La mera
conversación sobre la película había derivado en las
especulaciones sobre cómo sería la vida si poseyésemos
características o poderes especiales. Él no dejaba de decir que
desearía tener una piel más dura para que nada la pudiese
atravesar; supongo que era debido a su irrefrenable pavor hacia las
agujas, pero yo no dije nada y me limité a poner a prueba cada idea
que proponía.
-Pero incluso lo
resistente se puede romper -le dije-. Un vaso no lo puedes romper con
una sola mano, pero si lo tiras o lo golpeas se rompe.
Hizo una rotación
con los ojos y abrió la boca, irritado.
-No me refiero a
algo tan rígido... aunque una aguja no puede atravesar el cristal de
un vaso.
Ahí estaba la
confirmación de mi teoría, a lo que añadió:
-Lo que quiero
decir es que la piel de un rinoceronte estaría bien. A ver quién se
atrevería a plantarse frente a mí.
Yo reí, más por
mi ocurrencia, que estaba a punto de compartir con él, que por su
comentario.
-¿El cuerno
también iría incluido?
Me golpeó con el
puño cerrado en un hombro, empujándome con éste hacia atrás y
tumbándome de medio lado en el sofá cama que su madre nos había
preparado para esa noche. Aquella tarde había acudido a su casa para
hacer un trabajo con él, pues se había hecho daño en una rodilla
jugando al fútbol y le habían tenido que clavar una aguja en ésta
para quitarle líquido sinovial, que se había derramado y hecho
hinchar media pierna. Me había comentado que poco se había enterado
del dolor de la hinchazón exagerada que había sufrido, pero que el
pinchazo estaba ya en el puesto número uno de sus experiencias más
dolorosas. A pesar de todo, la pierna ya tenía un aspecto bastante
normal bajo la venda. La tarde de invierno había tocado fin pronto y
la noche se nos había echado encima a eso de las seis, obligándonos
a encender las luces. La pereza y el cansancio hacia el trabajo
también vino con la oscuridad, así que nos pusimos a hablar hasta
la hora de cenar. Luego una cosa llevó a la otra: su madre nos trajo
la cena, él me propuso ver una película y dormir allí, y yo no
tuve más remedio (o sí, pero no quise) que llamar a mi madre y
esperar a que me diera permiso para quedarme.
-Hasta a un
rinoceronte pueden abatir las balas -puntualicé.
-Bueno, pues
entonces lo que mejor me convendría, para dejar los cuernos de lado
-dicho ésto me miró incipientemente-, sería la piel de Superman, a
la que ni las balas pueden atravesar.
Para eso no tenía
contestación. Hablando de pieles, la de Superman era el máximo
exponente de la resistencia. Como él bien había dicho nada la podía
atravesar, no siendo la kriptonita, algo de lo que yo sabía muy
bien. Al fin y al cabo, todo el mundo tenemos debilidades, incluso
los casi-dioses.
-Pues ya
poniéndonos en extremos de fantasía y magia, yo preferiría tener
la habilidad de viajar en el tiempo.
Ahora fue él el
que se mofó de mi idea.
-¿Y para qué
querrías tú viajar en el tiempo? Si la vida es mucho más
interesante así tal y como es, con el tiempo viajando en una sola
dirección.
Mi mente comenzó a
fantasear sobre aquella idea y la realidad pareció quedarse en un
plano paralelo. Tan sólo estaba él, mi punto de gravedad en este
mundo. El planeta alrededor del cual mi vida orbitaba.
-Para decirte que
te quiero, para besarte ahora que te tengo delante y puedo, pues no
sé si mañana el mundo pueda decidir apagarse y sepultar nuestros
cuerpos bajo toneladas de dolor. Porque si lo hago ahora y no me
correspondes, al menos tendré la posibilidad de retroceder en el
tiempo y evitar reaccionar de esa manera, y contarte alguna mentira y
seguir charlando hasta que el cansancio nos tumbe. Porque si ahora te
beso y tú me rechazas y comienzas a odiarme, entonces podré
borrarlo y quedarme con la idea de dónde están los límites de
nuestra amistad.
Pero evidentemente
eso era lo que deseaba contestarle, no lo que realmente hice. Me salí
por la tangente y la conversación derivó en otros temas.
Él era mi
kriptonita, mi debilidad. Pero yo no era héroe ni podía viajar en
el tiempo. Mi mayor pecado era mi juventud. Era débil, dependiente y
soñador. Algo cobarde también se puede decir que fui, pues nunca
tuve el valor de decirle la verdad y esperar con madurez a recibir el
golpe de la verdad. Lo que hice fue escoger la primera oportunidad
que me alejó de él. Ya nunca más nos volvimos a juntar, a pesar de
que físicamente sí nos hemos tenido cerca.
q dolor querer a un xiko q no siente lo mismo q tu. ese amor tan inocente y oculto...
ResponderEliminarla juventud es lo q tiene.
un abrazo Pablo :-)
Deberías escribir un libro, aunque sea de relatos cortos. Un placer leerte, aunque te duela :)
ResponderEliminarGracias a los dos, siento que sea después de tanto tiempo, pero he estado desconectado por un tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme!