jueves, 26 de enero de 2012

Un muro de incertidumbres


Hace un rato encontré el siguiente texto en una de mis carpetas. Lo escribí hace tres años, más o menos, y lo publiqué en otra página (ya cerrada). Es curioso, estaba buscando algo porque no me apetecía escribir, y voy y encuentro este texto, que se adapta a la perfección a mi situación actual. No lo he cambiado en absoluto. No hace falta.







Mi vida está llena de suposiciones absurdas, burdos gestos, números que parecen conducir mis pies por un camino premeditado, pero que en el fondo no logro a encontrar su relación, palabras escritas con un propósito que nunca se cumple, ojos que se cruzan con los míos unos instantes y luego se difuminan con el paisaje, encuentros llenos de significado que lo pierden todo pasado el momento, esperanzas que por mucho que las desee jamás se verán cumplidas... Sí, la vida puede tratarse de un purgatorio personal. Es complicado describir cómo uno se siente en unas simples líneas, pero es que he narrado mi vida durante todo este año, ya no me queda más que contar de mí. Tan solo me repito una y otra vez. ¿Cuándo diré que soy tan feliz que ya no necesito el corazón para vivir?

Contradicciones. También estas están más presentes ahora en mí. Mi cabeza es un bucle de sentimientos que vienen y van, sin un destino fijo. ¿Quiero correr? Hoy sí, mañana no. ¿Quiero volar? Hoy no, mañana puede que sí, puede que tampoco. Todo lo que creía haber aprendido sobre mí ha caído en picado hasta estrellarse contra un muro de incertidumbres. Este muro no sólo está plagado de inseguridades, también su argamasa está compuesta un poco de miedo. El miedo, ¡que terrible sentimiento! Si pudiera borrar algo de mí no sería el miedo, éste nos hace más fuertes. Sin embargo, estoy seguro de que lo apartaría de mí un tiempo; el suficiente como para comprenderme un poco. Las cosas en mi cabeza están pasando por otra crisis, pero esta más avanzada que la del país. No solo no sé lo que quiero, sino que tampoco sé lo que no quiero. Estoy empezando a plantearme la posibilidad de que existan dos "Pablos" viviendo en mí. Uno que quiere unas cosas, otro que quiere otras muy distintas.

Estoy cansado de la batalla interna. Necesito un descanso entre el fuego cruzado entre un hemisferio y otro de mi cerebro. Necesito una tregua que me ayude a replantearme las cosas, quizás también a ir a de nuevo a la escuela y “re-aprender” lo que ya creía saber de este lío tan complicado llamado VIDA.


jueves, 19 de enero de 2012

Decepción-Reconciliación



No es agradable esto de lo que voy a hablar, y mucho menos para mí. Escribirlo me desahoga, pero hacerlo aquí lo hace aún más. Y a su vez me da miedo. Ese mismo miedo que sentí al descubrir algo de mí que no creí que fuese a estar ahí, ahora es el miedo a que otros sepan de mí mi reacción ante una situación que me sobrepasó. El acontecimiento fue el siguiente:


Como toda narración que describa acontecimientos matutinos, ésta comienza conmigo saliendo de casa, pero tomando un camino distinto al usual para llegar al centro de la ciudad. Pero no por capricho, sino porque al punto al que quería ir era más rápido llegar por allí, que por el que siempre tomo. Como todos los días a media mañana, había gente en la calle. Gente que en minutos se convertirían en mis peores enemigos y a los que mucho odiaría, porque me iban a hacer parecer invisible.
Casi llegando al final de la larga avenida, alcanzando el horrible “pirulí” que se halla en en medio de una rotonda, una pareja salió de una esquina y me abordó. Ella tenía la cara demacrada y mirada triste, él la tenía sucia, con roña quizás, y su mirada era firme en mí. Me preguntó, él, que si tenía algo de dinero para dejarles, que tenían que comer y con un par de euros les llegaba. Su olor aún lo recuerdo (y no lo digo porque quede bien para la narración), una mezcla entre olor corporal rancio y aliento de borracho. Ella, sin embargo, me lo pidió por favor, que estaban durmiendo en cajeros y que si tenía aquella cara era porque se había levantado a las 7 de la mañana porque los habían echado. Entonces reparé mejor en su cara, y vi una herida extraña en un pómulo, como de rozadura. En efecto, tenía la cara sucia, y aquella rozadura estaba roja y era bastante grande. Él me agarró una mano enguantada y me dijo que no me pusiera nervioso, que ellos no robaban, que sólo me pedían por favor que les diera algo para comer. Yo mientras intentaba deshacerme de ellos, mi instinto de supervivencia me obligaba a irme de allí cuanto antes. No pensaba, sólo actuaba. Mi centro de atención eran sus manos y su mirada. Desconocía la cantidad de dinero que podía llevar en la cartera, ésta guardada en el bolsillo interior de la cazadora, pero por nada del mundo la quería sacar allí para que en un segundo echaran a correr con ella. No quería hacerlo.
-Sé que tienes dinero -me dijo él, ya con una mirada que me atravesaba hasta la nuca-, tienes pinta de tenerlo. Sé donde lo tienes.
Esas palabras ya hicieron que me temblara el pulso, que ya de por sí no es ninguna maravilla. Me puso tan nervioso con aquellas palabras que le solté:
-¿Me lo vas a sacar por la fuerza?
Me dijo que no, que no me preocupara por eso. Y volvió a repetirlo todo de nuevo, que les diera algo para comer, respaldado por su pareja. Mientras, nadie pasaba por allí, por la otra acera sí. Él añadió algo nuevo a su repertorio: que si hacía falta me harían un regalo, que les diera lo que tuviera y que ellos me daban unos guantes o no se qué. Yo no acepté nada. Saqué la cartera, la vacié en sus manos y comencé a alejarme. Ella me dio las gracias cuantas veces le dio tiempo, él se limitó a darse la vuelta y a guardar el dinero. Bueno, no sólo eso, también me enseñó los guantes que me quería dar.
Antes de irme le dije a ella (ya que había perdido todo el dinero que llevaba encima) que comiera algo, que se metiera lo que quisiera, pero que comiera. Ella sólo me dijo:
-No, yo no me meto nada...


Me fui de allí temblando y con una mezcla de emociones que no comprendía hasta pasado un buen rato. Había pasado miedo, pero miedo por él. Por otro lado, había sentido pena, pero sólo por ella... su mirada era tan triste cuando me dijo que dormían en un cajero. También tenía una rabia que no me dejaba parar de pensar en cosas que ahora me avergüenzan. No fueron ni veinte euros los que me quitaron, pero era con los que iba a hacer la compra. Si al menos supiera que en realidad los iban a gastar en comida me daría igual, yo mismo pude haberles comprado algo, pero sabía que los iban a gastar en un chute que les duraría un día (u horas) y eso me reconcomía por dentro. Con la rabia me había quitado el guante por el que me había cogido la mano. En una esquina tiré los dos al suelo. Con ese hecho me sentí clasista, irrespetuoso y nada comprensible con su situación. Pensé, ¿cómo yo, con mis valores y que estudio para ayudar a las personas, me puedo dejar llevar por el rencor hacia un robo que no sé ni siquiera si se le puede llamar propiamente así? Pero algo estaba claro, aquella mañana había descubierto algo de mí que no me gustó nada. Reaccioné como un niñato y no me lo puedo sacar de la cabeza. Al menos sí puedo decir que aquellos guantes los tengo en casa, que volví sobre mis pasos y los recogí. Y ahora siento la necesidad de pedirle perdón a alguien por todo lo que pensé, por mi reacción... Pero es sólo conmigo con quien me tengo que reconciliar.


martes, 3 de enero de 2012

Día 1



Comencé el año desayunando contigo al lado. Bueno, llámalo desayuno, llámalo comida. Nadie podría imaginarse la cara de imbécil que se me debió quedar cuando te sentaste frente a mí y comenzaste a comer. Supongo que mi sonrisa de oreja a oreja era un poema. No habría una forma mejor de empezar el año. Día 1, y tú estabas a mi lado.
Lo interpreté como la forma que tenía Dios de decirme que “todo iba a salir bien”, que éste es mi año. Ahora es cuando debo dar el salto, despojarme del peso del pasado y tirar hacia adelante. He nacido para algo más que esta melancolía constante. Es el momento de vivir, de despertar, espabilarme y gritar que estoy aquí por algo. Voy a dedicarme por completo a mí, quizás dejarme el pelo largo, cruzar el charco para visitar a una amiga, enamorarme de una vez por todas y olvidar que alguna vez existió la palabra soledad, quizás empezar a escribir ese libro que tantos años llevo dando forma, optar por el triunfo en mi carrera y demostrarle a todos que tengo unos principios que valen la pena compartir. Mi sueño es el cambio, para mí y los que me rodean, y éste es el momento. Pero no necesariamente porque haya empezado un nuevo año, sino porque realmente lo siento. Una vez que he tocado fondo y ya me lo conozco, me apetece conocer qué hay arriba de todo.
El día 1 compartí contigo algo que aparentemente sólo significó para mí. Tú fuiste el único amor de mi vida y hasta ahora siempre había intentado borrarte, olvidarte. Pero para qué borrar lo más bonito que he sentido nunca por una persona. No, es absurdo. Ahora sé vivir con ello, sé que soy capaz de seguir queriéndote, de continuar con el cariño que te tengo, y además abrirle mis brazos a otro. Y puede que todavía me sigas visitando en mis sueños, pero eso me reconforta. Ya no tengo miedo a admitir que TE QUIERO, pero que hay personas que no han nacido para estar juntas. Ni el tiempo ni el lugar han sido los apropiados... ¿quizá otra vida? Para mí atesoro ese beso, ése único que te robé aquella noche en tu habitación. Uno de los mejores momentos de mi vida.
Día 3, y ahora comprendo hacia donde viajamos ambos: en direcciones opuestas. Puede que algún día sepa responder a la pregunta de qué pasó con nosotros, que éramos en realidad. Yo sólo sé quién y cómo soy yo, y eso ya me ha llevado muchos años averiguarlo.