Esta entrada fue inspirada por la siguiente canción:

Una orquesta comenzó a tocar en mi mente, liderada por el sonido de
la cuerda y una flauta. El piano vino después, pero no tan presente
como los anteriores. En crescendo la
melodía desbarataba toda mi integridad. El punto álgido de aquella
oda a la alegría llegó cuando se sentó frente a la misma barra que
yo, a un taburete de mí y me miró. Para entonces los tambores
golpeaban mi pecho, los violines y contrabajos zumbaban con crueldad
en mis oídos, el piano era aporreado con dureza en mis manos y las
trompetas, ¡oh, las trompetas!, eran como dioses que gritaban en mi
cabeza diciéndome: «Salúdalo, salúdalo». Pero sus ojos de nuevo
inhibieron todo tipo de reacción rápida y mi única respuesta fue
un movimiento de cabeza que se quedó en un asentimiento burdo,
triste, penoso, vergonzoso...
Y en ese momento pensé para mí, para aquellos dioses
misericordiosos y para los músicos de la orquesta: «Si tan sólo
pudiera...»
Es curioso cómo las personas reaccionamos ante situaciones que tanto
hemos anhelado. Nos pasamos la vida soñando, inventando escenarios y
creyéndonos historias que vemos o leemos, pero cuando llega nuestro
momento de ser los protagonistas y dar una paso de fe, entonces nos
quedamos bloqueados en el taburete de frente a cualquier barra,
diurna o nocturna. Y nos lamentaremos por ello mucho tiempo después,
llegando incluso a creernos esa milonga que reza: «si es que no era
para mí». El caso es que somos unos cobardes, digan lo que digan.
Si yo no supe reaccionar es porque me pudo la situación, porque era
un evento inesperado que creó en mí una crisis que todavía me
tiene escribiendo día tras día sobre el dolor que me dejó.
Y ahora él es una parte de mí, tan sólo porque ha generado un
cambio en mi cabeza, una reestructuración cerebral a nivel neuronal
que me ha cambiado para siempre y que no me deja escapar a su
recuerdo. Soy todo suyo. Sin ninguna otra meta que morir en su pecho,
rodeado por sus brazos y con la música de la orquesta
envolviéndonos. Frente con frente. Con mis dedos en su largo pelo
ondulado. Deseoso de no recibir más besos fríos de la botella, sino
beber de él hasta morir de extenuación.
Si tan sólo pudiera haberlo saludado decentemente. Si tan sólo
pudiera haberle sacado conversación, preguntado su nombre o
acercarme tal vez. Si no hubiese sido tan imbécil y no me hubiese
hundido más y más en mi asiento, apurado la cerveza y levantado
para irme. Si esto no hubiese sido más que una parte más de mi
volátil imaginación. Tal vez, si cabe, ahora estuviese describiendo
su cuerpo dormido en mi cama, mientras que todo esto nunca habría
sido escrito y lo que estuvieseis leyendo ahora sería un posible.
«si no lo hubiese hecho...».