lunes, 26 de noviembre de 2012

Si tan sólo



 Esta entrada fue inspirada por la siguiente canción:



No recuerdo el nombre de aquel viejo café en el que me encontraba; quizá pueda ser porque haber sabido el nombre de ese chico hubiese bastado, y al no hacerlo no encontraba necesario fijarme en ese tipo de nimiedades. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no tomaba un café aquella mañana del mes de noviembre. Me había rendido a la boca ambarina de una botella de cerveza. Con su beso frío en los labios todavía, vi aparecer su rostro por la puerta a mi izquierda. Deseé que se hubiese quedado atrancada, que el frío de afuera hubiese creado escarcha en la cerradura y los cuatro gatos que adentro nos hallábamos nos hubiéramos quedado encerrados; aquello tan sólo para que mi cuerpo no hubiese perdido el equilibrio, físico y mental, y la fuerza de gravedad que lo mantenía anclado al taburete alto frente a la barra. Pues en cuanto mis ojos le enviaron la reciente imagen a mi cerebro, y éste la registró, su cara revolucionó mis conexiones neuronales e hizo de mi cabeza un huracán, que duró milésimas de segundo y dejó como daños irreparables que mi corazón me estuviera produciendo una taquicardia y que yo ya no volviera a ser yo; en mi cabeza había otra persona más, y le pertenecía a él.
Una orquesta comenzó a tocar en mi mente, liderada por el sonido de la cuerda y una flauta. El piano vino después, pero no tan presente como los anteriores. En crescendo la melodía desbarataba toda mi integridad. El punto álgido de aquella oda a la alegría llegó cuando se sentó frente a la misma barra que yo, a un taburete de mí y me miró. Para entonces los tambores golpeaban mi pecho, los violines y contrabajos zumbaban con crueldad en mis oídos, el piano era aporreado con dureza en mis manos y las trompetas, ¡oh, las trompetas!, eran como dioses que gritaban en mi cabeza diciéndome: «Salúdalo, salúdalo». Pero sus ojos de nuevo inhibieron todo tipo de reacción rápida y mi única respuesta fue un movimiento de cabeza que se quedó en un asentimiento burdo, triste, penoso, vergonzoso...
Y en ese momento pensé para mí, para aquellos dioses misericordiosos y para los músicos de la orquesta: «Si tan sólo pudiera...»
Es curioso cómo las personas reaccionamos ante situaciones que tanto hemos anhelado. Nos pasamos la vida soñando, inventando escenarios y creyéndonos historias que vemos o leemos, pero cuando llega nuestro momento de ser los protagonistas y dar una paso de fe, entonces nos quedamos bloqueados en el taburete de frente a cualquier barra, diurna o nocturna. Y nos lamentaremos por ello mucho tiempo después, llegando incluso a creernos esa milonga que reza: «si es que no era para mí». El caso es que somos unos cobardes, digan lo que digan. Si yo no supe reaccionar es porque me pudo la situación, porque era un evento inesperado que creó en mí una crisis que todavía me tiene escribiendo día tras día sobre el dolor que me dejó.
Y ahora él es una parte de mí, tan sólo porque ha generado un cambio en mi cabeza, una reestructuración cerebral a nivel neuronal que me ha cambiado para siempre y que no me deja escapar a su recuerdo. Soy todo suyo. Sin ninguna otra meta que morir en su pecho, rodeado por sus brazos y con la música de la orquesta envolviéndonos. Frente con frente. Con mis dedos en su largo pelo ondulado. Deseoso de no recibir más besos fríos de la botella, sino beber de él hasta morir de extenuación.
Si tan sólo pudiera haberlo saludado decentemente. Si tan sólo pudiera haberle sacado conversación, preguntado su nombre o acercarme tal vez. Si no hubiese sido tan imbécil y no me hubiese hundido más y más en mi asiento, apurado la cerveza y levantado para irme. Si esto no hubiese sido más que una parte más de mi volátil imaginación. Tal vez, si cabe, ahora estuviese describiendo su cuerpo dormido en mi cama, mientras que todo esto nunca habría sido escrito y lo que estuvieseis leyendo ahora sería un posible. «si no lo hubiese hecho...».  


sábado, 17 de noviembre de 2012

7+9=A





Destruyeron mi mundo, los cimientos se volvieron de papel y las lágrimas lo humedecieron, obligándolo a ceder bajo el peso de mis problemas. Un demonio intentó aprovecharse de mi vulnerabilidad, volviendo a penetrar en mi vida tras años de separación después de episodios de peleas. Pero se quedó en un burdo intento, al menos de momento. Reconozco que mi debilidad a veces me lleva a tomar decisiones que creo acertadas y luego me rajan el corazón. Pero tengo un ángel que me susurra al oído cuando la algarabía de mi cerebro se calla. Y lo que me dice es que no, ese camino no. Algo mejor está por venir.
Ese ángel se transforma en morfina dentro de mí; que relaja mi inquietud y apaga mi dolor. La actitud de defensiva que mantengo se torna en la sonrisa que una vez perteneció a un niño. Hay mucho espacio entre él y yo, pero sólo físico. No hay vidas ni horas que calculen el tiempo que llevamos separados, pero aquí adentro, en mi pecho, todavía hay un corazón diminuto a ojos de Dios que sigue sintiendo algo cuando me imagino en sus brazos. Y no siento vergüenza alguna al reconocer que creo en esa fantasía. Sin palabras ni actos, él me ha ganado con la mera idea de imaginarlo.
¿Qué mal le puede hacer a uno pensar que se merece algo mejor, algo que una vez conoció y que no recuerda bien donde? ¿Cuál es el problema de plantear esa ecuación que desconoces la conclusión a la que te va a llevar? Si el fin de mi vida es resolver incógnitas, ésta no va a ser menos.