sábado, 22 de enero de 2011

Esos cielos azules, con sus rojos atardeceres.


Con el paso del tiempo he aceptado tres cosas: que en este universo no existen los genios que al frotar en su lámpara mágica te conceden tres deseos incondicionales, que los prícipes están en peligro de extinción y que la magia es ya una energía no renovable de la que durante demasiados años se ha abusado. Temo cuando cada noche me meto en la cama y llega el momento del día en el que mi cabeza de verdad se despierta, pues es ahí cuando me asaltan las dudas. Y dudo de todo. Pero sobre todo temo la única certeza que de vez en cuando se digna a asomar por mi yo consciente y que me susurra con voz áspera: No te esfuerces, tu universo no tiene Dios. Cuando rezo de verdad, esas noches en las que me meto en la cama y pido con todas mis fuerzas que sea quién sea el o la que esté ahí arriba me de solo UNA cosa para ser feliz, este parásito se cuela bajo mi almohada y comienza a susurrar.
Desde que poseo uso de razón me recuerdo soñando; es algo que hago constantemente para evitar el dolor que me produce la realidad. Una enumeración sería inapropiada, más que nada porque con lo que más sueño, bien sea despierto, bien sea dormido, es con un nombre. Ves, ¡otra certeza más! Sé cómo se llama, conozco el color de sus ojos, el tacto de su pelo y el arrullo de su voz, y sin embargo, nunca lo he visto. Con los años he forjado una imagen de cómo sería él en cada momento de mi vida: su altura, la gravedad de su voz, sus dedos aporreando con frenesí el piano de mi salón... Pero repito, nunca lo he visto. ¡Y mira que he buscado! Aunque puede que no lo suficiente. O puede que en vano.
La esperanza se resquebraja en mis manos. Siento cómo los sueños en los que había hadas, brujos, ángeles, dragones, príncipes, amor..., se hacen cada vez más pequeños en el horizonte, y con ellos sus ojos. El cielo se apaga para dejar paso al rojo del atardecer, el cual a su vez dará paso a la eterna noche. Una vez que el parásito susurrante cese con su cometido, será porque lo ha conseguido. Entonces estaré perdido, pues el cielo será negro, Dios habrá desaparecido de mi vocabulario y la idea de que esos ojos azules vuelvan a mi lado quedará encerrada en una caja fuerte, allá al fondo de mi inconsciente; y ya nunca podré volver a recordar el nombre de aquellos ojos azules.

2 comentarios:

  1. Pablo B, yo soy de la opinión de que cuando uno busca algo le cuesta mucho más encontrarlo. La clave es no buscar. Ocurre lo mismo con la felicidad, pensamos que al comprarnos unas zapatillas nuevas, al graduarnos, al hacer un viaje fabuloso llegaremos a ser felices, y así es.

    Pero esa felicidad es efímera y pronto se ve ensombrecida por nuevos propósitos de futuro. Cuando verdaderamente somos felices es cuando abandonamos nuestras preocupaciones y nos dejamos seducir por los detalles del aquí y el ahora.

    Un saludo.

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  2. Ese es mi problema, que no paro de buscar, es una adicción. La verdad, es que también peco mucho de impaciencia.
    Seguiré esforzándome en buscar menos.
    Un saludo!

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