Si
el agua tiene la curiosa capacidad de arrastrar lo que no queremos
que se quede, ¿por qué las lágrimas no se llevan tu recuerdo? No
es un parásito el que termina con mi cabeza, es la imagen de una
playa en su atardecer, unos ojos que incluso en la oscuridad de los
míos cerrados continúan alumbrando, tu sonrisa dibujando su reflejo
en mi boca... Eres jodidamente perfecto como para que te haya
inventado yo con unas pocas palabras que describan sin ningún tipo
de justicia todas tus virtudes y tus defectos, éstos últimos los
que yo más amo. No me importa que hayas dejado de tocar, yo he
dejado de escribir porque solo te describo a ti. Todos cometemos
errores. ¿De verdad el nuestro fue tan grande como para terminar tan
lejos el uno del otro? ¿Es un castigo bien merecido o una balanza
desequilibrada? Se cometen errores en la ruleta de ida y venida, pero
si estoy hoy aquí no es para lamentarme, aunque sea lo que he venido
haciendo hasta ahora. Escucha, estoy aquí. ¿Lo sientes? Son las
cicatrices de las alas que corté por ti. Es el murmullo del agua de
los lagos de aquella isla lo que ahora suena de fondo. Ese aire
cálido que hace innecesarias las sábanas en una cama con
mosquitera. Ha llegado el momento de volver al universo real.
jueves, 27 de octubre de 2011
miércoles, 19 de octubre de 2011
Un beso
Ya no
recuerdo la sensación de otra boca respirando frente a la mía, con
sus labios rozando mis comisuras. Hace tiempo que sueño que él me
besa y durante unos minutos tras despertarme puedo recordar cómo es
sentir la humedad en ellos. No hay nada que desee en estos momentos
más que recibir un beso. Y podría tener uno, llevo meses pudiendo
haber recibido besos. Pero no quiero esos besos vacíos que se creen
capaces de comerte; quiero de esos que respiran de ti como el aire
más puro, que creen que pueden fundir sus almas si respiran de la
boca del otro. Ése es el tipo de beso que añoro. Y puede ser por el
tiempo que hace que ningún beso toca mi piel, o por la canción
“Riazor” de Amaral, dedicada a las mismísima playa en la que
recibí el último beso y que no deja de sonar en mi cabeza. Puede
ser por los incontables sueños en los que no hay sexo, pero sí
besos. Sólo uno de ésos era lo que ahora podría devolverme la
sonrisa, ésa que delata que tus labios han tenido un encuentro
cercano con otros.
martes, 11 de octubre de 2011
Vacío y eco
¿Dónde estará el tiempo cuando las
partículas de luz se detengan? Si la materia desaparece de nuestro
ser, ¿existe algún tipo de fuerza que mantenga unidos nuestros
impulsos cerebrales? Con todos los instrumentos acallados, el cielo y
la tierra abrazados en un nuevo llanto de destrucción, la oscuridad
que no cesa y el inmenso universo reducido al tamaño de una neurona.
Cuando mi voz entone la última nota, entonces ¿todo el dolor habrá
desaparecido? ¿Hay algo que me obligue a llevar este dolor allá a
donde van los seres vacíos? Hay un momento en el que las
preguntas pierden todo su valor porque pasan a ser afirmaciones. Ese
estado después de la vida parece ser el que tiene la solución,
donde todo deja ya de importar porque deja de existir. Pero una vez
más parece que el capricho de la energía por transformarse alcanza
extremos inimaginables. Y cuando solos nos aferramos a ese último
suspiro, ya estamos seguros de nuevo en otro vientre, preparados para
nacer con llanto.
Y parece que lo recuerdo. Levemente
tengo en mí una de esas certezas que te hacen cuestionar tu
integridad. No necesito la muerte para sentir el vacío, pues lleva
en mi corazón desde la otra vida. La única voz que me devuelve el
saludo es mi eco, y mi sombra mi único acompañante. Su recuerdo, ya contaminado por los años, es el que me insta a vivir.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Mi persona
La rabia se agolpaba en su cara y la
enrojecía, otorgándole ese aspecto de mujer enfadada que recordaba
de mi infancia. Sobre mi cama, su ropa. Todos los vestidos de fiesta,
los abrigos y las blusas que de su armario habían pasado al mío,
ahora se amontonaban en la enorme cama. Se marchaba ya de nuestra
casa con todo lo que podía, y lo hacía con una rabia que le impedía
dejar de decir barbaridades.
Su debilidad había sido su fuerza, por
contradictorio que parezca. Su padre había visto, del mismo modo que
yo desde pequeño, que en ella su corazón gritaba auxilio. Siempre
había sido una niña miedosa y apocada que necesitara protección; y
era de su padre principalmente del que la obtenía. Sin embargo, ni
él ni nadie pudo salvarla de su familia política, y se sumió en el
dolor de ver cómo al hombre al que amaba lo convertían en la
persona que más daño le haría de por vida. Cuando yo tenía tres
años, ella abortó. Era la única que sabía que de aquel vientre
estaba a punto de salir una niña que convertiría un 3 en 4. Ni las
súplicas de su padre fueron suficientes para detenerla. Su marido le
había dado un ultimátum: o él (y ahí dentro también estaba yo
incluido) o el bebé. No está en mis manos juzgar su elección, como
tampoco estaba en las de ella renunciar a mí. La niña nunca llegó
a nacer, y el vacío creció en una familia destinada a la ruptura;
mientras las artes oscuras de mi familia paterna crecían día a día
en la casa de al lado, luchando por dejarla sola.
Y lo peor de todo es que yo lo sabía.
Había visto cómo la trataban. Había visto su rabia montones de
veces. Incluso compartía con ella la misma aprehensión a los
abortos, sin saber exactamente el porqué. Yo era el único que ya
sabía el final antes de que éste ocurriese. Y debí haber hecho
algo para evitarlo. Supongo que una vez más mi inseguridad me
susurraba al oído que aquello no pasaría, que lo que soñaba por
las noches en pesadillas, lo que creía que iba a pasar, el odio que
veía en la cara de mi abuela materna... no eran más que
imaginaciones mías. Pero en todo tenía razón, en silencio había
previsto los acontecimientos y me había quedado quieto sin hacer
nada. Aquel día mi madre se fue por última vez de casa con casi
toda su ropa, dejando atrás el suelo de la cocina repleto de
porcelana rota y la cara de mi padre perpleja por las bofetadas (que
bien se merecía). Puede que mi abuelo no esté físicamente presente
para ayudarla en este tramo de su vida, pero estoy yo. Soy quien debe
guiar a mi madre a encontrar de nuevo su camino. Y aunque no viva en
mi casa ya, la veo y la veré todos los días que esté en Galicia.
Ella es mi persona, y la ira y el odio no nos van a separar.
En cuanto a mi padre... es otra
historia...
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