miércoles, 22 de febrero de 2012

El olvido es la mitad del tiempo pasado juntos





«¿Me seguirás recordando cuando ya no te mire a los ojos?»

Esa palabras vibraron en mi cabeza de camino de vuelta a casa y al llegar las escribí, no sólo para no olvidarlas, sino para recordar siempre qué significaban. Podía estar cometiendo uno de los errores más grandes de toda mi vida, y sin embargo continuaba caminando hacia adelante llevándolo a cabo y sin mirar atrás.
Atrás era donde quedaba él, con su cabeza gacha y su mirada perdida en un punto entre mi cabeza y la pared de mi lado. Durante toda la velada había orientado mi cuerpo hacia mí, de vez en cuando incluso llegando al contacto físico, muy íntimo. Habíamos caminado hasta un pequeño y viejo embarcadero a la otra orilla del río, donde con su dulzura me había abrazado y besado. Como si me estuviera leyendo el pensamiento, comenzó a bromear sobre una de las primeras cosas que le había dicho al poco de conocernos:
- El tiempo que tarda una persona en olvidar a otra -le había dicho ese segundo día-, es la mitad del tiempo transcurrido desde que se conocieron hasta que se separan.
Y me preguntó cuánto tiempo le llevaría a él olvidarme si nos dejáramos de ver. Sonreí y me volví para mirar el embarcadero. El nivel del río había subido y vuelto a bajar recientemente, por lo que la tierra que entonces pisábamos estaba algo enfangada y nuestros pies se hundían levemente. Como mis nervios en aquellos momentos, la superficie del río estaba agitada por la corriente que tomaba velocidad bajo el puente de hierro, que ya comenzaba a iluminarse para la noche. Caía el sol entre los árboles y con él su ánimo y ganas de mirarme. Comenzó a darse cuenta de que algo no iba bien, que estaba más distante y que era incapaz de mantener mi mirada en su cara mucho tiempo; y ya no digamos en sus ojos. Sabía que él lo sabía antes siquiera de decírselo, por eso me mantenía mirando a un punto fijo sobre la agitada superficie del río, donde algunos juncos sobresalían como garras afiladas hacia el cielo. Yo no lo pude decir con palabras, él sí. Tuvo el valor de ponerme una mano en la espalda y decirme lo que debería haberle dicho yo mismo: que se había acabado.
De vuelta a casa con el peso de la culpa sobre los hombros, me puse a reflexionar sobre si lo que había hecho era la correcto. No sobre si estaba bien o no, porque sabía que no lo estaba. Y fue entonces cuando se me vino la frase a la cabeza. Me pregunté si era verdad que sólo le llevaría la mitad del tiempo que habíamos pasado juntos en olvidarme. Le deseaba que fuera menos incluso. Pero yo, sin embargo, sería incapaz de olvidar en los dos años que han transcurrido hasta hoy sus ojos húmedos por las lágrimas y su expresión de decepción. Esa frase todavía está en el corcho sobre mi cama, para recordarme que nunca más voy a volver a hacer llorar a nadie que me haya querido.


4 comentarios:

  1. ya habías empezado a olvidar en esa última cita. eso se nota.
    al final todo tiene un final, nada es para siempre...
    un saludo Pablo.

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    1. Sí, a veces comenzamos a tomar caminos mucho antes de ser conscientes de ello. Y cuando nos damos cuenta ya puede ser demasiado tarde.
      Un abrazo amigo!! ;)

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  2. El desamor es una herida que con el tiempo se repara, pero siempre queda una cicatriz. Un abrazo Pablo!

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    1. Sí, y las cicatrices nos recuerdan los errores cometidos :(

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