo hacia mí, de vez en cuando incluso llegando al contacto físico, muy íntimo. Habíamos caminado hasta un pequeño y viejo embarcadero a la otra orilla del río, donde con su dulzura me había abrazado y besado. Como si me estuviera leyendo el pensamiento, comenzó a bromear sobre una de las primeras cosas que le había dicho al poco de conocernos:
- El tiempo que tarda una persona en olvidar a otra -le había dicho ese segundo día-, es la mitad del tiempo transcurrido desde que se conocieron hasta que se separan.
Y me preguntó cuánto tiempo le llevaría a él olvidarme si nos dejáramos de ver. Sonreí y me volví para mirar el embarcadero. El nivel del río había subido y vuelto a bajar recientemente, por lo que la tierra que entonces pisábamos estaba algo enfangada y nuestros pies se hundían levemente. Como mis nervios en aquellos momentos, la superficie del río estaba agitada por la corriente que tomaba velocidad bajo el puente de hierro, que ya comenzaba a iluminarse para la noche. Caía el sol entre los árboles y con él su ánimo y ganas de mirarme. Comenzó a darse cuenta de que algo no iba bien, que estaba más distante y que era incapaz de mantener mi mirada en su cara mucho tiempo; y ya no digamos en sus ojos. Sabía que él lo sabía antes siquiera de decírselo, por eso me mantenía mirando a un punto fijo sobre la agitada superficie del río, donde algunos juncos sobresalían como garras afiladas hacia el cielo. Yo no lo pude decir con palabras, él sí. Tuvo el valor de ponerme una mano en la espalda y decirme lo que debería haberle dicho yo mismo: que se había acabado.
De vuelta a casa con el peso de la culpa sobre los hombros, me puse a reflexionar sobre si lo que había hecho era la correcto. No sobre si estaba bien o no, porque sabía que no lo estaba. Y fue entonces cuando se me vino la frase a la cabeza. Me pregunté si era verdad que sólo le llevaría la mitad del tiempo que habíamos pasado juntos en olvidarme. Le deseaba que fuera menos incluso. Pero yo, sin embargo, sería incapaz de olvidar en los dos años que han transcurrido hasta hoy sus ojos húmedos por las lágrimas y su expresión de decepción. Esa frase todavía está en el corcho sobre mi cama, para recordarme que nunca más voy a volver a hacer llorar a nadie que me haya querido.


martes, 14 de febrero de 2012

Vaso de cristal




 La luz que entra en la habitación se convierte en un espectro luminoso cuando toca los pedazos de cristal esparcidos a los largo del parquet. Este caos es  el resultado de una vibración superior a la superficie de mi alma, de un grito desgarrador que ha convertido la estancia en el eco de una batalla por la libertad. De lo habido no queda ya nada. Esta noche han caminado entre mis sábanas ángeles y también demonios, figuras con capa que entonaban conjuntamente un aullido de dolor que pondría a prueba mis límites. Me rozaron con sus alas caídas y también con sus pies me pisaron. De su paso quedan mis pedazos entre la cama y el armario; pedazos que ahora saben cómo brillar. La noche ha sido larga y el sueño corto. Pero una vez entra el sol por la ventana no hay que hacer ningún esfuerzo para sentir su calor. Ya de bruces en la realidad, roto y dolorido, no queda más que sentarse a ver qué va a pasar luego. Porque, por mucho que luzca el sol, no va a ser peor que los terrores de la noche.

Junto a mis pedazos, una pluma blanca ha caído, rozándome con delicadeza. ¿Alguna vez alguien ha intentado volver a pegar los pedazos de un vaso de cristal que se la había caído al suelo y roto? Es un trabajo tedioso seguro, lo cual no quiere decir que sea imposible. La vida está plagada de momentos como el mío la noche anterior, todos tenemos nuestros ángeles, y sobre todo nuestros demonios. Pero ¿por qué no seguimos luchando hasta llegar al fondo de todo y comprender así que ésta es la dinámica de la vida?


domingo, 5 de febrero de 2012

Chico Tímido





Esta noche te abracé, Chico Tímido. Mi cama te hizo un sitio para que yo pudiera disfrutar de la sensación de tu piel desnuda contra la mía. Ambos renunciamos a nuestra identidad esta noche y nos dejamos arrastrar por los rápidos de un río que en lugar de llevar agua, llevaba pasión. Perfilaste en la oscuridad mi cuerpo con tus manos, deteniéndote en los hematomas de la vida. Aquellas cicatrices las besaste hasta borrarlas. Y con un par de palabras me arrancaste el libre albedrío y mi ser completo se convirtió en un satélite de tu alma.

Tu cara sólo fue desconocida por un tiempo, pues al poco la sensación de que te conocía de toda mi vida ya se adueñaba de mí. Me susurraste que me querías, Chico Tímido, y entonces supe que quería compartir contigo el resto de mi vida. Debajo de aquellas sábanas nos habíamos encontrado el alma. Debajo, en aquel mundo desnudo, encontramos el paraíso escondido tras el infierno.

-No lo olvides...- me susurraste por última vez, en un tono de voz casi inaudible, a pesar de tocar con tus labios mis oídos.

Ahora mi alma entona un lamento lastimero que resquebraja las paredes de esta habitación. Mi cama se ha quedado helada y por muchas mantas que me ponga por encima, no consigo entrar en calor. El mundo ha vuelto a tomar ese tono gris usual. Y es que, Chico Tímido, en el momento en que me desperté ya no estabas a mi lado. Quise volverme a dormir para encontrarte de nuevo, pero los caminos que llevaban hacia ti se habían borrado con la vorágine de mi mente. Te he perdido en mi propia cabeza y soy incapaz de encontrarte en dicha jungla.


jueves, 26 de enero de 2012

Un muro de incertidumbres


Hace un rato encontré el siguiente texto en una de mis carpetas. Lo escribí hace tres años, más o menos, y lo publiqué en otra página (ya cerrada). Es curioso, estaba buscando algo porque no me apetecía escribir, y voy y encuentro este texto, que se adapta a la perfección a mi situación actual. No lo he cambiado en absoluto. No hace falta.







Mi vida está llena de suposiciones absurdas, burdos gestos, números que parecen conducir mis pies por un camino premeditado, pero que en el fondo no logro a encontrar su relación, palabras escritas con un propósito que nunca se cumple, ojos que se cruzan con los míos unos instantes y luego se difuminan con el paisaje, encuentros llenos de significado que lo pierden todo pasado el momento, esperanzas que por mucho que las desee jamás se verán cumplidas... Sí, la vida puede tratarse de un purgatorio personal. Es complicado describir cómo uno se siente en unas simples líneas, pero es que he narrado mi vida durante todo este año, ya no me queda más que contar de mí. Tan solo me repito una y otra vez. ¿Cuándo diré que soy tan feliz que ya no necesito el corazón para vivir?

Contradicciones. También estas están más presentes ahora en mí. Mi cabeza es un bucle de sentimientos que vienen y van, sin un destino fijo. ¿Quiero correr? Hoy sí, mañana no. ¿Quiero volar? Hoy no, mañana puede que sí, puede que tampoco. Todo lo que creía haber aprendido sobre mí ha caído en picado hasta estrellarse contra un muro de incertidumbres. Este muro no sólo está plagado de inseguridades, también su argamasa está compuesta un poco de miedo. El miedo, ¡que terrible sentimiento! Si pudiera borrar algo de mí no sería el miedo, éste nos hace más fuertes. Sin embargo, estoy seguro de que lo apartaría de mí un tiempo; el suficiente como para comprenderme un poco. Las cosas en mi cabeza están pasando por otra crisis, pero esta más avanzada que la del país. No solo no sé lo que quiero, sino que tampoco sé lo que no quiero. Estoy empezando a plantearme la posibilidad de que existan dos "Pablos" viviendo en mí. Uno que quiere unas cosas, otro que quiere otras muy distintas.

Estoy cansado de la batalla interna. Necesito un descanso entre el fuego cruzado entre un hemisferio y otro de mi cerebro. Necesito una tregua que me ayude a replantearme las cosas, quizás también a ir a de nuevo a la escuela y “re-aprender” lo que ya creía saber de este lío tan complicado llamado VIDA.


jueves, 19 de enero de 2012

Decepción-Reconciliación



No es agradable esto de lo que voy a hablar, y mucho menos para mí. Escribirlo me desahoga, pero hacerlo aquí lo hace aún más. Y a su vez me da miedo. Ese mismo miedo que sentí al descubrir algo de mí que no creí que fuese a estar ahí, ahora es el miedo a que otros sepan de mí mi reacción ante una situación que me sobrepasó. El acontecimiento fue el siguiente:


Como toda narración que describa acontecimientos matutinos, ésta comienza conmigo saliendo de casa, pero tomando un camino distinto al usual para llegar al centro de la ciudad. Pero no por capricho, sino porque al punto al que quería ir era más rápido llegar por allí, que por el que siempre tomo. Como todos los días a media mañana, había gente en la calle. Gente que en minutos se convertirían en mis peores enemigos y a los que mucho odiaría, porque me iban a hacer parecer invisible.
Casi llegando al final de la larga avenida, alcanzando el horrible “pirulí” que se halla en en medio de una rotonda, una pareja salió de una esquina y me abordó. Ella tenía la cara demacrada y mirada triste, él la tenía sucia, con roña quizás, y su mirada era firme en mí. Me preguntó, él, que si tenía algo de dinero para dejarles, que tenían que comer y con un par de euros les llegaba. Su olor aún lo recuerdo (y no lo digo porque quede bien para la narración), una mezcla entre olor corporal rancio y aliento de borracho. Ella, sin embargo, me lo pidió por favor, que estaban durmiendo en cajeros y que si tenía aquella cara era porque se había levantado a las 7 de la mañana porque los habían echado. Entonces reparé mejor en su cara, y vi una herida extraña en un pómulo, como de rozadura. En efecto, tenía la cara sucia, y aquella rozadura estaba roja y era bastante grande. Él me agarró una mano enguantada y me dijo que no me pusiera nervioso, que ellos no robaban, que sólo me pedían por favor que les diera algo para comer. Yo mientras intentaba deshacerme de ellos, mi instinto de supervivencia me obligaba a irme de allí cuanto antes. No pensaba, sólo actuaba. Mi centro de atención eran sus manos y su mirada. Desconocía la cantidad de dinero que podía llevar en la cartera, ésta guardada en el bolsillo interior de la cazadora, pero por nada del mundo la quería sacar allí para que en un segundo echaran a correr con ella. No quería hacerlo.
-Sé que tienes dinero -me dijo él, ya con una mirada que me atravesaba hasta la nuca-, tienes pinta de tenerlo. Sé donde lo tienes.
Esas palabras ya hicieron que me temblara el pulso, que ya de por sí no es ninguna maravilla. Me puso tan nervioso con aquellas palabras que le solté:
-¿Me lo vas a sacar por la fuerza?
Me dijo que no, que no me preocupara por eso. Y volvió a repetirlo todo de nuevo, que les diera algo para comer, respaldado por su pareja. Mientras, nadie pasaba por allí, por la otra acera sí. Él añadió algo nuevo a su repertorio: que si hacía falta me harían un regalo, que les diera lo que tuviera y que ellos me daban unos guantes o no se qué. Yo no acepté nada. Saqué la cartera, la vacié en sus manos y comencé a alejarme. Ella me dio las gracias cuantas veces le dio tiempo, él se limitó a darse la vuelta y a guardar el dinero. Bueno, no sólo eso, también me enseñó los guantes que me quería dar.
Antes de irme le dije a ella (ya que había perdido todo el dinero que llevaba encima) que comiera algo, que se metiera lo que quisiera, pero que comiera. Ella sólo me dijo:
-No, yo no me meto nada...


Me fui de allí temblando y con una mezcla de emociones que no comprendía hasta pasado un buen rato. Había pasado miedo, pero miedo por él. Por otro lado, había sentido pena, pero sólo por ella... su mirada era tan triste cuando me dijo que dormían en un cajero. También tenía una rabia que no me dejaba parar de pensar en cosas que ahora me avergüenzan. No fueron ni veinte euros los que me quitaron, pero era con los que iba a hacer la compra. Si al menos supiera que en realidad los iban a gastar en comida me daría igual, yo mismo pude haberles comprado algo, pero sabía que los iban a gastar en un chute que les duraría un día (u horas) y eso me reconcomía por dentro. Con la rabia me había quitado el guante por el que me había cogido la mano. En una esquina tiré los dos al suelo. Con ese hecho me sentí clasista, irrespetuoso y nada comprensible con su situación. Pensé, ¿cómo yo, con mis valores y que estudio para ayudar a las personas, me puedo dejar llevar por el rencor hacia un robo que no sé ni siquiera si se le puede llamar propiamente así? Pero algo estaba claro, aquella mañana había descubierto algo de mí que no me gustó nada. Reaccioné como un niñato y no me lo puedo sacar de la cabeza. Al menos sí puedo decir que aquellos guantes los tengo en casa, que volví sobre mis pasos y los recogí. Y ahora siento la necesidad de pedirle perdón a alguien por todo lo que pensé, por mi reacción... Pero es sólo conmigo con quien me tengo que reconciliar.


martes, 3 de enero de 2012

Día 1



Comencé el año desayunando contigo al lado. Bueno, llámalo desayuno, llámalo comida. Nadie podría imaginarse la cara de imbécil que se me debió quedar cuando te sentaste frente a mí y comenzaste a comer. Supongo que mi sonrisa de oreja a oreja era un poema. No habría una forma mejor de empezar el año. Día 1, y tú estabas a mi lado.
Lo interpreté como la forma que tenía Dios de decirme que “todo iba a salir bien”, que éste es mi año. Ahora es cuando debo dar el salto, despojarme del peso del pasado y tirar hacia adelante. He nacido para algo más que esta melancolía constante. Es el momento de vivir, de despertar, espabilarme y gritar que estoy aquí por algo. Voy a dedicarme por completo a mí, quizás dejarme el pelo largo, cruzar el charco para visitar a una amiga, enamorarme de una vez por todas y olvidar que alguna vez existió la palabra soledad, quizás empezar a escribir ese libro que tantos años llevo dando forma, optar por el triunfo en mi carrera y demostrarle a todos que tengo unos principios que valen la pena compartir. Mi sueño es el cambio, para mí y los que me rodean, y éste es el momento. Pero no necesariamente porque haya empezado un nuevo año, sino porque realmente lo siento. Una vez que he tocado fondo y ya me lo conozco, me apetece conocer qué hay arriba de todo.
El día 1 compartí contigo algo que aparentemente sólo significó para mí. Tú fuiste el único amor de mi vida y hasta ahora siempre había intentado borrarte, olvidarte. Pero para qué borrar lo más bonito que he sentido nunca por una persona. No, es absurdo. Ahora sé vivir con ello, sé que soy capaz de seguir queriéndote, de continuar con el cariño que te tengo, y además abrirle mis brazos a otro. Y puede que todavía me sigas visitando en mis sueños, pero eso me reconforta. Ya no tengo miedo a admitir que TE QUIERO, pero que hay personas que no han nacido para estar juntas. Ni el tiempo ni el lugar han sido los apropiados... ¿quizá otra vida? Para mí atesoro ese beso, ése único que te robé aquella noche en tu habitación. Uno de los mejores momentos de mi vida.
Día 3, y ahora comprendo hacia donde viajamos ambos: en direcciones opuestas. Puede que algún día sepa responder a la pregunta de qué pasó con nosotros, que éramos en realidad. Yo sólo sé quién y cómo soy yo, y eso ya me ha llevado muchos años averiguarlo.