lunes, 31 de enero de 2011

Para evitar el olvido


Escribo para él. Cada palabra que surge de la coordinación de mis pensamientos y los movimientos de mi mano, ya sea con un bolígrafo en mano o sobre un teclado, está dedicada a contarle qué ocurre en mi vida. Todas las historias que he contado estos años han tenido mi firma, pero deberían haber tenido la suya también, porque él es el origen de cada una de ellas. Le escribo para que sepa de mí, allá donde esté ahora, con la esperanza de que algún día caigan en sus manos, las lea, y sepa que todas están inspiradas en sus ojos. Quiero que sepa que he intentado enamorarme (y ¡Dios!, a veces de verdad lo he conseguido... más o menos) y que así se lo hago ver en algunos de mis relatos. Pero él tiene una fuerza magnética tremendamente fuerte, y yo no soy más que un pequeño muñeco de hierro. Y por muchos imanes que haya por aquí cerca, él es el más fuerte.
Mi intención es mantener con vida unos recuerdos sobre vivencias y sentimientos, para que llegado el momento, él las lea y diga: «así que ésta ha sido tu vida sin mí». Y como canta Lionel Richie en una de sus famosas canciones: “quiero decirte tantas cosas...”

viernes, 28 de enero de 2011

«Hola, pequeño»



A veces creo que puedo volar, y eso me hace tomar demasiados riesgos. Me creo capaz de cualquier cosa y me lanzo al vacío sin pensar. Es por eso que ahora estoy aquí tirado. El suelo es frío, pero alivia la hinchazón de mis ojos tras tantas horas llorando. No me apetece levantarme. Me he caído esta vez y ya no me quedan más fuerzas para mirar de nuevo el cielo en el que otros vuelan. Estoy solo, y cuando me encuentren aquí no hallarán un ave caída a la que enterrar, sino los restos de un alma al que han privado de libertad.


Desperté en este nuevo año con la vida dada la vuelta. Secretos del pasado terminaron por matar mi integridad. Todo lo poco que tenía se lo llevó una caprichosa realidad. En ese momento, dejé de lado la magia y perdí toda esperanza de salir del hoyo en el que estaba metido, sumergiéndome aún más en la pena. Lo poco que sabía del amor lo tuve que olvidar, obligándome a mí mismo a aceptar que la persona que habita en mis sueños no puede ser real. Él solo es la imagen mejorada de un amigo del pasado. Cambiarán el color de sus ojos, su nombre y sus capacidades. Incluso será capaz de amarme. Pero no existe, no es más que un invento de mi yo durmiente, avivado por la necesidad que durante tanto tiempo he tenido de encontrar alguien que de verdad me haga sentir vivo, libre... enamorado. Una vez sentí algo parecido, y eso es lo que, multiplicado por mi imaginación, tiene como resultado al muchacho de ojos azules cuyo nombre he decidido que comienza por J. Un invento para escribir mi historia, o mejor dicho, la historia que preferiría que fuese mi vida.
Creí que podría volar, pero lo único que ha ocurrido es que me he dado de bruces contra la realidad que me ha tocado vivir. Ahora ya no hay nadie que me diga «hola, pequeño», sino el batir de las alas de las demás aves mientras sobrevuelan el lugar en el que me he caído por soñar demasiado.

miércoles, 26 de enero de 2011

El muchacho del bar



Entraste en el bar y casi tiraste el calendario que colgaba de la pared al lado de la puerta, despertando la sonrisa aletargada de mi boca. Te volviste y lo colocaste. En ese instante tus ojos volaron por delante de los míos y hubo una conexión instantánea de algo que ya había olvidado: que soy capaz de sentir con una sola mirada. Volviste a la mesa donde tu amiga trabajaba en el ordenador y la ayudaste. Pude apreciar que tanto ella como tú os estabais dando cuenta de que no podía apartar mi mirada de ti. Pero qué le iba a hacer, hacía tiempo que no sentía algo parecido. Había abandonado la esperanza de conocer a alguien que me gustase de verdad, y comenzaba a tener miedo.

Eva Cassidy cantaba con su voz única, mis compañeros comentaban no sé qué de la vergüenza infantil y yo sólo prestaba atención a tus manos. Es extraño, nunca me habían interesado las manos de las personas hasta que vi las tuyas: alargadas, frágiles... «Las manos de un pianista», pensé. Me sentiría satisfecho de haber vivido si por una sola noche tocases para mí. Me sentaría a tu lado y vería cómo tus perfectas manos se deslizan sobre las teclas blancas y negras de un piano de cola. Apoyaría mi cabeza en tu hombro y distinguiría tu respiración acorde con la melodía, y tú te perderías en el frenesí de la música, que sin duda alguna me haría llorar. Le harías el amor al piano, con dulzura y pasión, y compartirías ese placer conmigo. Al terminar, no me besarías, pero no te marcharías sin antes arrullarme hasta dormirme con una canción cantada al oído. ¡Cuánto pueden inspirar unas manos!

Dos tardes te encontré en el mismo bar, cuyo nombre curiosamente es Alcaraván. La misma música, la misma gente, la misma cazadora de cuero negra. Como un dejá-vú demasiado largo, volviste a rozar mi mirada y a conjurar mi sonrisa inocente. Como un caballero de antaño, me demostraste que la elegancia en tus movimientos y en tu forma de mover los labios al hablar era otra de tus virtudes. Y yo saqué mucho de tu belleza. Me enseñaste que a pesar de la angustia y la desesperanza, a pesar de estarme olvidando del Dios que me dio el alma y de los sueños que plagaron mis historias, aún quedaba algo en mí que valía la pena enseñar. Sólo fueron dos tardes (y juro que deseé que fueran más), pero las suficientes para inspirar este blog.

martes, 25 de enero de 2011

Sueño con un futuro mejor



Me enamoré una vez. No soy de esos privilegiados a los que el amor ha llamado a su puerta varias veces en su pasado. A mí me llegó en una época en la que todavía caminaba de la mano de mi madre y la inocencia continuaba con vida en mi modo de ver el mundo. Claro está, no era consciente de la repercusión de mis sentimientos; sólo hasta que pasaron unos cuantos años más me di cuenta de que quería “con toda mi alma” a mi mejor amigo.

Recuerdo el momento exacto en el que lo conocí. Puede que se trate de uno de esos falsos recuerdos que tan de cabeza traen a los expertos en memoria. No lo sé. Lo que sí sé es que a mí me sirve para darle un sentido a todo lo que se me ha venido pasando por la cabeza estos últimos años, y recientemente he recordado este momento. Lo que recuerdo es corto y sencillo: yo jugando en el patio del colegio y todos mis compañeros dándole la bienvenida a un alumno nuevo que llegaba a mitad de curso. Era él. Puede que este recuerdo durante mucho tiempo haya sido un lastre, pues lo veía como una explicación más a mis pensamientos románticos; creía que en ese mismo instante me había enamorado de él (¡con a penas 4-5 años!) y que desde entonces un vínculo se había formado entre nosotros. Podría nombrar la complicidad que durante años compartimos, lo tranquilos que estábamos uno en compañía del otro; pero no va a ser así. Los años nos han puesto a cada uno en su lugar, ahora mismo separados por una distancia de más de 400 kilómetros (él en Galicia, yo aquí). Él se ha enamorado; yo al menos lo he intentado. Pero como muchas otras tantas cosas, hechos y personas, en mi cabeza sigue habiendo un lugar para él. Es tal, que todavía alguna noche (a veces demasiadas para mi gusto) se deja caer por mis sueños para recrear una amistad ya muerta, y afloran los sentimientos que años atrás debieron quedarse encerrados en una caja de Pandora.

Es duro llegar a darte cuenta de que, incluso varios años después de terminar una amistad con alguien por miedo a que éste sepa que te has enamorado de él, continúa habiendo sentimientos hacia dicha persona. También lo es darse cuenta de que durante todo este tiempo has buscado a otros como él para compartir tu vida; en vano, eso sí.
Todavía es hoy que lo veo y no puedo evitar esa serie de pensamientos proyectivos que me llevan a una vida futura a su lado, a imaginarme caminar con la protección de sus dedos enlazados con los míos. Pero qué se le va a hacer, es el defecto de una imaginación sobrealimentada.

lunes, 24 de enero de 2011

La libélula azul


El material del que están hechos los sueños me recuerda a las alas de una libélula que un día se me posó en la mano. Era una tarde de verano y yo jugaba con mi perra en la parte trasera de mi casa, cuando apareció volando. No lo hacía con los movimientos erráticos típicos de su especie, sino con el gracil vuelo distintivo de una mariposa. Esto era así porque sus alas no eran alargadas y transparentes, sino redondeadas, azules y de un grosor mayor (como las alas de una mariposa). En cuanto la vi, pensé en un hada. Se dejó caer en mi mano, y durante unos segundos pude contemplarla muy de cerca. En ese tiempo aproveché para pedirle un deseo; un impulso que la voz de mi imaginación me instó dentro de mi cabeza. Luego, se marchó volando con sus delicadas alas azules.
Se suele decir que para que un deseo se te cumpla debes mantenerlo en secreto; es por eso que no lo voy a revelar. Sin embargo, es fácil sumar dos más dos e imaginar de qué se trataba.
El color de sus alas me recordó a tus ojos. Y todavía es hoy que recuerdo aquel encuentro como si en medio de tanta agonía hubiese visto tu mirada a través de unos prismáticos: lejana, pero presente. Por aquel entonces, creía más en la magia. Ahora todo lo relativo a universos paralelos, seres mágicos, reinos e, incluso, a ti, me parecen meras metáforas. Es duro aceptar que puede que nunca te vaya a ver; y más sobre todo, escribir sobre ello. Las palabras pesan ahora sobre mí y me cargan la espalda, produciéndome un dolor y una angustia que están acabando conmigo. La desesperanza es como un cáncer que ataca a mi fe y el vago recuerdo que de ti tengo va desapareciendo más y más rápidamente.
No lo entiendo, pero creo que estoy empezando a abandonar mi imaginación y a caminar por el mismo camino por el que lo hace el resto del mundo. Poco a poco estoy dejando de lado el universo en el que tú y yo fuímos felices para convertirme en un humano más, de aquellos que ya no saben pensar.
Tengo miedo de lo que pueda pasar, porque todo esto llevará a que me olvide de ti...

sábado, 22 de enero de 2011

Esos cielos azules, con sus rojos atardeceres.


Con el paso del tiempo he aceptado tres cosas: que en este universo no existen los genios que al frotar en su lámpara mágica te conceden tres deseos incondicionales, que los prícipes están en peligro de extinción y que la magia es ya una energía no renovable de la que durante demasiados años se ha abusado. Temo cuando cada noche me meto en la cama y llega el momento del día en el que mi cabeza de verdad se despierta, pues es ahí cuando me asaltan las dudas. Y dudo de todo. Pero sobre todo temo la única certeza que de vez en cuando se digna a asomar por mi yo consciente y que me susurra con voz áspera: No te esfuerces, tu universo no tiene Dios. Cuando rezo de verdad, esas noches en las que me meto en la cama y pido con todas mis fuerzas que sea quién sea el o la que esté ahí arriba me de solo UNA cosa para ser feliz, este parásito se cuela bajo mi almohada y comienza a susurrar.
Desde que poseo uso de razón me recuerdo soñando; es algo que hago constantemente para evitar el dolor que me produce la realidad. Una enumeración sería inapropiada, más que nada porque con lo que más sueño, bien sea despierto, bien sea dormido, es con un nombre. Ves, ¡otra certeza más! Sé cómo se llama, conozco el color de sus ojos, el tacto de su pelo y el arrullo de su voz, y sin embargo, nunca lo he visto. Con los años he forjado una imagen de cómo sería él en cada momento de mi vida: su altura, la gravedad de su voz, sus dedos aporreando con frenesí el piano de mi salón... Pero repito, nunca lo he visto. ¡Y mira que he buscado! Aunque puede que no lo suficiente. O puede que en vano.
La esperanza se resquebraja en mis manos. Siento cómo los sueños en los que había hadas, brujos, ángeles, dragones, príncipes, amor..., se hacen cada vez más pequeños en el horizonte, y con ellos sus ojos. El cielo se apaga para dejar paso al rojo del atardecer, el cual a su vez dará paso a la eterna noche. Una vez que el parásito susurrante cese con su cometido, será porque lo ha conseguido. Entonces estaré perdido, pues el cielo será negro, Dios habrá desaparecido de mi vocabulario y la idea de que esos ojos azules vuelvan a mi lado quedará encerrada en una caja fuerte, allá al fondo de mi inconsciente; y ya nunca podré volver a recordar el nombre de aquellos ojos azules.