Todo empezó por el final. Faltaron los
besos, tu pelo revuelto sobre mi almohada, mis manos en tus hombros y
todo aquello que una pareja puede llegar a hacerse en el tiempo que
prometen estar juntos, sea bueno o malo. En su lugar aparecieron las lágrimas en mi
mirada, el vacío en mi pecho y la carencia de una ilusión que, según
creía, podría traerme a la vida de nuevo. Me gustaba lo complicado
de la situación y la idea de haber encontrado por fin a alguien que
tuviera esa pieza del puzzle que encajase con la mía. Siempre pensé que no era fuerte, que de vez en
cuando tenía ese valor que hace falta para dar los pasos en la vida,
pero que no era a tiempo completo. Contigo me creí con fuerzas
renovadas, perdido tan solo en tu mirada y con mi mundo envuelto por
tu voz. Pensar en ti me hizo olvidar el miedo a quedarme solo. Pero
el verano llega a su fin, mi pueblo se vuelve a quedar vacío, yo me
tengo que ir de nuevo a por mi futuro y tú desapareces de mi entorno
hasta dentro de tres estaciones. Te llevas contigo mi ilusión y las
respuestas a las preguntas que tanto quise hacerte. Ya no sabré si
fue interés o amabilidad lo que te llevó a entablar esas largas
conversaciones conmigo. Aquí se queda el recuerdo de tu nariz y el
sonido de tu voz, que retumbará durante días en mis sueños. Mis
labios son ahora una línea recta y mis ojos se plagan de lágrimas
que no dejo salir por vergüenza. Debo volver a luchar con sólo dos
manos, cuyos brazos son los únicos que ahora me envuelven en la
noche. En mi coche, escrito en el polvo que lo recubre, ya sólo
quedan nuestros nombres escritos con el índice entre los que tan sólo
hay una “&” que los separa, que recuerdan este verano en el
que estuve a punto de rozar con los labios la felicidad plena
que creí hallar en tu piel.
lunes, 12 de septiembre de 2011
sábado, 3 de septiembre de 2011
Reinvención
El autobús había salido de madrugada
de la ciudad y el mar quedaba ya tras su camino. Con el trascurso de
los kilómetros, los árboles que cubrían las altas montañas,
haciendo parecer su aspecto a un manto verde, habían ido manteniendo
las distancias entre cada uno de ellos; pasando de compartir raíces
a ni siquiera llegar a tocarse aunque vientos huracanados agitasen
sus ramas. Algunos incluso habían rendido sus copas al suelo y
éstas se dividían en tres ramas grandes que se alzaban al cielo
para luego descender, dándole el aspecto de tres grandes garfios con
sendas ramas menores con hojas. Las montañas se estiraron en largas
llanuras que se besaban con el cielo en el horizonte y la tierra
parecía recién arada, sin hierva ni plantas; aunque lo más
acertado fuera jurar que en aquella tierra no había crecido hierva
alguna desde hacía tiempo. El poco rastro de agua en sendos lados de
la carretera eran aquellos caminos profundos por los que el agua de
la lluvia o mismo un pequeño riachuelo habían serpenteado con su
cuerpo de agua, lodo y cantos rodados; pero aquello también parecía
pertenecer a un tiempo lejano. En el cielo se podían ver diminutos
puntos negros que describían círculos en un fondo que con el paso
de las horas de la mañana era cada vez más azul. El gris había
dejado paso a un cielo despejado. Mi tierra quedaba ya atrás y me
parecía que algo de mí también lo hacía.
Y no sería el sueño el que se fuera
quedando atrás a hacerle compañía a las montañas, pues llevaba un
par de días sumido en un malestar corporal tal que juraría que las
resacas comienzan a durar más de un día. Tampoco las preocupaciones
que me rondan por la cabeza, ni la música constante, ni los
anhelos... Sin embargo una nueva amiga se había sumado a estos en la
última parada: la necesidad. Digo que era nueva no porque no la
conociera de antes, sino porque era raro que se quedase conmigo más
de un día. Esta nueva amiga me insta a una reinvención inminente en mi vida. La necesidad de un cambio en ésta y en mi actitud me hace
reconocer que la culpa de mi situación es sólo mía, y que si de
verdad quiero lo que busco debo empezar realmente a buscar, no a
decirlo simplemente. Pero no se trata de algo tan etéreo como la
felicidad lo que busco, sino de una meta más alcanzable a corto
plazo: sentirme bien sólo; y para ello tengo que empezar por
contemplar mi vida como algo que puedo construir sin ayuda de nadie,
sólo con mi determinación. Reconozco que el viaje me ha traído de
vuelta a una ciudad a la que no me apetecía volver a consecuencia de
los acontecimientos del año pasado. Creía que si volvía las cosas
irían a su vez mal, como la progresión de excesivo verde a sequía
que había visto en el trayecto en autobús. Pero ese modo de pensar
no se corresponde con alguien que ha decidido luchar; ya no se
corresponde conmigo. Mi vida venía teñida de blanco y negro, como
fotografiada con una cámara antigua, de esas en las que el revelado
es más elaborado de lo que uno está acostumbrado a ver en las
películas. Ahora el tono de mi vida es más claro, como si el sol se
colase en cada una de las instantáneas que de ella saco, tiñéndola
de rosa, naranja y azul.
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