Cuando llueve hay un niño en la calle
vestido con tan sólo camiseta y un pantalón corto raído. Camina
descalzo y nadie lo mira. No lo hacen porque es débil; el reflejo de
lo que todos temen, de los errores, de las incertidumbres, la
injusticia y la falta de decoro por parte de la vida. Ese niño es un
fantasma vagabundo al que no le afecta la lluvia porque nació entre
llantos. Dicen que tiene ya una edad para considerarse un adulto,
pero a mis ojos no debe de tener más de 12 años. Nunca vivió la
soledad de la adolescencia porque ésta le llegó antes, cuando el
mundo le dio la espalda. O eso dice cuando pasa por tu lado, con la
mirada clavada en el suelo. Masculla: “ellos me dieron la espalda,
yo he renunciado al mundo”.
Nací débil. Una diminuta gota en el
océano salvaje. Nunca me canso de repetirme que uno de los mayores
logros de mi vida ha sido esta piel de rinoceronte que ahora cubre
todo mi cuerpo. A prueba de insultos, de golpes del destino y
desamores; así es como soy ahora. Poco a poco, con los años me he
ido labrando una personalidad que ante todo se defiende de lo que le
pueda dañar, que ya ha sido mucho a lo largo de mi vida. Eché de
casa a mi inocencia una noche en la que no podía dormir. Como un
niño harapiento vagabundea por las calles cuando los días son
grises. Me di cuenta de que para sobrevivir en la jungla la vida
pueril es como una soga que te ata a un árbol cercano a un
asentamiento de depredadores. Si no deseas ver tu cuerpo alimentando
a las víboras, debes dejar ese lastre atrás y hacer de ti algo
nuevo. Aunque ello suponga el abandono de lo más bonito en esta
vida. En este juego si no sabes defenderte, te comen vivo.
Y a pesar de todo lo dicho, no puedo
abandonar el sentimiento de que algo de ese niño se ha quedado
impregnado a mi corazón. Por eso cuando llueve me acuerdo de él y
las lágrimas vuelven a empañar mis ojos.
Nunca debiéramos permitir que la inocencia desapareciera para siempre de nuestra vida. Quizá disimularla. Quizá tenerla escondida para hacer uso de ella con las personas adecuadas.Sacarla a relucir en el momento oportuno. Sólo es cuestión de saber cuando usarla sin que nos hagan daño. Porque la palabra INOCENCIA es maravillosa en si misma.
ResponderEliminarHay que cambiarse de vez en cuando de piel y quitarse la de rinoceronte y ponerse la de gusano de seda, o la de libélula, o la delfín, o la de unicornio...tienes muchas para elegir.
Bueno Pablo que me enrollo jeje cuidate y un abrazo!!!!
Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que sí, el niño que llevamos dentro nunca debería irse, aunque a veces creamos que es lo mejor.
EliminarUn abrazo!
Cuántas veces habré visto a ese crió rondando por las angostas calles de la ciudad a la que oso llamar hogar... Infancia, niñez, inocencia, dulce recuerdo de algo que duro tan poco en alguien como yo. Encarcelada ahora vive en un simple libro. Supongo que por eso habré vuelto a emocionarme con tu texto , porque otra vez Pablo, una vez más has conseguido que cada fibra de mi ser tiemble con cada una de tus palabras. Gracias por leerme la mente y expresar aquello que me es imposible de expresar, convirtiéndola en algo tan bello como lo que sueles escribir siempre en este remanso de paz, lugar que ya considero como mi panacea habitual ante los dolores de cabeza que me produce esta interminable pila de libros sin fin.
ResponderEliminarUn enorme abrazo.
Pues es un orgullo que éste sea tu lugar de huida cuando necesitas desconectar.
EliminarPara mí la infancia fue dura, plagada de abusones y golpes que ahora se podrían denominar bulling. Pero así soy como soy ahora, con todo lo bueno que ello conlleva. No importa cómo haya sido ni cuánto haya durado la infancia, lo importante es el resultado, los hombres en los que nos hemos convertido. Y que se rían ahora de nosotros, que algún día gobernaremos el mundo.
Un abrazo!!