jueves, 7 de junio de 2012

Kriptonita




La mera conversación sobre la película había derivado en las especulaciones sobre cómo sería la vida si poseyésemos características o poderes especiales. Él no dejaba de decir que desearía tener una piel más dura para que nada la pudiese atravesar; supongo que era debido a su irrefrenable pavor hacia las agujas, pero yo no dije nada y me limité a poner a prueba cada idea que proponía.
-Pero incluso lo resistente se puede romper -le dije-. Un vaso no lo puedes romper con una sola mano, pero si lo tiras o lo golpeas se rompe.
Hizo una rotación con los ojos y abrió la boca, irritado.
-No me refiero a algo tan rígido... aunque una aguja no puede atravesar el cristal de un vaso.
Ahí estaba la confirmación de mi teoría, a lo que añadió:
-Lo que quiero decir es que la piel de un rinoceronte estaría bien. A ver quién se atrevería a plantarse frente a mí.
Yo reí, más por mi ocurrencia, que estaba a punto de compartir con él, que por su comentario.
-¿El cuerno también iría incluido?
Me golpeó con el puño cerrado en un hombro, empujándome con éste hacia atrás y tumbándome de medio lado en el sofá cama que su madre nos había preparado para esa noche. Aquella tarde había acudido a su casa para hacer un trabajo con él, pues se había hecho daño en una rodilla jugando al fútbol y le habían tenido que clavar una aguja en ésta para quitarle líquido sinovial, que se había derramado y hecho hinchar media pierna. Me había comentado que poco se había enterado del dolor de la hinchazón exagerada que había sufrido, pero que el pinchazo estaba ya en el puesto número uno de sus experiencias más dolorosas. A pesar de todo, la pierna ya tenía un aspecto bastante normal bajo la venda. La tarde de invierno había tocado fin pronto y la noche se nos había echado encima a eso de las seis, obligándonos a encender las luces. La pereza y el cansancio hacia el trabajo también vino con la oscuridad, así que nos pusimos a hablar hasta la hora de cenar. Luego una cosa llevó a la otra: su madre nos trajo la cena, él me propuso ver una película y dormir allí, y yo no tuve más remedio (o sí, pero no quise) que llamar a mi madre y esperar a que me diera permiso para quedarme.
-Hasta a un rinoceronte pueden abatir las balas -puntualicé.
-Bueno, pues entonces lo que mejor me convendría, para dejar los cuernos de lado -dicho ésto me miró incipientemente-, sería la piel de Superman, a la que ni las balas pueden atravesar.
Para eso no tenía contestación. Hablando de pieles, la de Superman era el máximo exponente de la resistencia. Como él bien había dicho nada la podía atravesar, no siendo la kriptonita, algo de lo que yo sabía muy bien. Al fin y al cabo, todo el mundo tenemos debilidades, incluso los casi-dioses.
-Pues ya poniéndonos en extremos de fantasía y magia, yo preferiría tener la habilidad de viajar en el tiempo.
Ahora fue él el que se mofó de mi idea.
-¿Y para qué querrías tú viajar en el tiempo? Si la vida es mucho más interesante así tal y como es, con el tiempo viajando en una sola dirección.
Mi mente comenzó a fantasear sobre aquella idea y la realidad pareció quedarse en un plano paralelo. Tan sólo estaba él, mi punto de gravedad en este mundo. El planeta alrededor del cual mi vida orbitaba.
-Para decirte que te quiero, para besarte ahora que te tengo delante y puedo, pues no sé si mañana el mundo pueda decidir apagarse y sepultar nuestros cuerpos bajo toneladas de dolor. Porque si lo hago ahora y no me correspondes, al menos tendré la posibilidad de retroceder en el tiempo y evitar reaccionar de esa manera, y contarte alguna mentira y seguir charlando hasta que el cansancio nos tumbe. Porque si ahora te beso y tú me rechazas y comienzas a odiarme, entonces podré borrarlo y quedarme con la idea de dónde están los límites de nuestra amistad.
Pero evidentemente eso era lo que deseaba contestarle, no lo que realmente hice. Me salí por la tangente y la conversación derivó en otros temas.


Él era mi kriptonita, mi debilidad. Pero yo no era héroe ni podía viajar en el tiempo. Mi mayor pecado era mi juventud. Era débil, dependiente y soñador. Algo cobarde también se puede decir que fui, pues nunca tuve el valor de decirle la verdad y esperar con madurez a recibir el golpe de la verdad. Lo que hice fue escoger la primera oportunidad que me alejó de él. Ya nunca más nos volvimos a juntar, a pesar de que físicamente sí nos hemos tenido cerca.