-Anoche soñé que
estábamos en guerra y que yo era el arma más fuerte.
Él pareció no
comprender aquel giro tan brusco de la conversación. Juntó las
manos frente a la boca y se inclinó para preguntarme:
-¿En qué sentido
eras el arma más fuerte?
-Tenía poderes
-escuetamente contesté. Y como no le satisfizo, añadí-: Corría
entre soldados del bando opuesto y era capaz de matarlos de un
movimiento de la mano.
Avergonzado por
cuan extraño sonaba aquello al decirlo en voz alta me recogí
incómodo los pies con las manos, sin mirarlo, y simulé colocarme en
una posición más recta para mi espalda. Lo escuché rascarse la
barbilla poblada por una barba de tres días, notando su mirada
incipiente en mí.
-¿Y por qué lo
relacionas ahora con el tema del que estábamos hablando -se extrañó.
-Estábamos
discutiendo sobre mi sentimiento de culpa -volví a mirarlo-, y a la
vez de miedo, ante la perspectiva de quedarme sólo. Tú hablabas de
que en la vida hay momentos en los que uno debe estar sólo para
conocerse a sí mismo, porque de esa forma puede evitar errores en un
futuro. Porque, según has dicho, conocerte a la perfección a ti
mismo hace más fácil el que otros te conozcan. -Hice una pausa para
limpiar el polvo invisible de mi pantalón-. Tú dices que es
necesario para una salud espiritual y mental, a la vez que te permite
estar en paz con uno mismo. También me has increpado sobre el hecho
de amar un imposible. -Su mirada era firme y aceptaba todo lo que yo
le decía, pues era un resumen perfecto de la conversación-. Aunque
a veces otra persona puede ayudarte a conocer partes de ti que sólo
no tendrías la oportunidad de hallar.
Asintió
firmemente y su dentadura perfectamente alineada se pudo ver por la
comisura de su boca cuando sonrió de lado, como solía hacer cuando
se sentía divertido.
-Si yo no digo que
no, tan solo que muchos de los problemas que tienen las parejas es
por las propias inseguridades y los miedos individuales de uno... o
de ambos, según se mire, pero nunca compartidos.
-Ya, pero es muy
utópico pretender que las personas comiencen una relación sin miedo
alguno, porque entonces todo sería un camino de rosas -le dije,
rotundo.
Tenía ambas manos
apoyadas sobre las rodillas y se sentaba con la espalda curvada hacia
delante. Sus ojos se clavaban en los míos, manteniendo la conexión
durante la conversación. Sólo cuando él hablaba se permitía
separarlos un poco y mirar al vacío, como si las palabras estuviesen
escritas en las paredes de mi habitación.
-Pero no entiendo
que tiene que ver todo esto con tu sueño. Me tienes desconcertado.
Me reí y volví a
estirar las piernas, otra vez nervioso.
-Pues que aunque
sea un orgulloso y posea mi propio criterio, creo en el fondo que
tienes razón -apuré a decir.
Haberlo dicho tan
rápido fue incluso liberador. Me sentí aún más aliviado cuando me
sonrió, achinando bastante los ojos, y se acercó más a mí para
sentarse a un palmo de mis piernas.
-Explícate, por
favor. ¿Qué te ha hecho recordar ese sueño?
-El deber
-contesté-. En el sueño me sentía desatado, con un poder
desmesurado que liberaba fuera de mí cada vez que me encontraba con
un enemigo ataviado de camuflaje. Sabes que siempre me gustó la
magia y la fantasía, pero en este sueño estaba incómodo conmigo
mismo. Me sentía solo. No era capaz de parar de derribar oponentes
porque era mi deber hacerlo. Sólo estaba yo en aquella ciudad de
arena y piedra enfrentándome a algo que me superaba, algo más
grande que yo. Y por más que quisiera echar a volar lejos, que podía
hacerlo, era incapaz porque una fuerza me arrastraba allá: al deber.
No frunció el
ceño ante mis palabras, pero sí que entornó la mirada. Él sentado
en el medio de la cama, yo en el cabecero con las piernas estiradas a
un lado. Era una situación incómoda y a la vez gratificante, porque
él estaba allí. Un sentimiento con doble filo, que hería, pero que
por otro lado era suave como la seda. Y él estaba comprendiendo la
maraña de pensamientos que era incapaz de verter en palabras desde
mi cabeza hacia él, como si el mirarme a los ojos fuera suficiente
como para meterse dentro de mi cabeza y contemplar el desorden.
-¿Así te
sientes? -me preguntó-. ¿Por eso crees que debas estar sólo ahora?
Yo asentí.
-Pero, ¿el deber
para con qué, para con quién? -se interesó.
-Conmigo. Sólo
para conmigo, porque creo que debo dejar de forzar las cosas para que
fluyan. Lo que tengo que hacer es dedicarme sólo a mí.
Estiró la mano
hacia la mía, pero no llegó a tocármela. Mirando nuestras manos
separadas, dijo:
-Eso puede serte
peligroso, porque te puede llevar a sentirte aún más solo.
Alzó la mirada de
nuevo. Crucé los brazos sobre mi pecho como si me estuviese
preparando para otro golpe de su inmensa razón.
-El deber es
importante -continuó-, sobre todo si es por ti mismo. Y mantener las
promesas que a uno se ha hecho lo es más. Pero si te rindes en tu
búsqueda nunca podrás encontrar el amor.
Aquellas palabras
saliendo de su boca hicieron hervir en mi interior una necesidad loca
por abalanzarme sobre él y abrazarlo, porque era lo que necesitaba.
Pero sabía que no podía hacerlo porque en su lugar encontraría aire.
Entonces no me quedaba otra opción que sincerarme.
-No -lo corté
antes de que siguiese por esos derroteros-, nunca podré encontrarTE.
-Sus ojos azules refulgieron de sorpresa cuando formulé aquella
aclaración-. Porque aunque puede que esta conversación no esté
teniendo lugar más que en mi propia cabeza, no quiere decir que
algún día me llegue a rendir. Porque mi deber es encontrarte; no
hay otro. Y si yo renuncio a estar con cualquier otra persona ahora
es porque quiero dedicarme a mí, pero sólo para que cuando te
encuentre, que es posible que no lo consiga, ambos estemos preparados para amarnos. Por
eso que creo que tenías razón con tu reflexión inicial.
Durante un rato
sólo me miró, sin mover su mano frente a la mía, sin llegar a
tocarme porque no podría hacerlo.
-Es un sentimiento
muy bonito -afirmó-, y no me sorprende viniendo de ti. Pero, ¿no
crees que la causa de ese sueño, de tu gran responsabilidad, pueda
venir de otro lado? ¿Y si hay algo más que te preocupa pero que no
tienes el valor de admitir?
Y ahí estaba de
nuevo la aplastante verdad de su juicio.
He aquí la entrada más larga que he escrito. ¡Dios!, creo que me he pasado.
ResponderEliminarEspero que no sea tediosa la lectura.
Si alguien logra leerla entera, le doy las gracias por adelantado.
Un abrazo!!
La verdad es que si que se hace llevadero, o al menos a mi se me ha hecho, será por lo bien que escribes. Nunca es mal momento pare elogiar tus entradas jajaja :)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la conversación, las preguntas, las respuestas y los argumentos. A veces cuesta ver la verdadera verdad en las cosas, espero que consigas responderte a tus preguntas Pablo.
¡ Mucha suerte y un saludo hasta el norte ! ~
hola Pablo..
ResponderEliminaraveces el sentimiento de responsabilidad es tan grande que queremos salir de ahí a toda costa. igual que la otra vez te dije que hay que ser fieles a las promesas q salen de nuestros labios, también te digo que nunca viene mal cometer alguna locura o ser un poco irresponsable por un día.
ahí está la chispa de la vida.
Esos ojos azules te persiguen...ojala algún día puedas contarnos que tu corazón se inundó de esos ojos.
ABRAZOS!!
Bueno, he terminado de leer la entrada, y ME HA ENCANTADO. He conocido tu blog de casualidad, y solamente la descripción de tu perfil me ha enamorado, más aun la entrada.
ResponderEliminarTe sigo!
http://boyurbandchic.blogspot.com/
Shinrei: Siempre tan adulador :D Gracias!
ResponderEliminarManuel: No soy de cometer locuras; no sé si es un defecto o una virtud el que todo lo piense y analice al detalle. Al final siempre escojo la opción menos arriesgada para mí, que supone esperar... Sí, esos ojos me acompañan siempre ;) Su nombre ya lo dije una vez pero me parece muy repetitivo escribirlo en cada entrada :D
Boy urbandchic: Me alegro de que haya gustado, tanto la entrada como la descripción, que escribí un día de lucidez. Eres bienvenido a mi blog.
Un abrazo muy grande!