miércoles, 26 de enero de 2011

El muchacho del bar



Entraste en el bar y casi tiraste el calendario que colgaba de la pared al lado de la puerta, despertando la sonrisa aletargada de mi boca. Te volviste y lo colocaste. En ese instante tus ojos volaron por delante de los míos y hubo una conexión instantánea de algo que ya había olvidado: que soy capaz de sentir con una sola mirada. Volviste a la mesa donde tu amiga trabajaba en el ordenador y la ayudaste. Pude apreciar que tanto ella como tú os estabais dando cuenta de que no podía apartar mi mirada de ti. Pero qué le iba a hacer, hacía tiempo que no sentía algo parecido. Había abandonado la esperanza de conocer a alguien que me gustase de verdad, y comenzaba a tener miedo.

Eva Cassidy cantaba con su voz única, mis compañeros comentaban no sé qué de la vergüenza infantil y yo sólo prestaba atención a tus manos. Es extraño, nunca me habían interesado las manos de las personas hasta que vi las tuyas: alargadas, frágiles... «Las manos de un pianista», pensé. Me sentiría satisfecho de haber vivido si por una sola noche tocases para mí. Me sentaría a tu lado y vería cómo tus perfectas manos se deslizan sobre las teclas blancas y negras de un piano de cola. Apoyaría mi cabeza en tu hombro y distinguiría tu respiración acorde con la melodía, y tú te perderías en el frenesí de la música, que sin duda alguna me haría llorar. Le harías el amor al piano, con dulzura y pasión, y compartirías ese placer conmigo. Al terminar, no me besarías, pero no te marcharías sin antes arrullarme hasta dormirme con una canción cantada al oído. ¡Cuánto pueden inspirar unas manos!

Dos tardes te encontré en el mismo bar, cuyo nombre curiosamente es Alcaraván. La misma música, la misma gente, la misma cazadora de cuero negra. Como un dejá-vú demasiado largo, volviste a rozar mi mirada y a conjurar mi sonrisa inocente. Como un caballero de antaño, me demostraste que la elegancia en tus movimientos y en tu forma de mover los labios al hablar era otra de tus virtudes. Y yo saqué mucho de tu belleza. Me enseñaste que a pesar de la angustia y la desesperanza, a pesar de estarme olvidando del Dios que me dio el alma y de los sueños que plagaron mis historias, aún quedaba algo en mí que valía la pena enseñar. Sólo fueron dos tardes (y juro que deseé que fueran más), pero las suficientes para inspirar este blog.

6 comentarios:

  1. Me gusta mucho el estilo alegórico de blog, desde el título hasta cada entrada, sin olvidar la frase: "reflexiones de un ave condenada a caminar".

    Ya he leído que el pianista existe pero está lejos de ti y ni siquiera sabe qué siente por él. Aún así deberías luchar por su amor o al menos conocer qué siente él por ti.

    Un saludo.

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  2. Gracias por leerme, me alegro que te guste, de veras.

    Este chico no me conoce, ni tampoco yo a él. Lo he visto esas dos veces y no lo he vuelto a ver. Había pensado en acercarme la próxima vez, pero no ha habido tal vez.
    Pero no pasa nada, me quedo con lo bueno: que me ha inspirado para esta entrada.

    Un saludo!

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  3. Es... perfecto. Con que dulzura recreas el ambiente, con que intensidad describes el momento, con que ternura relatas tus sueños. Me ha encantado tu entrada! (:

    Me alegro de haber encontrado un blog tan bueno como el tuyo!

    Y ojala vuelvas a ver a ese pianista...

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  4. Me gusta mucho como has escrito esta entrada y como has descrito la situación :)

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  5. Gracias, Shinrei!!! :)

    La noche azul: no había reparado en que me habías comentado en ésta. Bueno, gracias por los halagos.

    Teniendo en cuenta que lo que cuento aquí inspiró este blog y que la situación despertó esperanza en mí, aunque no haya vuelto a ver a aquel muchacho de manos bonitas, me hace muy feliz que ésta sea la entrada con más visitas y a su vez con más comentarios. Gracias!

    Un saludo!

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