Lo que he vuelto a
perder es la ilusión. Una fina línea cruza mi cara en el lugar que
le fue robado a una sonrisa. Me creí que la furia espantaba a los
enemigos, pero lo que hace en realidad es dejarme solo sin compañía
y envuelto en una vorágine de sueño y vigilia en la que ya no
distingo la separación entre mi mundo y mi mente. No tengo
motivación para levantarme de la cama y enfrentarme al exterior. Mi
vida se ha limitado a una continua sensación de derrota y decepción,
y ya no me quedan lágrimas en los ojos para arrastrarla. Mis sueños
se inundan por la ola que surge del mar y envuelve mis anhelos; soy
incapaz de subir a la superficie cuando la marea me cubre y tan solo
puedo quedarme en el fondo, rodeado de libros y mesas vacías.
Una profesora mía
nos dijo esta misma tarde que “el hombre es más fuerte cuanto más
sensible es a la realidad”, que no debemos reprimir las lágrimas.
Yo no he parado de hacerlo últimamente, reprimir, y me ha dejado
exhausto. Se ha acabado el sueño de verano y se ha acabado el tener
sobre mi cabeza el cielo despejado. Se acerca tormenta y ya ha
nublado mi alma en su totalidad. No quiero perderme, cegado por el
resplandor falso de mis sueños. Quiero tener la capacidad de dejarme
llevar y aprender a cuidar de mí mismo. Quiero soñar con una vida
abstracta y dejar a un lado los prejuicios. Pero me veo incapaz de
detener la ola que asolará por completo mi vida.