jueves, 12 de julio de 2012

Hola, Mundo.




Miro por la ventana y puedo apreciar tu acuarela pintada con delicadeza en ese cielo que continuamente nos observa y nos protege de la oscuridad más arriba. Los astros son cada uno de los ojos que empleas día y noche para vigilar que tus hijos estén bien, que cada uno de nosotros nos encontramos en el lugar en el que debemos estar. Los ruidos aquí abajo somos nosotros, demostrándote que continuamos con vida a pesar de las inclemencias de las que hemos sido víctimas durante tantos años, muchas de ellas obra de nuestras propias manos. Y a pesar de todo, el ciclo vital continúa, y tú sigues aquí, en cada uno de nosotros gritando: «bien, sigo consiguiendo manteneros con vida».

Pero no son los daños que entre todos te hacemos los que ahora me preocupan, sino los errores que yo he cometido al caminar por tu piel. Reconozco al fin que he pecado de un comportamiento muy pueril, creyéndome que todo lo podía, que todo lo que opinaba era lo mejor, que yo era perfecto como me había hecho el vivir en tu cuerpo... Me avergüenzo de solo reconocerlo. No me voy a escusar, sólo a reconocer mis pecados, aquéllos que más me corroen por dentro en esta tarde bajo tus cielos y envuelto por tu aire que me arranca sudor de la piel. En mi camino has puesto personas que yo he sabido expulsar con destreza. Me he convertido en un experto en quedarme solo, ahora lo comprendo. Por fin entiendo porqué duermo sólo amparado por ti, sin un brazo que se extienda bajo mi cabeza a modo de almohada, u otro oxígeno respirado en mis labios que no sea el que tú nos aportas a todos, o mismo una voz que me despierte con dulzura, no siendo tus pájaros molestando en mi ventana. He mirado hacia atrás y he recorrido con la mirada todos los pasos dados los últimos años, y sí, han sido muchos de ellos erráticos. Ese es mi mayor defecto y la condena que padezco es harto merecida.

Te pido perdón, Mundo, por haberme otorgado tantas oportunidades para ser feliz y no haber sabido apreciarlas, por haber pecado de egocentrismo y no haber visto que en el corazón del resto de tus hijos también hay dolor y pesar. Con los dedos cálidos de tu hermano Sol rozándome la pierna mientras escribo esto siento que el frío de mi actitud se desvanece, que comienzo a ser consciente de lo que he estado haciendo todo este tiempo, de cuan ciego he estado y no he podido ver que habrían sacrificado mucho por estar a mi lado; a ellos les pido perdón, a mis amigos y familia les doy las gracias por seguir ahí a pesar de que a veces mi carácter ha sido insoportable. Todavía le busco sentido a mi actitud, supongo que los problemas en casa han sido siempre muy notables, a pesar de que los reprimiese. No es una escusa, pero al menos no me hace sentirme tan mal.