MISSING
(EVANESCENCE)
Cómo debería llamarte, ¿padre?, ¿madre?, ¿Dios? Realmente, ¿alguna vez alguien te ha preguntado cómo quieres que te llame? O es que simplemente no te has dignado a responder. Muchos han lanzado plegarias al cielo, gritos de desesperación que se preguntaban si de verdad estabas ahí, si sangrabas con nosotros, si llorabas nuestros pesares, si te sentías también tan sólo como nosotros en tu trono de luz; pero la única respuesta que recibieron fue el titilar de las estrellas, el viento golpear las ventanas, la oscuridad de la noche que todas las pasiones saca a relucir. ¿Me equivocaba yo al llamarlos ingenuos, al creer saber que tú no estabas ahí arriba, sino dentro de nuestro corazón? ¿Aquella certeza era realmente tan surrealista como el resto? Escribiendo esto me siento indigno, como un niño que escupe en la cara de su padre, sin comprender la autoridad y la sabiduría; básicamente sin entender apenas nada. Pero si lo hago es porque tengo una certeza, que a fin de cuentas he cuestionado miles de veces, pero ¿qué sería de una certeza si antes no se la ha puesto a prueba e intentado echar por tierra de todos los medios posibles? En este caso (y en el único) el corazón gana. Pero no estoy aquí para afianzar mis creencias. Hoy me siento a escuchar y lo único que mis oídos registran son los tambores en mi pecho, la respiración y la voz de mi cabeza que no deja de decir que esto está mal. No encuentro salida, Señor, no te encuentro siquiera en las voces de las personas que dicen ser tus representantes en la Tierra. No te encuentro en las iglesias ni en los camposantos ni en la Biblia. No llego a ver tu palabra en ninguna religión. Observo cómo el mundo se va olvidando de tu verdadera cara y se dejan nublar por las palabras de aquellos que cobran por hablar en tu nombre, o de los que dicen luchar y morir en tu nombre. Y cuando parece que te he perdido por completo, recuerdo que en los ojos de las personas siempre he hallado una luz que me hace sonreír. ¿Es ahí donde habitas? Si estoy en lo cierto, me miro ahora al espejo y te ruego que me escuches: aquello que he perdido, lo que tanto hecho de menos, si ha de ser por mi beneficio, me sea devuelto, porque no puedo vivir más con esta necesidad que día a día me hace llorar y sentirme inferior a lo que realmente soy. Temo la soledad por encima de todo y es como el veneno de la serpiente. Pero lo entiendo, ante tanto dolor en este mundo, el mío es tan insignificante...