jueves, 24 de mayo de 2012

No es justo...





¿Cuánto tiene que durar un abrazo? No, mejor: ¿cuánto tiene que durar un abrazo tuyo para ser suficiente? No sé si estoy enamorado de ti, o el término ya se hace pequeño para definir esta dependencia. Lo pienso objetivamente y sé que no debería, pero por todos es sabido que el “corazón” manda sobre la razón. Te has anclado en mi ser con tal fuerza que todas las artes de este joven aprendiz de brujo no son suficientes para erradicarte. Soy débil a tu recuerdo y a las fantasías que invento, aquéllas en las que tú me quieres también.
Me avergüenzo de mis sentimientos. No debería amarte. Pero si alguna vez me preguntan si he querido a alguien de verdad, no pensaré en ninguno de mis amantes. Cada golpe en la vida, cada desengaño amoroso, cada noche vacía de calor en mi cama me llevan a ti, a tu recuerdo. Ya no sólo te amo, sino que dependo de ti, mi vida entera es un continuo ir y venir a tu mirada.
Y no lo entiendo. No es justo...
La realidad objetiva se vuelve a colar en mi cabeza y me arrastra hasta la desesperación. Ya no puedo olvidarte. No podré jamás, pues eres el amor de mi vida. Tan sólo me queda la pueril esperanza de que algún día alguien me haga sentir lo mismo que tú; y aunque no llegue a borrarte, te conviertas en una etapa de mi vida que ha hecho madurar a éste Pequeño Débil.


jueves, 3 de mayo de 2012

Debilidades





Cuando llueve hay un niño en la calle vestido con tan sólo camiseta y un pantalón corto raído. Camina descalzo y nadie lo mira. No lo hacen porque es débil; el reflejo de lo que todos temen, de los errores, de las incertidumbres, la injusticia y la falta de decoro por parte de la vida. Ese niño es un fantasma vagabundo al que no le afecta la lluvia porque nació entre llantos. Dicen que tiene ya una edad para considerarse un adulto, pero a mis ojos no debe de tener más de 12 años. Nunca vivió la soledad de la adolescencia porque ésta le llegó antes, cuando el mundo le dio la espalda. O eso dice cuando pasa por tu lado, con la mirada clavada en el suelo. Masculla: “ellos me dieron la espalda, yo he renunciado al mundo”.


Nací débil. Una diminuta gota en el océano salvaje. Nunca me canso de repetirme que uno de los mayores logros de mi vida ha sido esta piel de rinoceronte que ahora cubre todo mi cuerpo. A prueba de insultos, de golpes del destino y desamores; así es como soy ahora. Poco a poco, con los años me he ido labrando una personalidad que ante todo se defiende de lo que le pueda dañar, que ya ha sido mucho a lo largo de mi vida. Eché de casa a mi inocencia una noche en la que no podía dormir. Como un niño harapiento vagabundea por las calles cuando los días son grises. Me di cuenta de que para sobrevivir en la jungla la vida pueril es como una soga que te ata a un árbol cercano a un asentamiento de depredadores. Si no deseas ver tu cuerpo alimentando a las víboras, debes dejar ese lastre atrás y hacer de ti algo nuevo. Aunque ello suponga el abandono de lo más bonito en esta vida. En este juego si no sabes defenderte, te comen vivo.


Y a pesar de todo lo dicho, no puedo abandonar el sentimiento de que algo de ese niño se ha quedado impregnado a mi corazón. Por eso cuando llueve me acuerdo de él y las lágrimas vuelven a empañar mis ojos.