«¿Me seguirás
recordando cuando ya no te mire a los ojos?»
Esa palabras
vibraron en mi cabeza de camino de vuelta a casa y al llegar las
escribí, no sólo para no olvidarlas, sino para recordar siempre qué
significaban. Podía estar cometiendo uno de los errores más grandes
de toda mi vida, y sin embargo continuaba caminando hacia adelante
llevándolo a cabo y sin mirar atrás.
Atrás era donde
quedaba él, con su cabeza gacha y su mirada perdida en un punto
entre mi cabeza y la pared de mi lado. Durante toda la velada había
orientado mi cuerpo hacia mí, de vez en cuando incluso llegando al
contacto físico, muy íntimo. Habíamos caminado hasta un pequeño y
viejo embarcadero a la otra orilla del río, donde con su dulzura me
había abrazado y besado. Como si me estuviera leyendo el
pensamiento, comenzó a bromear sobre una de las primeras cosas que
le había dicho al poco de conocernos:
- El tiempo que
tarda una persona en olvidar a otra -le había dicho ese segundo
día-, es la mitad del tiempo transcurrido desde que se conocieron
hasta que se separan.
Y me preguntó
cuánto tiempo le llevaría a él olvidarme si nos dejáramos de ver.
Sonreí y me volví para mirar el embarcadero. El nivel del río
había subido y vuelto a bajar recientemente, por lo que la tierra
que entonces pisábamos estaba algo enfangada y nuestros pies se
hundían levemente. Como mis nervios en aquellos momentos, la
superficie del río estaba agitada por la corriente que tomaba
velocidad bajo el puente de hierro, que ya comenzaba a iluminarse
para la noche. Caía el sol entre los árboles y con él su ánimo y
ganas de mirarme. Comenzó a darse cuenta de que algo no iba bien,
que estaba más distante y que era incapaz de mantener mi mirada en
su cara mucho tiempo; y ya no digamos en sus ojos. Sabía que él lo
sabía antes siquiera de decírselo, por eso me mantenía mirando a
un punto fijo sobre la agitada superficie del río, donde algunos
juncos sobresalían como garras afiladas hacia el cielo. Yo no lo
pude decir con palabras, él sí. Tuvo el valor de ponerme una mano
en la espalda y decirme lo que debería haberle dicho yo mismo: que
se había acabado.
De vuelta a casa
con el peso de la culpa sobre los hombros, me puse a reflexionar
sobre si lo que había hecho era la correcto. No sobre si estaba bien
o no, porque sabía que no lo estaba. Y fue entonces cuando se me
vino la frase a la cabeza. Me pregunté si era verdad que sólo le
llevaría la mitad del tiempo que habíamos pasado juntos en
olvidarme. Le deseaba que fuera menos incluso. Pero yo, sin embargo,
sería incapaz de olvidar en los dos años que han transcurrido hasta
hoy sus ojos húmedos por las lágrimas y su expresión de decepción.
Esa frase todavía está en el corcho sobre mi cama, para recordarme
que nunca más voy a volver a hacer llorar a nadie que me haya
querido.
ya habías empezado a olvidar en esa última cita. eso se nota.
ResponderEliminaral final todo tiene un final, nada es para siempre...
un saludo Pablo.
Sí, a veces comenzamos a tomar caminos mucho antes de ser conscientes de ello. Y cuando nos damos cuenta ya puede ser demasiado tarde.
EliminarUn abrazo amigo!! ;)
El desamor es una herida que con el tiempo se repara, pero siempre queda una cicatriz. Un abrazo Pablo!
ResponderEliminarSí, y las cicatrices nos recuerdan los errores cometidos :(
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